Valle de los Caídos en el día de la exhumación a Franco. EFE

Con Franco nunca terminó la guerra

España era un país sin libertad para pensar ni para mantener su dignidad bajo el agobio de la represión

Diego Carcedo

Martes, 4 de noviembre 2025, 23:13

La proximidad del cincuentenario de la muerte de Franco es una oportunidad excelente para recordar que ese día terminó también la Guerra Civil que, además ... de medio millón de muertos, dejó a España dividida y bien podría decirse que encarcelada. Había excepciones de personas que deificaban a su figura y aprovechaban el tiempo para disfrutar de los beneficios de aquel drama nacional junto a las ventajas de servir a un régimen que despertaba odios y se empeñaba en olvidar.

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La conmemoración del final de la guerra en 1939 era una pantomima que la inmensa mayor parte de los españoles no podían creerse por mucho que se celebrara. Hasta el último día de la agotada vida del dictador -y no cabe hablar de alegría porque es una palabra incompatible con la de la muerte-, España era un país sin libertad para pensar ni para mantener su dignidad bajo el agobio de la represión. El dictador vivió y se despidió con nuevas ejecuciones y dejando por los suelos nuestra imagen de crueldad ante el resto del mundo.

Una parte, millares de españoles sufrían mientras continuaban viviendo en el exilio por ser considerados como delincuentes, simplemente por haber defendido sus ideas legítimas y sin exponerse a regresar ante la condena que les esperaba. La memoria nos recuerda a los intelectuales, artistas y emprendedores que tuvieron que desarrollar sus méritos a nivel internacional sin aportarlos a la riqueza internacional de España sin que fuesen reconocidos, a menudo silenciados. Desde Picasso a Severo Ochoa, por citar algunos entre tantos ilustres que han dejado su condición española como privilegiados de la historia universal del pasado siglo.

Pero la vergüenza y el sufrimiento de los centenares de miles de refugiados en otros países donde se les proporcionaba hospitalidad y ayuda para seguir adelante, no exime de dificultades y penurias de los que permanecían en España, muchos encarcelados durante décadas, otros forzados a emigrar intentando librarse de la miseria y no pocos los deseosos de tropezar con la imposibilidad de huir en busca de otros horizontes sociales a los que el Régimen tenía prohibidos.

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España, un país con tanta historia, fructífera cultura e idioma universal, vivía en el más absoluto aislamiento. Bastaba mirar al pasaporte, que tanto costaba conseguir, para sentir sus limitaciones que incluían una larga retahíla de naciones a las que los españoles teníamos vetado viajar. Eran países con los que no existían relaciones diplomáticas ni la más mínima intención de establecerlas. Franco apenas viajó al extranjero, quizás porque sabía que seria mal recibido, y a España los visitantes que llegaban era los dictadores con los que se sentía identificado y hasta lo admiraban, como Rafael Trujillo, Alfredo Stroessner o Haile Selassie.

Tampoco nuestro país tuvo participación alguna en la creación de las organizaciones internacionales, en la ONU no fue aceptado, no se incorporó hasta 1955 y en la Unión Europea y la Alianza Atlántica ya en la democracia. Dwight D. Eisenhower, el presidente de los Estados Unidos, fue la gran excepción de una visita democrática, en 1959, y con motivo de poco orgullo para el Régimen. Era el héroe de la Guerra Mundial, si, pero a su presencia siempre reconoció que respondía al pragmatismo norteamericano, que tenía como objetivo la concesión de las bases militares de las cuales algunas se mantienen activas.

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