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Es una mañana cualquiera y en las puertas de Mol Café ya hay un ritmo frenético. Lleno tanto en el interior como en la terraza, la gente espera paciente por su mesa, mientras que el equipo que lidera Matías Hernández atiende a todos con una simpatía sincera y con una eficacia admirable.
Estamos justo al parque Benito Pérez Galdós, en pleno barrio de Schamann. En una esquina de la calle Cádiz con Bailén, Mol Café es el lugar por el que la zona está tan animada, pues aquí viene gente de todas partes, cualquier día de la semana. Y vienen única y exclusivamente para tener esta experiencia, lo cual es bastante interesante.
«Abrí Mol Café en junio del 2020, aunque la intención era hacerlo antes, la pandemia lo cambió todo. Era un sueño que tenía, empecé yo solo, con mis bocadillos locos y mis zumos», recuerda Matías, que no imaginaba en esos comienzos que su idea acabaría siendo el lugar de referencia para desayunar en la ciudad.
Nada menos que siete empleados se enfrentan cada día a la movida rutina que existe en este garaje reformado y reconvertido en el paraíso de los desayunos. «Viene gente de toda la isla, turistas, visitantes de cruceros... es una auténtica locura. El secreto es la constancia y el cariño. Disfruto haciendo esto y me gusta que la gente cuando viene disfrute de los bocadillos, los dulces y de la filosofía que intentamos transmitir».
Destripando un poco más la oferta de Mol Café, y buscando la clave de su arrollador éxito, Matías Hernández apunta: «Tenemos siempre el mismo zumo, de plátano, mango y papaya (zuMOL), hacemos dos cacharros todos los días y cuando se acaban, pues se acabó el zumo». En cuanto a los bocadillos, sin duda el estrella es «el bocadillo de la casa; con un pan de avena con pasas, guacamole, tomate y queso tierno. Todas las salsas y mermeladas las hacemos nosotros, es un trabajo grande pero muy reconfortante. Sucede igual con las tartas, todas nuestras. Incluso tenemos un rincón de dulces de la dulcería San Mateo, que son exquisitos».
El horario de esta cafetería es sencillo, de lunes a viernes de 06.30 horas a 12.30 horas. Sábados, domingos y festivos, de 08.00 horas a 13.00 horas. La rutina de Matías arranca muy temprano, sobre las 03.00 horas, cuando empieza a preparar la jornada en su negocio. Desde luego, al escucharlo ya podemos ir entendiendo la clave de su éxito, nada es regalado. Aquí es todo trabajo, trabajo, más trabajo y talento. «Todos los días variamos la carta y los bocadillos. Sólo se mantiene el de la casa y dos más. El lunes no encontrarás los mismos bocadillos que el martes». Cuestionado por el número de creaciones diferentes diarias, el dato es sorprendente. «Todos los días ofrecemos unos veinte bocadillos diferentes y diez o doce tartas». La variedad además es muy creativa, de autor, de la mente de este brillante emprendedor.
Mientras hablo con Matías voy disfrutando del célebre bocadillo de la casa, sencillamente espectacular, de ese zumo que recarga las pilas hasta al más apagado y de un queque de plátano perfecto. No es solo todo lo que nos cuenta el propietario, es que la elaboración de la que tanto presume está a la altura de las circunstancias. Tanta gente no se podía equivocar. «Cuando abrí aquí la gente me decía que si estaba loco, que aquí no había nada. Yo, en cambio, me quería alejar del mogollón y de la masificación. Quería que la gente si viene a Mol Café viniera a Mol Café, y no porque estuviera de paso».
De aquí, según los cálculos, pueden salir unos 500 bocadillos a la semana, porque además de abarrotar las 17 mesas con las que cuenta el local, los clientes hablan directamente con Matías para hacerle diferentes pedidos, de hecho su móvil no para de sonar. Su pareja, Lidia, forma parte fundamental de su vida, «me sigue en todas las locuras», asegura sonriente. Aunque lo cierto es que la sonrisa no la perdió nunca, a pesar de la multitud que esperaba mesa. Cuando uno escucha hablar de Mol puede hacerse una idea. Cuando va, lo prueba y conoce al equipo, entiende que lo que están es recogiendo una recompensa de un trabajo heroico y admirable.
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