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Es un día soleado y agradable en el barrio pesquero de la capital grancanaria. La habitual tranquilidad la rompe una producción de una película que se está rodando en las pintorescas calles y en su cómodo paseo, desde donde disfrutar de un agradable trayecto observando el mar o el Torreón de San Pedro Mártir, conocido por todos como el Castillo de San Cristóbal.
En el barrio, que tiene una larga tradición de restaurantes especializados en productos del mar, encontramos uno de los destacados, por trayectoria y calidad del producto. Es el Atlante de San Cristóbal, capitaneado por el empresario Felipe Rodríguez, un enérgico emprendedor que cuenta con una sólida carrera en el sector hostelero, siendo la persona que resucitó y regentó durante años la terraza del Atlante, donde consiguió fidelizar a una clientela que lo siguió hasta San Cristóbal hace catorce años.
Allí, en una tranquila casa frente al muelle del barrio, se encuentra un negocio formado por doce empleados, pudiendo albergar a unos 120 comensales repartidos entre el acogedor comedor con vistas al mar y las diferentes terrazas con las que cuenta, ideales para disfrutar de una agradable jornada en ese remanso de paz dentro de la ciudad. «Aquí la calidad del producto es innegociable. Nuestra carta es clara y honesta, comida tradicional canaria, todo el pescado fresco y también opciones de carne», detalle Felipe, mientras controla las mesas y atiende al resto de comensales.
Un soberbio gofio escaldado sirve para abrir boca, de placentero sabor a mar y perfecta textura, con su cebolla, como corresponde. Es uno de los entrantes más solicitados, dentro de la generosa variedad, y es normal. Lo mismo ocurre con otro de los clásicos de la casa, el queso ahumado de Valsequillo a la plancha, un bocado siempre apetecible. De fondo, el sonido del mar pone el hilo musical natural, algo de lo que disfrutar eternamente, y una buena excusa para alargar algo la comida con una sobremesa, en la terraza baja con aspecto chill out.
Unos adictivos chipirones, de rebozado justo, equilibrado y fritura perfecta, dan buena muestra de que aquí saben lo que hacen. Sería imperdonable comerse un plato de calamares, o de chipirones en este caso, en un barrio como éste y que el resultado no fuera brillante. Aunque eso, lamentablemente, ocurre con más frecuencia de la que nos gustaría. Sardinas, longorones, mejillones, lapas o ropa vieja de pulpo, entre otros otros platos, complementan la oferta de pescados frescos. Bocinegros, fulas de altura, viejas... aquí el comensal tiene donde elegir, afortunadamente, con una calidad-precio, por cierto, muy interesante.
Estamos, por tanto, ante una apuesta segura, de trayectoria solvente y clientela fiel, que ofrece algo que nunca puede salir mal en cualquier negocio de hostelería: honestidad, producto y respeto al cliente. El resto, vital también para triunfar tantos años, queda a criterio de cada comensal.
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