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Efe

Yo vi a mi pueblo tirarse al mar

Una crisis migratoria respecto a la que hasta la mismísima misión de la Unión Europea casualmente presente en El Hierro el día de la tragedia se sigue preguntando por qué Pedro Sánchez no solicita a la UE mucha mayor presencia del Frontex (la policía de fronteras comunitaria) en las islas

David Morales Déniz

Diputado autonómico del Partido Popular de Canarias. Director de empresas y organizaciones turísticas

Sábado, 31 de mayo 2025, 10:11

Finales de 2020. El cierre de fronteras en todo el mundo y la devastación económica causada por la Covid-19, provocan que la 'ruta canaria' ( ... la más peligrosa, pero la menos vigilada) se convierta en la vía irregular de escape más anhelada para miles y miles de personas migrantes procedentes especialmente del África subsahariana.

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En su huida de la miseria, del hambre, de la violencia, del terrorismo y de las guerras intestinas que asolan África, lanzarse al bravío Atlántico en una patera o en un cayuco con el objetivo puesto en pisar tierra europea, es como abrir la puerta para salir del infierno y entrar al paraíso.

De repente, las playas de Guinea, Gambia, Senegal, Mauritania o Marruecos se convierten en lanzaderas de personas tirándose al mar dentro de una riada de barcazas que, puestas en fila de a una, bien pudieran haber conformado un puente físico de unión entre la costa occidental del continente hermano y nuestras islas. O, para ser más precisos, entre dicha costa y el muelle de Arguineguín.

Estudios lingüísticos apuntan a que el topónimo de Arguineguín bien pudiera tener el significado aborigen de 'aguas tranquilas'; o que bien pudiera relacionarse con el nombre del guanartemato de esa zona del sur de Gran Canaria; o surgir de la expresión prehispánica 'los árboles argán de allí' (un tipo de árbol tradicional del suroeste de Marruecos).

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Sea cual fuere su origen toponímico, lo que jamás pudimos imaginar los canarios, no sólo fue que Arguineguín acabara siendo mundialmente conocido como 'el muelle de la vergüenza'. Sino, aún peor, que desde Moncloa alguien decidiera convertirlo en una injustificada e inmensa celda al aire libre sin cédula de habitabilidad, con unas pocas carpas y baños portátiles para las casi 2.500 personas migrantes que llegaron a estar hacinadas durante días, semanas y meses en un espigón de cemento de poco más de 400 metros de longitud. Denunciado hasta por el Defensor del Pueblo.

Sobra describir todo lo que allí lamentablemente aconteció, aunque nunca habrá que dejar de agradecer a ONGs, Cruz Roja, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Salvamento Marítimo, sanitarios, voluntarios y vecinos el esfuerzo y sacrificio con el que se desempeñaron –impacto emocional incluido- para que esos miles de migrantes estuvieran lo mejor atendidos posible.

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Pero tampoco está de más recuperar alguna que otra noticia periodística que, alejada de las archiconocidas cabeceras de referencia, sí que vino a realizar entonces una descripción precisa de la causa de aquella vergonzante situación: «La reactivación de la denominada ruta atlántica sorprendió al gobierno de Pedro Sánchez y se evidenció la descoordinación de los ministerios encargados de gestionar la crisis a la hora de ofrecer una solución digna a las miles de personas que llegaban al archipiélago». De noticiasdenavarra.com. Y de cirujana precisión descriptiva, válida tanto para aquel entonces como para ahorita mismo, de tan rabiosa actualidad.

Pocas semanas antes de las extrañas campanadas de fin de año que daban la bienvenida a un pre-vacunal 2021, y dado el hartazgo institucional y social isleño provocado por el lamentable despropósito del gobierno central de mirar para otro lado, el consistorio moganero -cuyo muelle mutó en vergüenza para la Humanidad, rabia e impotencia para Canarias, y anecdótico para Sánchez y adláteres acérrimos- tomó la decisión de trasladar en guaguas a unos 200 de aquellos sufridos migrantes, desde el muelle de su municipio hasta la plaza de La Feria, sede de la delegación del gobierno de España.

