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Del director

Ahí si que Canarias tiene un límite

Ojalá el escándalo político en torno a la conducta claramente impropia de Matos no impida ver el bosque

Francisco Suárez Álamo

Las Palmas de Gran Canaria

Miércoles, 21 de mayo 2025, 23:12

Mientras seguimos debatiendo en torno a si hace falta o no darle la vuelta al modelo económico de las islas como si de un calcetín ... se tratara, quizás valdría la pena detenerse un segundo y mirar hacia la actualidad para ver que en ella sobresalen aspectos que también están relacionados con el turismo y la convivencia, pero sobre los que pesa un manto de silencio. Me refiero a lo que subyace en el escándalo en torno a la reunión del expresidente del Parlamento canario, vicepresidente segundo de la Cámara y dirigente socialista Gustavo Matos con varios investigados por una presunta trama delictiva.

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En la mesa de una cafetería estaban con Matos, entre otros, un empresario al que se relaciona desde hace años con la delincuencia de mayor o menor vuelo en el sur de Tenerife y un inspector de Policía que lo mismo es cuestionado por sus compañeros que también él los cuestiona. Alrededor de ambos gira lo que sucede en el sur de esa isla, su emporio turístico por excelencia: negocios turbulentos, trapicheo de droga, presiones sobre políticos y gestores públicos, con el añadido incluso de un partido -Fuerza Canaria- presidido por el propio Mohamed Derbah. Por si fuera poco, el cuadro se completa con un subdelegado del Gobierno que se sienta con el empresario de origen libanés por su condición de representante de otro país, por más que esa condición haya sido comprada 'al peso'.

No es la primera vez que sobre la zona turística de Tenerife pesan las sospechas de que todo lo que se mueve está controlado por cuatro o cinco personas que viven en los linderos de la legalidad. Derbah es lo que es porque fue lo que fue con el británico John Palmer. Pero ambos no son una excepción: por la zona han pasado mafiosos italianos, balcánicos y rusos... como se ve, lo más selecto de la ilegalidad internacional.

Eso, que tanto daño hace a un destino turístico y a la convivencia, no puede convertirse en parte del paisaje y no debe ser normalizado. Como tampoco que en las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado haya luchas intestinas que derivan en venganzas y, sobre todo, en la impresión de que la seguridad depende de intereses privados y no del bien común.

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Ojalá el escándalo político en torno a la conducta claramente impropia de Gustavo Matos no impida ver el bosque. Ese en el que hay que entrar a saco para que lo ocurrido sea el punto final. Que el turismo debate tener un límite está por ver, pero que nuestra paciencia con estas cosas se ha desbordado, es más que evidente.

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