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Emergencia tecnológica

La IA progresa pero los sistemas se quedan atrás

Juan Carlos Fernández

Las Palmas de Gran Canaria

Viernes, 4 de julio 2025, 23:08

El Gobierno de Canarias ha decretado la 'emergencia tecnológica'. No, no es el nombre de una novela distópica ni una app para avisar cuando el ... correo institucional se cae. Es la fórmula solemne que ha encontrado la administración para gestionar un caos que lleva días paralizando servicios públicos, bloqueando trámites y dejando a miles de ciudadanos en colas virtuales eternas.

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Una etiqueta rimbombante que, eso sí, permite activar la contratación exprés de recursos y servicios. Porque si algo puede arreglar los problemas tecnológicos, es una buena dosis de burocracia acelerada.

Según las autoridades, no ha habido ciberataque. Ni hackers rusos, ni norcoreanos, ni siquiera un estudiante entusiasta trasteando desde su cuarto en Telde. Lo que ha ocurrido, aseguran, es una 'cadena de fallos': corrupción de datos en los servidores virtuales que, como en un efecto dominó digital, ha dejado fuera de combate a 1.253 de los 5.000 servidores del Gobierno.

¿La causa? Nada tan sofisticado como un ataque externo: simplemente, sistemas sobrecargados y envejecidos que dijeron basta. Porque a veces la ineficiencia es más destructiva que cualquier malware.

Y, sin embargo, resulta difícil no sospechar. En pleno 2025, cuando hasta un frigorífico puede conectarse a la red y hacer un pedido online, cuesta creer que una caída tan masiva sea fruto solo del azar. ¿Y si lo que no se quiere reconocer es que la inteligencia artificial también ha llegado al cibercrimen, y que los sistemas de seguridad tradicionales ya no bastan para detectarla?

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Desde el Gobierno, se insiste en que esta situación es temporal y que servirá como catalizador para una administración más moderna y resiliente. Aunque, de momento, lo único que moderniza la emergencia es la frustración de quienes dependen de los servicios públicos para trabajar, estudiar o simplemente vivir con normalidad.

Pero la pregunta persiste: ¿de verdad no hay ciberataque? ¿O es que los atacantes han perfeccionado tanto sus métodos que sus huellas digitales son ya invisibles para los sistemas tradicionales? Porque la inteligencia artificial no solo está revolucionando las empresas y las industrias: también está transformando la forma en la que se cometen delitos digitales. Y los hackers, siempre atentos a las nuevas oportunidades, la han convertido en su mejor aliada.

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La IA permite ahora lanzar ataques personalizados, invisibles, masivos y automatizados. Los sistemas de ciberseguridad basados en reglas ya no son suficientes, porque los ataques cambian de forma, se adaptan y evolucionan con cada intento.

Un correo de phishing ya no es un texto mal traducido con enlaces sospechosos: puede parecer un mensaje auténtico de tu jefe, de tu banco o incluso de tu propia familia. El malware, por su parte, puede camuflarse, replicarse y rediseñarse en segundos. Y los deepfakes añaden otra capa de sofisticación, permitiendo que los timadores se presenten con la voz y el rostro de alguien en quien confías.

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La IA ha democratizado el cibercrimen. Basta con una búsqueda rápida en foros de la dark web o un canal de Telegram para encontrar modelos de lenguaje entrenados para atacar. Mientras las empresas invierten millones en reforzar sus sistemas, basta una tarjeta prepago para lanzar una ofensiva digital eficaz y anónima.

Pero, la misma inteligencia artificial que amenaza los sistemas puede ser su salvación si se usa correctamente. Las plataformas de ciberseguridad basadas en IA permiten detectar comportamientos anómalos en tiempo real, automatizar respuestas a incidentes y reducir el tiempo de reacción de horas a segundos. Algunas incluso anticipan posibles vulnerabilidades antes de que sean explotadas.

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El uso de la IA en ciberseguridad requiere vigilancia constante, actualización continua y, sobre todo, no caer en la falsa sensación de seguridad. Porque un sistema automatizado que no se revisa puede acabar ignorando amenazas reales o bloqueando comunicaciones legítimas. La clave está en el equilibrio: aprovechar la velocidad y precisión de los algoritmos sin dejar de lado el juicio humano y la estrategia.

Y aquí es donde entra la gran contradicción institucional. Mientras los discursos oficiales hablan de 'transformación digital', de 'automatización' y de 'inteligencia artificial al servicio de la ciudadanía', la realidad demuestra que ni siquiera se garantizan las condiciones mínimas para que los sistemas funcionen con normalidad.

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Se firman convenios, se organizan congresos y se presentan planes estratégicos, pero basta una corrupción de datos en un centro de proceso para que toda la infraestructura se venga abajo. Y lo peor: sin un plan de contingencia claro, sin copias de seguridad eficientes y con una dependencia excesiva de unos pocos técnicos desbordados.

Antes de soñar con una administración pública gestionada por IA, quizás convendría empezar por lo básico: sistemas estables, procedimientos claros y backups que funcionen. Porque si algo nos enseña esta 'emergencia tecnológica' es que, en el mundo digital, el desastre no siempre llega en forma de ciberataque. A veces basta con años de desidia y un par de discos corruptos.

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