Pólvora metafórica para la penúltima línea roja
Y en una desconcertante situación para toda la ciudadanía sin excepción en la que, de un día para otro, no se acaba sabiendo quién realmente debe pedir perdón a quién, dada la discursiva y gestual tinta de calamar empleada
Remember, remember, the fith of November, gumpowder, treason and plot' («Recuerda, recuerda, el cinco de noviembre: pólvora, traición y complot»). Desde hace más de cuatro ... siglos, el Reino Unido celebra su conocida como 'noche de Guy Fawkes' o 'noche de las hogueras y de los fuegos artificiales' en conmemoración de su particular Día de Acción de Gracias en el que se enmarca la rima popular que da inicio a este artículo.
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En dichos festejos se celebra y recuerda, cada noche del 5 de noviembre, el fallido intento de atentado en misma fecha del año 1605 contra el Parlamento británico por parte de un grupo de ingleses católicos que, aprovechando la sesión parlamentaria inaugural en Westmisnter a la que acudiría el monarca protestante Jacobo I, pretendían hacer volar con pólvora todo el edificio, acabar con al rey y sustituirlo entonces por un jefe de Estado católico.
Sin embargo, gracias a una misteriosa carta que un noble inglés, Lord Mounteagle, había recibido unos días antes alertándole de que su vida corría peligro si asistía a dicha sesión inaugural en la también conocida como Cámara de los Lores, se pudo detener a tiempo el regicidio planeado por el grupo de opositores católicos. Siendo Guy Fawkes, -militar anglosajón que incluso había participado junto a los Tercios Españoles en la Guerra de los Ochenta Años-, a quien en primer lugar pillaron in fraganti con, nada más y nada menos, que 36 barriles de pólvora preparados para reducir a escombros el Parlamento y alrededores.
Dicha cantidad de pólvora era de tal potencial magnitud que un estudio llevado a cabo en 2003 por el Centro de Estudios sobre Explosivos de la Universidad de Aberystwith (Gales) determinó que, de haber explosionado toda esa dinamita, los efectos devastadores de la detonación hubieran supuesto la destrucción total en un radio de 35 metros; la de muros y tejados en un radio de 90; y la de ventanas en un radio de ¡800 metros! en un año de 1605 en que se estima la población de Londres rondaba los 200.000 habitantes, cifra irrisoria considerando sus actuales nueve millones de vecinos y vecinas.
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Cinematográficamente hablando, una atractiva versión -eso sí, moderna- de la también llamada 'conspiración de la pólvora de 1605' se puede degustar visionando la película 'V de Vendetta', con Natalie Portman, John Hurt y Hugo Waeving como protagonistas de una conspiración futura en la que, en lugar, de católicos y protestantes, los enfrentados son en esta ocasión un gobernante partido ultraconservador y fascista de nombre 'Fuego Nórdico', y una población que ansía la libertad, y por la cual lucha desde las sombras un misterioso anarquista que utiliza una máscara que rememora al personaje histórico de Guy Fawkes.
Esa máscara, querido lector o lectora, de color blanco, pómulos rosados, y pronunciadas alargadas cejas y fino bigote mosqueteril negro que seguro le viene rápidamente a la mente si la asocia al término de 'hacker' o pirata informático. O también, en su versión más españolizada, a la utilizada por los asaltantes al Banco de España en esta también fantástica producción televisiva de «La casa de papel».
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Un asalto -por cierto- no al Banco, pero sí a la configuración y estructura de nuestra hasta ahora garantista, constitucionalista y democrática España que, de no priorizar nadie sentido común y respeto institucional antes que empecinamiento gubernamental, bien pudiera tener un nuevo singular episodio (al menos en términos de valores y de mínima catadura moral que se presupone a cualquier gobernante o representante digno) el próximo día 5, no de noviembre y sí de septiembre.
Fecha de inicios del mes nueve en la que, en ocasión del habitual solemne acto de apertura del Año Judicial, todo apunta vayan a coincidir 'sí o sí' en la correspondiente mesa presidencial de autoridades, Su Majestad Felipe VI; la presidenta del Tribunal Supremo, María Isabel Perelló Doménech; y el Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz. Además de Félix Bolaños como ministro de Justicia.
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Exactamente la misma imagen ya de por sí tensionada del pasado año 2024 por motivo, entre otros, de la aplicación de la amnistía a los golpistas independentistas finalmente aprobada moneda de cambio para la llegada de Sánchez a La Moncloa, pero esta vez con un añadido y con una notable diferencia: la reciente huelga de la magistratura, y la presumible y previsible próxima apertura de juicio oral por el Supremo al mismísimo Fiscal General por un supuesto delito de revelación de secretos y datos reservados en el caso también judicializado de la actual pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Toda una nueva anormalidad constitucional y excepcionalidad democrática (en el caso de quien desde el ministerio fiscal debe promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, siendo juzgado) que, aún en el absoluto respeto del derecho fundamental de cualquier persona respecto a su presunción de inocencia, no por ello va a dejar de provocar una situación de lo más embarazosa en dicho acto oficial -de los más relevantes en nuestro país-, y una nueva imagen pésima de España en el exterior en cuanto a la pérdida paulatina de credibilidad de toda índole y al progresivo deterioro de valores democráticos.
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Ello, lógicamente, con la incomprensible aquiescencia del Gobierno central (que es de «quien depende la Fiscalía») ahora a punto de cruzar una nueva línea roja. Y en una desconcertante situación para toda la ciudadanía sin excepción en la que, de un día para otro, no se acaba sabiendo quién realmente debe pedir perdón a quién, dada la discursiva y gestual tinta de calamar empleada.
Una expresión, 'cruzar la línea roja', que tiene su origen en un acuerdo petrolero de 1928 conocido como el 'Acuerdo de la Línea Roja' que establecía límites territoriales a la explotación petrolífera en Oriente Medio. Y que pasó a adquirir significado metafórico para referirse a un límite o punto de no retorno en cualquier ámbito de actuación.
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Una línea roja que, a conveniencia política para auparse a la presidencia, supuso por ejemplo que Sánchez se desdijera a sí mismo respecto a la inconstitucionalidad de la amnistía; o respecto a que no dormiría tranquilo con Pablo Iglesias y Podemos en su gobierno; o respecto a su tajante «nosotros tenemos una línea roja que es la defensa de la Constitución española, y si quiere lo digo cinco veces durante la entrevista: con Bildu no vamos a pactar». Entre otros 'o respecto a', en clara demostración del uso de tinta invisible (o de calamar) para el marcado de esas líneas rojas que se juró y perjuró nunca se cruzarían.
Tinta invisible, por cierto, diametralmente opuesta a la tinta negra que siguen empleando medios de comunicación británicos como el Financial Times informando acerca del creciente aislamiento internacional del presidente español; o como 'The Economist' proclamando incluso que «para restaurar la fe en la democracia española, el presidente del gobierno debería asumir su responsabilidad y dimitir, no habiendo ninguna razón para que siga en el cargo».
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Y ya que hacíamos referencia a una cuestión histórica a la vez que festiva del Reino Unido como esa de la noche de las hogueras y de los fuegos artificiales, ni que estuvieran estos medios de comunicación con sede en Londres conspirando con más y más pólvora metafórica y periodística. Algunos seguro argumentarán que a los susodichos se les ve el plumero. O quizás la máscara.
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