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En cuestión de minutos, nuestro más que arraigado espíritu isleño –siempre latente- se materializó espontáneamente en decenas de vecinos de Las Palmas capital «tirándose al mar de la solidaridad» llevando bolsas de comida y mantas a todas esas personas que, en simbólica representación del otro par de miles que seguían literalmente apiladas en Arguineguin, llegaban a la ciudad sin tener nada que comer y nada con lo que abrigarse para pasar la noche a la intemperie.

En esas mismas fechas de final de 2020, el Atlántico lucía calmado y sosegado. Pero la roca volcánica bajo el agua de la costa lanzaroteña fue la trampa que no pudo ver la patera de madera que, al acercarse en demasía, se resquebrajó y volcó. Gritos desesperados que se ahogaban en la oscuridad de la noche conejera. Y los 325 vecinos de Órzola que se abalanzaron sin miedo alguno contra el peligro que corrían aquellos migrantes, aún les fuera la vida en ello.

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La mayoría formó una cadena humana para convertirse en cuerda de salvación. Otros trataban de iluminar la zona con la ínfima luz de sus teléfonos móviles para convertirse en luz de salvación. Y otros valientes orzolanos más se tiraron al mar para convertirse en tabla de salvación. A pesar de que ocho de los migrantes fallecieron, la también inmensa solidaridad del pequeño pero bravo pueblo pesquero fue capaz de salvar 28 vidas.

Si la máquina del tiempo de vida les ha permitido viajar desde aquellos estertores de 2020 hasta mayo de 2025, vendrán a coincidir conmigo en que, por desgracia, lo único que ha variado es el salto espacio-temporal del término 'vergüenza' que, desde el muelle de Arguineguín -y pasando por los de Los Cristianos, Los Mármoles, Gran Tarajal, Playa Blanca o Arrecife-, ha pasado a designar desde hace ya demasiados meses al pequeño muelle herreño de La Restinga.

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En esta semana de celebración de nuestro Día de Canarias, la enésima luctuosa tragedia migratoria que baña nuestras costas ha generado mayor impacto y shock emocional si cabe al haber sido retransmitida en directo por televisión, pensando con total seguridad los periodistas que simplemente iban a recoger el momento en que, una vez más, los ángeles custodios del océano que integran el equipo de la Salvamar procedían a desembarcar en La Restinga a los ocupantes de un nuevo cayuco.

Acertadamente (muestra de máxima rigurosidad y profesionalidad), informadores, cámaras y realizadores televisivos se percataron en cuestión de segundos de que una siempre peligrosa actuación técnica de desembarque de migrantes se había tornado inesperadamente en una tragedia en directo, con posible resultado de fallecidos, y hábilmente alejaron a tiempo la imagen para evitar captar primerísimos planos de posibles duras imágenes no deseadas.

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Pero no por ello dichas imágenes a prudente debida distancia dejaron de mostrar esa verdadera esencia de nuestra gente, de nuestro pueblo, de nuestras islas: la de la inquebrantable solidaridad isleña. Esa que bien podría tener como lema lo de 'todo, por todos, a cambio de nada'.

Miembros de Cruz Roja, de la Guardia Civil, de la Policía Nacional, de la Policía Local, del Servicio Canario de Salud, de voluntarios de ONG y de vecinos herreños luchando hasta la extenuación por salvar vidas a contrarreloj. Muchas vidas. De hombres, mujeres, niñas, niños y bebés. Y bien que lo lograron, con más de 140 supervivientes pudiendo pisar finalmente suelo de esa otra joya canaria de nombre El Hierro. Una isla es islas que no merecen seguir sufriendo esta terrible hecatombe humana.

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Una crisis migratoria respecto a la que hasta la mismísima misión de la Unión Europea casualmente presente en El Hierro el día de la tragedia se sigue preguntando por qué Pedro Sánchez no solicita a la UE mucha mayor presencia del Frontex (la policía de fronteras comunitaria) en las islas. Simple cuestión de (no) voluntad. La de un desnortado gobierno sanchista, alejado del PSOE constitucionalista, que ni siquiera cumple la reciente sentencia del Tribunal Supremo para la acogida de más de mil niños migrantes en Canarias que han pedido asilo en nuestro país.

Sí, es cierto. Por desgracia, se perdieron siete vidas en La Restinga. Pero, una vez más, yo vi a mi pueblo tirarse al mar.

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