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Un cartel a favor de la unidad en la frontera invisible que divide la República de Irlanda con Irlanda del Norte. Virginia Carrasco
Viaje a la frontera invisible: Bruselas aguanta el pulso británico por Irlanda

Viaje a la frontera invisible: Bruselas aguanta el pulso británico por Irlanda

Domingo, 24 de octubre 2021

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Ni controles, ni señales de 'Welcome'. Nada en la carretera que une Dundalk (República de Irlanda, mercado único) con Newry (territorio británico) indica que se ha cruzado de un país a otro. Solo el cambio de kilómetros a millas y algunos carteles en contra del Brexit o a favor de la unidad de la isla reflejan la frontera invisible por la que cada día pasan unos 35.000 ciudadanos para ir a trabajar o a hacer compras.

No tienen que sacar sus pasaportes ni rendir cuentas de lo que transportan, porque el divorcio británico de la Unión Europea incluyó un Protocolo para evitar una frontera física a lo largo de esos casi 500 kilómetros que dividen la isla.

Bajo el acuerdo, Irlanda del Norte sigue vinculada al mercado único y, por tanto, sujeta a las reglas comunitarias. A cambio, los controles se realizan en los puertos norirlandeses. Así se intenta evitar que los productos que viajan de Gran Bretaña a Irlanda del Norte acaben en territorio europeo (a través de la República de Irlanda) sin las revisiones fitosanitarias pertinentes.

«Paso todos los días por aquí varias veces y no creo que las tensiones acaben por levantar una frontera física». El conductor del autobús que nos lleva de Dundalk a Newry se muestra convencido de que el último pulso de Boris Johnson a Bruselas, amenazando con hacer saltar por los aires el protocolo, no se inclinará a favor del primer ministro británico.

No tiene ganas de hablar de lo que ha supuesto el 'brexit' para él, pero -fiel reflejo de la amabilidad de los irlandeses- tampoco le importa que le preguntemos, o que fotografiemos el camino por el que nos lleva a territorio británico, junto a escolares y ciudadanos de ambos lados de la frontera.

«Muchas fábricas en Londres andan cortas de personal y eso afecta a toda la cadena de producción»

Esa sensación de calma es la que también evidencian los empleados de una farmacia del norte y de una pequeña frutería instalada en el Mercado Central de Newry. Sus principales proveedores son locales o irlandeses, por lo que no dependen tanto de lo que llega de Gran Bretaña para abastecerse.

«Hubo más problemas al principio del 'brexit', con las baldas de los supermercados vacías, pero ha ido mejorando. Tampoco es complicado conseguir carne, aunque pensamos que tendremos más problemas de cara a la Navidad, cuando sube la demanda de pavos». Niamh trabaja en una popular carnicería en el centro de este pueblo situado a unos 50 minutos de Belfast. Desde el local Downey's Butcher & Deli relata cómo en las regiones más al norte de la isla pueden haber tenido más problemas, que el pasado abril se vieron reflejados en un repunte de los altercados callejeros que despertaron los fantasmas de los años más duros de violencia.

Al salir del trabajo, y mientras en el interior su padre sigue trabajando los pollos y salchichas de los escaparates, Niamh nos acompaña con su coche hasta algunos puntos del condado en los que sigue quedando patente el galimatías político que siempre ha rodeado a la región. Hay carterles de partidos que abogan por la unidad de la isla, por el referéndum. Y queda algún rastro -los menos- contra el 'brexit'. Al fin y al cabo, hay que recordar que a este lado de la frontera el 56% de la población votó por quedarse en la Unión Europea en el referéndum de 2016.

«Estoy en contra del 'brexit', particularmente por la cercanía de Irlanda a Reino Unido. Pero no soy solo yo; la mayoría de la gente del Norte de Irlanda estamos en contra, el Gobierno no nos representa», comenta Kevin, que coincide con esa visión que apunta a que en zonas como Belfast la situación es algo más complicada. Más pegados a la frontera, las cosas parecen distintas y se alejan mucho de la crisis de suministros que en las últimas semanas ha dejado imágenes de largas colas en las gasolineras de Gran Bretaña, peleas o estantes vacíos en los supermercados.

Eso sí, todos coinciden en que las consecuencias del 'brexit' se han dejado notar en una subida de precios que se ha acentuado con la escasez de mano de obra tras el divorcio. «Muchas fábricas allí andan cortas de personal y eso afecta a toda la cadena de producción», aseguran.

