Mientras en el Congreso se tiran los trastos a la cara con cualquier excusa, unas veces por la Vuelta Ciclista a España, otras por los ... posibles casos de lawfare, en la calle andan bastante más preocupados por problemas como el de la vivienda. Al hilo de esta inquietud empiezo a escuchar en tertulias y en redes sociales un runrún cada vez más insistente: aquel que pone sobre la mesa la existencia de la llamada brecha generacional.
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Esta expresión busca visibilizar esa especie de abismo existente entre las condiciones que disfrutaron y disfrutan, de media, los llamados baby boomers, aquellos que nacieron entre los años 50 y 60 del siglo XX y que en España incluiría hasta los que vieron la luz en 1977; y las de todos los que vinieron después, sobre todo de los 90 en adelante. Aunque toda generalización es mala, parece obvio que existe. A estas alturas, me consta que pese a pertenecer al mismo sector, hay padres que a su misma edad percibían bastante más salario que sus hijos. Y también los datos prueban que antes se tardaba menos años y menos sueldos en pagar una casa que ahora.
Lo que me preocupa es que, una vez más, esto se convierta en causa para otra trinchera, de esas que tanto gustan hoy en día. Ya hay publicados varios ensayos que plantean este escenario cual batalla intergeneracional, entre una juventud sin perspectivas y una población jubilada y jubilosa. Como si los segundos tuvieran alguna culpa de los platos rotos de los primeros. Los baby boomers se han ganado las condiciones por las que tanto lucharon. A los que llegamos después, todo nos vino más fácil y es posible que no hayamos sabido pelearlo. La viga, como un castillo de grande, está en nuestros ojos.
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