Testimonios isleños de la Navidad
«Usos y costumbres que se acumulan en el debe y el haber de todos los tiempos, que se transmiten y que se pierden, que marcan identidades y peculiaridades de cada pueblo y cultura que la celebra»
La Navidad, las «Pascuas» como era más común denominarlas en tiempos ya pretéritos, llega un año más. Y, pese al ambiente desbordado de todo tipo ... de regocijos, festejos y consumos que caracterizan a estos días en la actualidad, no pierde su carácter de algo íntimo, personal, ligado al orbe de sentimientos y recuerdos, pero también como una realidad casi ineludible, engarzada en el día a día de las relaciones familiares, laborales y sociales. Usos y costumbres que se acumulan en el debe y el haber de todos los tiempos, que se transmiten y que se pierden, que marcan identidades y peculiaridades de cada pueblo y cultura que la celebra.
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Curiosamente, la primera referencia que hace de la Navidad un periódico grancanario, 'El Canario' del jueves 28 de diciembre de 1854, está referida a una de las celebraciones que más la caracterizaban entonces. Un artículo (sin firmar, pero muy presumiblemente escrito por Agustín Millares Torres), que se iniciaba destacando como las «…funciones de Pascua se han celebrado en esta Sta. Iglesia Catedral con toda la pompa y solemnidad de costumbre. El magnífico templo, orgullo de la Gran Canaria, se hallaba adornado con todo el aparato que para tales días reserva su Cabildo, y este ya completo, aumentaba la solemnidad de sus sagradas é imponentes ceremonias…».
Unos años antes, en diciembre de 1847, en la entonces afamada revista 'El Museo de Las Familias' (donde también llegó a publicar Millares Torres algunos reportajes, uno de ellos dedicado a la Catedral de Canarias), el célebre historiador, escritor, arqueólogo, biógrafo y anticuario Basilio Sebastián Castellanos de Losada (Madrid 1807-1891), en un extenso trabajo titulado 'De la Fiesta de la Navidad: o sea de las costumbres antiguas y modernas de la Noche Buena', ya señalaba como «Las costumbres de Navidad en España han sido en lo antiguo casi idénticas a las de los demás pueblos, y lo son a todos los cristianos en cuanto al rito de la iglesia; pero aún son más alegres, merced al carácter festivo de su natural en lo peculiar al pueblo. Los dulces, turrones de Jijona y de Alicante, y los sabrosos y esquistos mazapanes de Toledo, endulzan la festividad, al paso que la robustecen los gustosos y nutritivos pavos y capones de Castilla y los sabrosos besugos de Laredo. Las alegres panderas en manos de nuestras bellas, y los tamboriles, zampoñas, rabeles, zambombas y chicharras en las de nuestros zagalejos, dan a la fiesta el tono, y forma la orquesta a nuestros grotescos, pero graciosos villancicos». Ciento cincuenta y ocho años después el memorialista y escritor grancanario José Miguel Alzola, al prologar la segunda edición de su obra 'La Navidad en Gran Canaria' (2005), veía también como «la Navidad, inmutable en su motivación trascedente, ha ido cambiando con el paso de los años, unas veces para mejorar y otras para desviarse de la causa por la que fue incorporada al calendario festivo del mundo occidental: conmemorar la natividad de Jesús en Belén… La alegre y hogareña austeridad con la que en épocas pasadas discurría el ciclo pascual ha sido desbordada».