La Comisión Europea es consciente de que el Protocolo de Irlanda no es la panacea para facilitar el comercio en la zona. No les pilla de sorpresa. «Boris Johnson ha vendido que la salida iba a ser todo beneficios y ninguna desventaja, pero la UE siempre ha dejado muy claro que la retirada implicaba ser un tercer país a todos los efectos», indica Inmaculada Rodríguez-Piñero, eurodiputada por el PSOE.

El mensaje es que Europa no hará nada que pueda poner en peligro la paz social en Irlanda. De ahí que su última oferta incluya una rebaja del 80% en los controles de mercancías y una mayor flexibilidad para abordar los complicados papeleos burocráticos. Pero Johnson quiere ir más allá. Ahora exige una modificación drástica del protocolo que ellos mismos firmaron y que entró en vigor de forma oficial en enero de 2021.

Entre otras cosas, y además de eliminar la aduana entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte, plantea que si los comerciantes declaran que los productos se quedan en la provincia británica, no deben pasar ningún tipo de control. Algo con cierto sentido si no fuera porque el primer ministro ha inclumplido muchos de los puntos pactados con Bruselas. Fuentes consultadas lo reconocen: «Es una persona poco fiable». Así que la Unión Europea no quiere arriesgarse a dejar toda la zona libre de paso, ante el riesgo de que esos productos lleguen finalmente al mercado único, sin controles, vía Irlanda del Norte.

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Pero el punto más polémico, y por el que la Comisión no está dispuesta a ceder ni un ápice, es la intención de Downing Street de que Irlanda del Norte quede fuera del control del Tribunal de Justicia de la UE (TJUE), que es, entre otros, el que vigila que los pactos del 'brexit' se cumplan.

Esta posibilidad es inasumible para Bruselas. Una línea roja en la que ya empiezan a aparecer posiciones más duras frente a las exigencias británicas. «Si aceptamos una ruptura del protocolo no sé dónde quedaría el proyecto europeo. Se pueden flexibilizar los controles, pero eliminarlos es imposible. Los pactos están para cumplirlos», resume el eurodiputado popular José Manuel García-Margallo. «El entorno es muy delicado y lo importante es llegar a un acuerdo, porque sería sembrar un precedente muy peligroso: tenemos 45 acuerdos de asociación con terceros países», recuerda.

En el mismo sentido se manifiesta el eurodiputado por Ciudadanos Jordi Cañas, que cree que la situación actual es la consecuencia de «construir un argumento político desde una mentira». A su juicio, la Unión Europea mantendrá a partir de ahora una posición flexible pero firme, donde el objetivo será asegurar que Irlanda del Norte no se convierta en una zona de paso libre de las exportaciones británicas a la UE.

«El límite es que no vamos a negociar un nuevo Protocolo y si Reino Unido decide abandonarlo tendrá consecuencias, y no solo porque se alimente el conflicto en Irlanda del Norte», advierten desde la Comisión.

La pelota ahora está en el despacho de Boris Johson, presionado políticamente por los unionistas para romper el acuerdo. «Hemos sido muy generosos con el Protocolo de Irlanda del Norte para no perjudicar las relaciones, pero tenemos un límite», insisten desde Bruselas. Es decir, habrá represalias si Johnson decide anular de forma unilateral el pacto norirlandés. «La frontera, o la pones en el mar o la pones en la tierra, pero deben ser conscientes del problema político que se desataría para los ciudadanos de Irlanda del Norte dividiendo de forma física la isla», indican.

Tienen claro que Europa no será la que rompa la baraja. Pero ya no descartan nada. Ni siquiera que Johnson active el famoso artículo 16 del protocolo que permite tanto al Reino Unido como a la UE adoptar medidas de forma unilateral si su aplicación «da lugar a graves dificultades económicas, sociales o medioambientales que puedan persistir o desviar el comercio». Aun así, ese artículo no da derecho a suspender todo el acuerdo por completo. Solo a tomar medidas puntuales permitiendo a la otra parte tomar las suyas propias de forma proporcional. Y todo sujeto a un arbitraje independiente.

«Si me preguntas hace unos mese, te diría que es imposible que algo así ocurra... pero la experiencia de los últimos tiempos en las negociaciones con Londres nos demuestra que tampoco es algo descabellado», aseguran fuentes consultadas.

No se trata solo de presionar a Bruselas. La intención de Boris Johnson con su último pulso comercial sería ganar en simpatía de votos en un momento en el que partidos como el Sinn Fein siguen subiendo como la espuma al calor de una propuesta para un referéndum por una Irlanda unida. Y, por lo que se comenta en algunos barrios, la sensación que empieza a calar en Irlanda del Norte también es que Downing Street está usando el territorio para sus propios objetivos políticos.

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