Perplexity AI, una startup que apenas lleva unos años en el mercado, ha sorprendido al mundo tecnológico con una oferta de 34.500 millones de ... dólares para comprar Google Chrome. Pero, ¿para qué quiere una empresa de inteligencia artificial ser dueña de uno de los navegadores más usados del mundo?
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El objetivo no es tanto adueñarse del software como de lo que fluye a través de él: la información íntima y cotidiana de miles de millones de personas. En un momento en el que la inteligencia artificial necesita datos para afinar sus modelos y sus predicciones, controlar el navegador más usado del planeta equivale a tener un micrófono abierto en la vida digital de cada usuario.
Hace tres décadas, cuando Mosaic y Netscape daban sus primeros pasos, un navegador era apenas una ventana para explorar internet. Servían para mirar, leer y descubrir, y el mayor peligro era que una página tardara en cargar porque alguien levantaba el teléfono y cortaba la conexión.
Con el tiempo, Microsoft se dio cuenta del valor estratégico de esa ventana y convirtió Internet Explorer en una pieza central de su ecosistema, repitiendo la jugada que ahora otros pretenden: que el navegador sea no solo un medio para acceder a la web, sino una plataforma de control y negocio.
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Google hizo lo propio con Chrome desde 2008, y hoy su dominio es abrumador, con más de 3.500 millones de usuarios activos. Lo que empezó como un visor de páginas se ha transformado en una infraestructura crítica de la economía digital.
Perplexity, con su buscador de inteligencia artificial, ha entendido que las preguntas que los usuarios escriben en su plataforma son solo una pequeña parte de su comportamiento real. Un navegador ofrece mucho más: cada clic, cada compra, cada desplazamiento, cada minuto invertido en una página o en un vídeo es una pieza de un puzle que, una vez montado, revela quién eres y qué haces. Eso, empaquetado y vendido a anunciantes, es un negocio multimillonario.
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No es casualidad que Google construyera su imperio sobre este mismo principio: dar servicios gratuitos a cambio de acceso ilimitado a tus datos para perfeccionar la puntería de la publicidad.
Lo inquietante es que Perplexity no oculta demasiado sus intenciones. Su CEO, Aravind Srinivas, ha llegado a decir que su objetivo es entender al usuario incluso fuera de su propia aplicación. Traducido: seguirte más allá de lo que buscas en su motor y acompañarte, de forma invisible, en cada paso de tu navegación. Y para ello, Chrome sería el vehículo perfecto.
Así, Perplexity podría replicar el modelo de Google, pero con la IA como catalizador. No se limitaría a mostrarte anuncios relevantes; podría anticiparse a tus necesidades, sugerirte compras, filtrar la información que recibes e incluso influir en tus decisiones, todo bajo la premisa de 'mejorar tu experiencia'.
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La oferta llega en un momento especialmente delicado para Google. La compañía está bajo la presión de reguladores y tribunales por su posición dominante en el mercado de las búsquedas. En Estados Unidos, un juez ha dictaminado que mantiene un monopolio ilegal, y no se descarta que una de las medidas correctivas sea obligarle a desprenderse de Chrome.
Europa, por su parte, lleva años investigando y multando a Google por imponer sus servicios en Android y por prácticas contrarias a la competencia. Es en ese contexto donde Perplexity aparece como un comprador dispuesto, casi ofreciéndose como la solución 'limpia' para un problema de concentración de poder. Pero cambiar de manos no significa necesariamente cambiar las reglas del juego; solo cambia el jugador.
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El riesgo para los usuarios es que este relevo no traiga más privacidad, sino menos. Google, por muy intrusivo que sea, está sometido a un escrutinio constante. Una startup joven y ambiciosa podría sentirse menos limitada por la reputación y más urgida por monetizar para justificar la inversión. Y en un mercado donde la información personal es la materia prima más valiosa, la tentación de exprimirla es enorme.
Un navegador ya no es una simple aplicación para visitar páginas web. Es la puerta de entrada a tu vida digital, el intermediario que decide cómo y por dónde transitas la red. Controlarlo significa decidir qué ves primero, qué se oculta, cómo se te presenta la información y qué se hace con los datos que generas mientras navegas. Significa tener la llave del reino. Y si esa llave se entrega a una empresa cuyo negocio se basa en conocerlo todo de ti, no es descabellado pensar que se usará para abrir todas las puertas posibles.
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En los noventa, abrir Netscape era una invitación a explorar un territorio desconocido. En 2025, abrir un navegador como Chrome podría ser, en manos de la inteligencia artificial, una invitación a que te exploren a ti. Con el argumento de la personalización y la eficiencia, se normaliza que cada interacción quede registrada y procesada. Nos dicen que es para que todo sea más útil y relevante, pero en realidad es para que seas más predecible y, por tanto, más rentable.
Y aunque la propuesta la haga Aravind Srinivas, de la misma ciudad que Sundar Pichai, ambos de la India, puede que los usuarios de Chrome sean quienes hagan el indio al seguir usando este navegador para alimentar la inteligencia artificial.
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