Desde hace ya algún tiempo, LinkedIn se ha convertido en una corrala virtual donde no pocos acusan a la inteligencia artificial de estar matando al ... periodismo. Y no lo plantean como una metáfora ni como una exageración.
Publicidad
Personas reconocidas del sector, como Nicholas Thompson, CEO de The Atlantic, ya han advertido a sus redacciones de que se preparen para un futuro sin tráfico desde Google. Y no lo dicen por capricho: la función AI Overviews ha mutilado más del 34 % de las visitas que los medios recibían desde el buscador.
Lo que comenzó como una revolución tecnológica fascinante se ha convertido en una amenaza existencial para quienes aún producen contenido con vocación pública. Google ya no se limita a mostrar enlaces. Ahora da respuestas fabricadas con fragmentos de artículos ajenos, procesadas por una máquina y servidas con la autoridad que solo un algoritmo parece tener. ¿Para qué visitar la fuente si la respuesta aparece, aparentemente, completa en la propia búsqueda?
Y los efectos no han tardado en notarse. Medios tan diversos como The New York Times o Food & Wine han perdido más de siete puntos porcentuales en visitas orgánicas en apenas tres años. El famoso enlace azul, durante décadas oxígeno de la prensa digital, se ha vuelto prescindible. La experiencia de búsqueda se ha convertido en el destino final.
Publicidad
Pero no se trata solo de una crisis de tráfico. Es una crisis de modelo. Para quienes crecieron afinando titulares según los dictados del SEO, el golpe es también cultural. Y no es necesariamente una mala noticia. Si la distribución ya no depende de complacer algoritmos opacos, quizás haya llegado la hora de recuperar el vínculo directo con la audiencia.
Pero no nos engañemos: eso implica renunciar a millones de lectores ocasionales y apostar por comunidades capaces de pagar por información, ya sea de forma directa o indirecta. No todos los medios sobrevivirán a esa transición. Y los que lo hagan tendrán que replantearlo todo.
Publicidad
La reflexión se vuelve aún más indignante cuando se descubre que muchas de las grandes tecnológicas entrenaron sus modelos con millones de libros y artículos pirateados. Las máquinas que ahora devoran el negocio editorial fueron criadas con trabajo no remunerado de reporteros y escritores. Y aunque las demandas colectivas avanzan, las victorias legales llegarán tarde para cientos de redacciones que hoy están recortando plantillas, cerrando secciones o directamente desapareciendo.
Y sin embargo, en medio de este panorama que parece irremediable, hay un dato que invita a no rendirse. La confianza en el periodismo riguroso resiste mejor de lo que puede parecer. El último Digital News Report revela que cuatro de cada diez ciudadanos aún confían en las noticias, y que ese apoyo crece cuando la información está firmada, verificada y contextualizada.
Publicidad
En una época dominada por contenidos sintéticos y superficiales, el público empieza a valorar algo tan básico como saber quién responde por los datos. Quién da la cara. Qué fuentes hay detrás. Dónde termina la máquina y empieza la persona.
Los medios especializados, con comunidades dispuestas a pagar por contenido valioso, sufren menos. Los lectores florecen cuando la marca editorial ofrece identidad, no solo información. Pero eso requiere periodismo distintivo, una ética editorial coherente y servicios que la IA genérica no puede replicar: reporterismo de campo, acceso a fuentes exclusivas, análisis profundo con contexto humano.
Publicidad
La lección es incómoda pero clara: la batalla por el futuro no se juega solo en el plano tecnológico, sino en la relación de credibilidad con el lector. Algunos medios lo han entendido. Cuando las redacciones explican cómo usan los algoritmos, la desconfianza disminuye. Cuando lo ocultan, el daño es inmediato.
Frente a la lógica del 'todo gratis y al instante', el periodismo debe reivindicar el tiempo como valor. Investigar, contrastar y narrar con profundidad lleva horas. Horas que la IA no puede comprimir sin perder matices cruciales. Por eso los errores de los chatbots, fechas equivocadas, citas inventadas, contextos mutilados, no paran de acumularse. Cada fallo es un recordatorio de que el trabajo profesional sigue siendo insustituible.
Noticia Patrocinada
El desafío es colosal, pero no inédito. Hace un siglo, la radio parecía la sentencia de muerte de la prensa escrita. Luego vino la televisión, luego Internet. Cada vez, el periodismo que sobrevivió lo hizo no por resistirse al cambio, sino por abrazarlo sin abandonar su propósito.
La IA no asesina el periodismo. Lo desnuda. Le arranca el maquillaje del SEO, lo expone a sus carencias, lo obliga a preguntarse para qué sirve y a quién se debe. Quienes sigan persiguiendo clics con refritos y titulares tramposos se hundirán. Quienes apuesten por un trabajo sólido, el análisis con mirada propia y una conversación honesta con su comunidad tendrán una oportunidad. No de sobrevivir, sino de renacer.
Publicidad
La muerte, entonces, no es del periodismo. Es del modelo de intermediación agotado. Lo que viene después dependerá de la audacia con que editores, periodistas y legisladores afronten esta bifurcación. Si aceptan cobrar migajas por licencias opacas, el epitafio está escrito. Pero si reclaman su lugar en la cadena de valor y colocan la confianza en el centro, la próxima década podría alumbrar un periodismo menos esclavo del algoritmo y más comprometido con su misión.
El periodismo ha muerto. ¡Larga vida al periodismo!
Regístrate de forma gratuita
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión