En estos casos de desconcierto histórico y generalizado, el los políticos lo consideramos normal porque en ningún programa electoral se especifica o se promete el protocolo de actuación ante una catástrofe, sea una erupción volcánica o una pandemia.
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La crisis del coronavirus se ha gestionado mucho peor desde la política y la comunicación institucional que desde el ámbito sanitario y científico. La falta de lealtad entre las instituciones, la multiplicidad de portavoces y de mensajes, a menudo contradictorios, y el partidismo en el juicio sobre determinadas medidas abrieron un cisma entre los dirigentes y la ciudadanía. Tormentas en un vaso de agua cuando lo realmente importante era encontrar soluciones rápidas y eficaces a un enemigo invisible y desconocido.
Sin embargo, la erupción se ha gestionado de forma antagónica desde el ámbito institucional. Con el volcán aún vomitando lava y el peligro latente de la destrucción, el dolor de los palmeros se impuso desde el primer momento a colores o egos políticos. En eso hay que aplaudir y, si no fuera por el escenario apocalíptico, celebrar también el talante del presidente del Cabildo de La Palma, primer portavoz e interlocutor de la ruina y frustración de la isla. Desbordado por los acontecimientos, al popular Mariano Hernández Zapata no se le ha escapado ningún reproche público a los socialistas Torres y Sánchez a pesar de la desesperación de los afectados: vecinos, conocidos, y familiares...
Obligados a entenderse por el bien común, hasta ahora los partidos opositores han mantenido un margen temporal de prudencia pasiva en lugar de lanzarse de cabeza a la imprudencia activa de reproches, convencidos de que lo que menos que necesitan los damnificados es sumar a la catástrofe la teatralización de una batalla política. ¿Está haciéndolo mal el Gobierno de Canarias? ¿Ha incumplido ya sus promesas el Gobierno central con La Palma? Digamos que están gestionando la crisis con una desesperante lentitud provocada por una burocracia injustificada.
Sin embargo, y a pesar del paciente y comprensivo talante del presidente palmero, su compañero de partido y portavoz popular del Senado Javier Maroto, aprovechó ayer el viaje para, además del selfie de rigor con el volcán de fondo, elevar el tono con argumentos preelectorales cargados de demagogia que no se corresponden con el momento ni el rigor entre instituciones que requiere el drama de los palmeros. La erupción, como la pandemia, al servicio del oportunismo partidista.
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