Consumo quiere legislar para evitar la «publicidad del miedo». Lo adelantaba esta semana el diario El País y hacía referencia especialmente a los anuncios ... de las empresas de seguridad y de alarmas. Basta un paseo por cualquier barrio para constatar la proliferación de carteles que indican que esa casa, ya sea terrera o un tercer piso, está «conectada» a una alarma. Da igual que quien more en ella no salga más que a comprar el pan: la derecha y la ultraderecha han logrado que cale el mensaje de que, si vas al súper, te «ocupan» la casa y te quedas en la calle.
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La paradoja, especialmente para las mujeres, es que el peligro está dentro de casa. El riesgo duerme con ellas o es quien el padre que las lleva al colegio y las recoge después de clase. En lo que va de año, 20 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas. Y uno de los asesinos mató, además, a su hijo de dos años. De ellos, cinco —incluido el asesinato del pequeño—, esta última semana.
Un vistazo a las crónicas de tribunales muestra que cegar la vida no es la única violencia que sufren las mujeres. Padres o padrastros que violan a sus hijas o hijastras campan a sus anchas mientras colocan en la fachada de su casa el cartel de la dichosa alarma.
Y el futuro no es halagüeño. El último informe sobre la juventud española refleja un aumento de los chicos que niegan la violencia machista, fenómeno que ven como un «invento ideológico».
El Ministerio del Interior ha ordenado esta misma semana el refuerzo de la protección a las víctimas de violencia de género durante el verano. El calor, para las mujeres, también supone que están más expuestas a ser asesinadas.
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La publicidad que apela al miedo convierte la seguridad en un producto de mercado, mientras deja sin respuesta las violencias reales que se producen dentro del hogar. La alarma te protege de los supuestos peligros imaginarios, pero no de esos que se han metido, no solo en tu casa, sino en tu vida, para hacerte daño.
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