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Tribuna libre

En los aires del caminito de Teror

Juan José Laforet

Las Palmas de Gran Canaria

Miércoles, 27 de agosto 2025, 23:23

Llegan los últimos días de agosto y afloran los rumores de El Pino, el aire del 'caminito' y las nostalgias terorenses septembrinas, que, día a ... día, se hacen más intensas, casi irresistibles, muy en especial en este que ha sido un año distinto, donde la presencia de las tradiciones marianas en todo el Archipiélago han tenido un realce y una presencia muy señalada, diría histórica tanto por lo que han sido y seguirán siendo en los próximos meses, como por lo mucho que se las esperaba tras tantos años de ausencia.

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La Virgen del Pino, allá por el último día de mayo pasado, dejó su casa en ese corazón mariano grancanario que es la Villa de Teror y bajó a la capital insular. Se encaminó al encuentro con su gente, con ese amor filial que la rodea desde la costa a la cumbre, alzada, una vez más en las 52 ocasiones que ha bajado, como ese hito identitario de Gran Canaria en el que los isleños la han alzado a través de los siglos, desde que la encontraran aquellos pastorcillos inolvidables un 8 de septiembre de 1481, según cuenta la tradición popular. Bajó y se encontró con una ciudad populosa, que crece en tamaño y en esperanzas, donde nuevos barrios y novedosas edificaciones la recibían con el calor de miles de isleños, junto a las miradas asombradas y felices de cientos de foráneos, que esta es una capital cosmopolita, donde sus tradiciones y sus devociones se ponen al alcance de todos y se comparten. En la catedral, día tras día, se encontró con los más diversos colectivos religiosos y socio-culturales, para compartir fervores y una oración en el 'camino de esperanza' marcado para este Año Jubilar. Una bajada que fue una invitación a la reflexión personal y comunitaria, centrada en la esperanza, la fe y la confianza en la Virgen como madre que acompaña en el camino de la vida, por lo que pronto abandonó el claustro catedralicio para dirigirse a las tierras del sur insular, allá por Vecindario y, a continuación, por Telde, en lo que ha sido considerado como un nuevo hito en la historia de sus 'bajadas'. Prosiguió su encuentro con las gentes de la Gran Canaria en el entorno del complejo hospitalario Materno Infantil, en una tarde cargada de emociones y sentimiento a flor de piel, para luego recorrer las calles de la Vega de San José acompañada de todo su vecindario. Y luego, llegada la hora, volvió a subir; esa 'subida' a su casa, donde siempre tiene las puertas abiertas para percibir el pálpito de las devociones grancanarias.

Ahora, llegados los últimos días de agosto, todo se prepara para volver al camino, a las sendas que, desde todos los rincones insulares, llevan a la Villa Mariana. Un peregrinar romero de esperanzas y de alegrías, de cánticos que son oraciones, que brotan espontáneas de sólo rememorar a esa 'Virgen, la más hermosa, la Virgen, que tiene un niño con su carita de rosa', como le cantara Néstor Álamo. Un caminito, un peregrinar festivo, pues sólo puede ser festiva la expresión del amor, de los más hondos sentimientos, de todo lo que señala e identifica a una población con lo que considera lo más suyo y propio, como ha venido aconteciendo desde hace siglos. Algo que se manifiesta en aquella disposición del Obispo Cristóbal de la Cámara y Murga -el primer obispo que visitó todas las iglesias y ermitas de la diócesis-, allá por el año 1628, conservada en al archivo parroquial de Teror, por la que mandaba que 'el Párroco y los demás ministros no permitiesen comer ni dormir y mucho menos bailar dentro de ella, bajo pena de excomunión y multa de dos ducados, previniendo además que al anochecer se cerrasen las puertas'. Eran los primeros años del siglo XVII y el sentimiento del peregrinar a la casa de la Madre, al recinto de las más sagradas devociones y anhelos, entre expresiones festivas y alegres, como no puede ser de otra manera, ya se mostraba arraigado entre el pueblo grancanario.

A mitad del siglo XIX, en la que se puede considerar la primera crónica extensa, o reportaje sobre 'Teror. Fiesta de Ntra. Sra. del Pino', publicada en El Canario por José Góngles y Gonales, en varios capítulos entre el 30 de septiembre y el 28 de octubre, también se deja constancia de lo que significaba para el grancanario el peregrinar festivo cada septiembre a la Villa Mariana. El mismo lo expresa, con acento personal, en las primeras líneas cuando señala como «tienen para mí un no sé qué las fiestas campestres, que cada vez que se acerca uno de esos días en que todo se pone en movimiento en los pueblos, y cada cual, dejando a un lado los penosos trabajos que le agobian durante el año, y olvidando las fatigas, relega a un rincón los aperos de la labor, y descuélgala empolvada guitarra y se agrupa en la plaza, donde todo es contento y algazara, yo salgo de mi habitual monotonía, y sacando del fondo de un apolillado armario algunos ahorros que para casos tales están reservados, abandono la atmósfera mefítica que se respira en los estrechos límites de mi aposento, y dejando encerrados los desvelos que me atormentan, pongo pies en polvorosa, y sin volver ni por una vez la cabeza, me escapo a la fiesta…»

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Una crónica en la que deja constancia de un elocuente y sustancioso diálogo con unos peregrinos a Teror de aquella época. Una conversación que es manifiesto de lo que aquel viaje insular suponía entonces. 'Señor, me contestó, nosotros somos de Telde. Ayer tarde salimos con dirección a la ciudad, donde hemos pasado la noche, porque mi nuera teme que el calor y la fatiga de un viaje un poco largo hecho a pie, cause daño a su niño que apenas tiene cinco meses; y hoy hemos salido para Teror'. A lo que se añade, entre otros asuntos, 'Señor, me contestó en tono de compasión, hija de una fe inalterable, solo el poder de Dios y de la Virgen Santísima del Pino pueden remediar tanto daño. En efecto es muy triste observar los progresos que el mal va tomando, y que reclama imperiosamente la atención de los amantes de las augustas tradiciones de su patria'.

Si volvemos a los afamados 'recuerdos de un noventón' de Domingo J. Navarro, sustanciados quizá en los mismos años sesenta, aunque redactados treinta y cinco más tarde, se percibe también todo ello cuando habla de 'Una expedición a la fiesta de la Virgen del Pino', y específicamente relata como la «renombrada fiesta del Pino debía su fama a la enorme concurrencia de los pueblos atraídos por la muy arraigada devoción a la milagrosa imagen de la Virgen, aparecida desde remotos tiempos en un pino entre dos esbeltos dragos. Fuera de la esmerada solemnidad del culto dentro del precioso y alegre templo y de las infinitas promesas que se cumplían, no había que pedirle a la fiesta otra cosa que el continuo y desapacible sonido de guitarras y tiples, el interminable bailoteo, los desacordes cantares, los alegres ajijidos, los innumerables ventorrillos…» Un año más, ahora en pleno siglo XXI, los aires del caminito de Teror envuelven ya a toda la Gran Canaria, que, en la emoción de preparar de nuevo su peregrinar, abre el baúl de sus más inquietas y arraigadas tradiciones.

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