En Gran Canaria pronto encontramos manifestaciones artísticas y populares, así como usos y costumbres, que dan una Navidad con verdadero sabor propio, con un aire isleño peculiar que anuncia los Belenes desde la costa a la cumbre, según nos lo relataron en sus crónicas y libros autores como Domingo J. Navarro, Eduardo Benítez Inglott o José Miguel Alzola, el primero testigo directo de la Navidad isleña del siglo XIX, el segundo a caballo entre los dos siglos y el tercero de la del siglo XX. Y ese ambiente, ese sentir, ese presentimiento particular se apreciaba en la misma confección de los Belenes. Como señaló, en un artículo de la revista 'Isla', de diciembre de 1953, 'Los Belenes', el profesor de literatura y sacerdote Joaquín Artiles, «Si los Belenes de Europa está estructurados con la cabeza, los nuestros con el corazón. Son nacimientos sentidos, vividos, intuidos, sin lógica y ejecutados con pálpitos. Aquí no cuenta la cronología, por que es esencial el anacronismo. Aquí no cuenta la historia, por que se amontonan los episodios más dispares. Aquí no cuenta la geografía, por que ¿quién ha dicho que la nieve de las montañas está reñida con un oasis de palmeras? Aquí no cuenta la proporción porque las figuras se reparten acá y allá, no según las leyes de la perspectiva, sino según el capricho de una singular estética que todavía no se ha escrito…». Y en ese marco, y en esa mirada candorosa y hogareña, surgieron figuritas para los Nacimientos como las moldeadas y pintadas en Teror a finales del siglo XVIII, encargadas por la familia González Corvo, y que muestran usos, costumbres y vestimentas campesinas grancanarias de aquella época; unas joyas navideñas insulares que hoy se custodial en el Museo catedralicio de Arte Sacro.
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Un templo catedralicio donde se interpretaron obras por la Navidad que, en diferentes épocas, centraban el interés y atraían a toda la ciudad de entonces, como fueron a lo largo del siglo XIX los 'Responsorios de Navidad', compuestos por el maestro de capilla José Palomino, o la 'Misa Pastorella' del maestro Bernardino Valle a finales de ese siglo y hasta la década de los años setenta del siguiente. Sin olvidar, como recordaba el cronista Eduardo Benítez Inglott, «…lo que brindaba a la curiosidad una misa solemne casi al amanecer, las pastorelas y los motivos de cánticos populares isleños con que esmaltaba a aquellos el inolvidable organista maestro Tejera, que parecía en esa mañana de Navidad como si se exaltara su inspiración…». Un templo que ya a finales del siglo XVI inspiraría a Bartolomé Cairasco de Figueroa versos como los de 'La Adoración de los Pastores', de su obra 'La Natividad', donde eleva versos que rememoran como «Entrando, pues en la dichosa cueva/ de tanta majestad merecedora/ con soberana luz que el alma eleva,/ del mundo ven la universal Señora/ que el inefable Dios con ropa nueva/ en sus piadosos brazos atesora/ y, atónitos, de ver tanta grandeza,/ adoran todos la divina belleza». Un Cairasco que tocaba la guitarra y musicaba sus propios villancicos, y un maestro de capilla como Diego Durón que también compuso villancicos con personajes y motivos populares, que se llegaron a interpretar al finalizar las ceremonias religiosas de la Navidad de entonces.
Más allá de la Catedral, o de otros templos, el cronista Domingo J. Navarro llegó a ser testigo, e indudablemente a disfrutar el mismo, de como tras la Misa del Gallo, la cena de Nochebuena tenía como protagonistas a la < cazuela de gallina y pasteles de carne de cerdo», así como «los días de Pascua hasta Reyes eran de obligados y recíprocos banquetes». Algo nos dice que, si las formas han cambiados, el sentir más profundo no lo ha hecho, el del compartir y el convivir, una fórmula a extender a todo el año que traería el entendimiento y la paz.
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Testimonios del ayer y del hoy de unas celebraciones propias y universales, de unas fiestas en las que debe prevalecer, junto a lo religioso, el espíritu de amistad, de entendimiento, de identificación con las propias costumbres, el valor que se daba a los buenos deseos, la falta de interés material. Recordar el ayer nos ayudará a percibir mejor la Navidad de hoy, tan llena de hábitos y pretensiones que no se ajustan a su verdadero sentido, al menos aquel que aprendimos de nuestros mayores, y ellos de los suyos a lo largo de cinco siglos de historia isleña. Y con Cairasco concluiremos «que cuando el corazón es grande y rico/ no se dirá el presente pobre y chico».
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