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Unir EE UU, la prio­ri­dad de Bi­den

Unir EE UU, la prio­ri­dad de Bi­den

Na­da ur­ge tan­to co­mo acen­tuar el sim­bo­lis­mo de ser el pre­si­den­te de to­dos, a la es­pe­ra de que los re­pu­bli­ca­nos sean ca­pa­ces de re­con­du­cir los mo­vi­mien­tos an­ti­sis­te­ma en lu­gar de ca­bal­gar so­bre ellos

Sábado, 16 de enero 2021

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Joe Biden nunca había pensado que juraría el cargo de presidente de Estados Unidos en una situación tan difícil. Hace un año, en su tercer intento de ganar las elecciones, se proponía cohesionar al partido y simplemente convertir a Donald Trump en una anomalía histórica. Aspiraba a cerrar un paréntesis de transgresiones, desgobierno y demagogia populista en la Casa Blanca y dejar atrás la peor presidencia del siglo XX. A Biden no le movía tanto la ideología como el deseo de culminar casi medio siglo de servicio público, siempre defendiendo las ideas menos escoradas de los demócratas, con pragmatismo y sin grandes elaboraciones intelectuales. La derrota de los republicanos el pasado 3 de noviembre en el Ejecutivo y en las dos Cámaras legislativas puede resultar engañosa, porque el país está tercamente escindido en dos mitades y atravesado por peligrosas divisiones, no solo ideológicas, sino también raciales, geográficas y socioeconómicas.

Estados Unidos sufre desigualdades crecientes, por el efecto combinado de la globalización y la revolución digital. La movilidad social se ha atascado y el distrito postal en el que uno nace determina más que ningún otro factor las posibilidades de progresar. Biden sabe que no tiene un amplio mandato popular para transformar el país, por mucho que haya logrado una ventaja de siete millones de votos sobre su rival. Desde que empezó a preparar la transición desoye los cantos de sirena a su izquierda y ha dejado de lado las propuestas del populismo demócrata. La combinación de desconfianza extendida hacia las instituciones democráticas, propagación del pensamiento conspiranoico y polarización máxima hace que su presidencia de cuatro años pueda resultar estéril. Además, el veterano político llega a la Casa Blanca con las energías justas. Es consciente de que solo debe atender una prioridad, comenzar la labor hercúlea de unir al país, ser el 'healer-in-chief', el líder que se eleva por encima de los partidos y da los primeros pasos en el largo camino para superar un fraccionamiento social peligroso.

Las urgencias de luchar contra la pandemia descontrolada con una estrategia clara y todos los medios disponibles y de lograr la recuperación económica son ineludibles, así como volver a la escena internacional de forma constructiva, restaurar los pactos y ocupar los espacios tras un repliegue aislacionista. Pero nada es tan esencial como acentuar el simbolismo de ser el presidente de todos, a la espera de que el partido republicano sea capaz de frenar los movimientos antisistema en vez de cabalgar sobre ellos.

Antes de la llegada de la pandemia, Donald Trump tenía muchas posibilidades de ser reelegido. Había superado el primer 'impeachment' o juicio político planteado y la situación económica favorable le propulsaba hacia un segundo mandato. El sistema electoral arcaico previsto en la Constitución de 1787, le favorecía, gracias la elección indirecta a través de votos electorales, lo que hoy en día da ventaja a los estados poco poblados de mayoría republicana.

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Pero Trump fracasó en la lucha contra el coronavirus, restándole importancia y negándose a movilizar todos los recursos del gobierno federal. La pregunta más importante de la campaña no fue la situación económica, gravemente afectada por los efectos de la pandemia, sino la pericia del presidente en la gestión de la crisis sanitaria. Uno de cada cinco votantes republicanos ocultó sus preferencias en las encuestas y el resultado en los llamados 'Estados de batalla' o decisivos resultó mucho más ajustado de lo previsto. Trump decidió no reconocer la victoria de Biden y fabricar un relato victimista con el que seguir liderando a los republicanos. Un 77% de ellos creen que hubo fraude electoral, por mucho que sesenta tribunales hayan determinado que no existen pruebas. Un 45% aprueban el asalto al Capitolio instigado por Trump y piensan que el presidente electo no debería jurar su cargo.

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La responsabilidad del presidente saliente al incitar la gravísima insurrección del día de Reyes justifica tanto su incapacitación como un segundo 'impeachment' o su expulsión de las redes sociales. Sobre esta última medida, las grandes tecnológicas podían haber tomado esta decisión hace cuatro años. No faltaban evidencias de un discurso trumpista a favor de la violencia, el racismo, la discriminación de las mujeres, los inmigrantes y los minusválidos, etc. Pero estas empresas han esperado a que cambie el viento de la política en Washington. El problema sigue siendo que no están claros los estándares que usan estos actores privados para limitar la libertad de expresión en casos límite. Improvisan sus decisiones, a veces por presiones externas, y no rinden cuentas de su ejercicio del poder. Hoy el debate político sucede en buena medida en las redes sociales, pero en Estados Unidos la resistencia cultural a la regulación (y a la fiscalidad), en especial de sectores muy innovadores, es algo común a los dos partidos.

No obstante, la nueva Administración Biden debe ver más lejos del merecido castigo a Trump, que como afirma Anne Applebaum pasará el resto de su vida ante los tribunales. Además, si triunfa el segundo 'impeachment', no podrá ser candidato presidencial en 2024, algo que hoy en día apoya más del 50% de los votantes republicanos. Y eso aunque la mayoría de ellos no estén de acuerdo con sus transgresiones. Buscan que sus valores, ideas y preferencias políticas estén representadas y tengan voz, frente a la visión del mundo multicultural y más pro Estado de los demócratas, instalada en las grandes ciudades y en las dos costas. El partido de Lincoln se ha ido escorando hacia la derecha desde el nacimiento del llamado 'Tea Party', que sembró de activistas radicales las televisiones y el ecosistema digital. Pero en estas semanas de transición empiezan a aparecer republicanos pragmáticos, movidos por un credo económico liberal o por su pertenencia a iglesias cristianas, preocupados con la crecida de los militantes dispuestos a pasar del boicot al sistema a la violencia contra las instituciones. Estos republicanos renacidos calculan que pueden perder muchas más elecciones si no atraen a más moderados e independientes.

La nueva Administración debe poner de su parte para debilitar al post trumpismo. La arrogancia y el sentimiento de superioridad de muchos líderes demócratas hace que los consensos parezcan imposibles. Por fortuna, Joe Biden es un político que ha dedicado su vida a negociar y llegar a pactos. Produce poco rechazo entre muchos grupos de votantes republicanos -trabajadores blancos, mujeres residentes en los suburbios, jubilados- y hasta ahora ha anunciado un gobierno más bien centrista.

Biden combina bien los rasgos de pragmatismo e idealismo que han definido a lo mejor de la política norteamericana desde los tiempos de George Washington. La elección de Kamala Harris como vicepresidenta y posible sucesora, frente a otras posibles candidatas más a la izquierda, es otra señal de realismo político.

AFP

En política doméstica, la lucha contra la pandemia y la recuperación económica son sus prioridades. Otros dos asuntos definirán su presidencia serán la lucha contra el racismo y el reto de crear mejores reglas del juego para las grandes empresas tecnológicas. El Tribunal Supremo, de clara mayoría conservadora gracias a los tres nombramientos de Trump, bloqueará algunas de las políticas impulsadas por los demócratas. Pero no irá tan lejos como presagian algunos. Su presidente, John Roberts, está llamado a lograr los equilibrios internos suficientes para garantizar que el tribunal más poderoso del mundo no pierda su prestigio.

En el plano internacional, la Constitución otorga al presidente extensos poderes. El giro será pronunciado, para reconstruir el poder blando o de atracción de la superpotencia y reparar el multilateralismo, sin renunciar a los tics proteccionistas ya anunciados en campaña. Biden volverá a dar importancia a la cooperación con los aliados -los europeos ya no tendremos la excusa de Trump- y pondrá en marcha una contención más racional y sistemática de China.

Biden ha prometido que no será un presidente demócrata o republicano, sino americano. Tal vez el momento más emotivo de la campaña fue su identificación con el espíritu del presidente F. D. Roosevelt en el balneario de Warm Springs, un liderazgo empático, optimista, humilde y con coraje ilimitado. Desde estos valores, consiguió cohesionar a los americanos, salir de la Gran Depresión y ganar la Segunda Guerra Mundial. El nuevo presidente acertará si sigue esta inspiración ante un panorama tan complicado. La medida real de un líder, escribe Robert Caro, «es lo que consigue hacer, teniendo en cuenta el tamaño de los problemas a los que se enfrenta».

Los datos

  • 81 millones de personas votaron a la candidatura de Joe Biden y Kamala Harris en las elecciones celebradas el pasado

  • 3 de noviembre en Estados Unidos. Biden se convertirá el miércoles en el presidente con más apoyo popular de la historia.

  • 74 millones de votos, el 46,9% de los emitidos, logró Donald Trump, con lo que se convirtió en el segundo candidato más votado de la historia del país, sólo por detrás de Joe Biden. Le sirvieron para lograr 232 votos electorales, muy lejos de los 306 de su rival demócrata.

  • Voto por clases sociales En 2016, Trump venció al imponerse entre las rentas medias y empatar en las altas. Biden, por su parte, ha acaparado el voto de los más pobres y las personas con ingresos medios, más numerosas.

  • 54% Los electores de centro, que no se identifican con demócratas ni republicanos, se decantaron hace cuatro años por Trump. Esta vez, la mayoría votó a Biden y sólo el 40% dio su respaldo al candidato republicano.

  • La raza sí que importa Aunque la mayoría de la población blanca siguió fiel al hasta ahora presidente, el margen de apoyo se redujo. Biden, por su parte, ha logrado recabar el apoyo de hispanos, afroamericanos y asiáticos.

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