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Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (VIII) La Palma MHB
Coma y... punto

Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (VIII) La Palma

En esas condiciones parten desde Puerto de la Cruz hacia La Palma de cuya capital hace la siguiente descripción: «Las calles, excepto las que corren paralelas al litoral, son abominablemente empinadas. Con adoquines, además, parecen hechos para fracturar los huesos«

Mario Hernández Bueno

Sábado, 27 de septiembre 2025, 22:59

«Una vez a la semana, por la noche, un abollado, destartalado e inefablemente sucio, pequeño barco de pesca, de cincuenta toneladas de arqueo, navega a la ventura desde el Puerto hasta La Palma. Esta bricharca transporta el Correo Real y mercancías. Muy en último lugar, también transporta pasajeros, más como lastre que como fuente de ingresos. Estos pagan una insignificancia (cerca de 6 chelines) por el servicio, por lo que ambas partes sobreentienden que nada se hará para procurar comodidad una vez a bordo de la nave. Se les permitirá instalarse allá donde puedan, teniendo que aceptar las consecuencias si interrumpen el paso de la tripulación, o si en caso de tormenta se pone de manifiesto que el barco está sobrecargado, poniendo en peligro el Correo.

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Con tan solo un tenue presentimiento acerca de la naturaleza de la embarcación, el capellán inglés de La Orotava, Mr. Goddard, y yo acordamos cruzar el mar hasta La Palma, visitar la isla y regresar en unos pocos días. Mas, ay, el hombre propone y Dios dispone».

Y en esas condiciones parten desde Puerto de la Cruz hacia La Palma de cuya capital hace la siguiente descripción: «Las calles, excepto las que corren paralelas al litoral, son abominablemente empinadas.

Vistas de Santa Cruz de La Palma a finales del XIX MHB

Con adoquines, además, parecen hechos para fracturar los huesos. Así, en toda la ciudad no parece haber más que una yunta de bueyes, ocupara con los ya mencionados bloques de cemento, y un único carro de mulas, pequeño y liso, que el animal arrastra produciendo unas oscilaciones que recuerdan el vaivén de las olas. El trabajo pesado lo realizan mular y asnos de carga. Hay una notoria escasez de buenos caballos, por lo que cada vez que un rico propietario entre en la ciudad montado en su corcel de espectacular cola, los comerciantes se apresuran a sus puertas y en cientos de casas las damas se asoman a las ventanas para contemplar la atracción». Y aunque no da detalles, siquiera el nombre, se hospedan en un hotel, aunque he de decir que Mr Edwardes no hace distinciones entre fonda y hotel.

Vistas de Santa Cruz de La Palma a finales del XIX MHB

Sin embargo se detiene a describir a la mujer palmera, en general, y la patrona del hotel, en particular, y dice: «En mi opinión, las mujeres de La Palma en cierta medida mantienen su supremacía sobre los hombres. Algunas de ellas son lo suficientemente altas y robustas como para ser granaderos. Su belleza, además, resulta más bien tosca y masculina. La dueña de nuestro hotel es un buen ejemplo de mujer palmera. Es morena y grande, de pronunciadas facciones y profunda y melodiosa voz de bajo. Su esposo, por el contrario, es pequeño, delicado e histérico en sus movimientos y gestos. Además, el ser tan esclavo de su excitable temperamento femenino, le hace sentirse seriamente humillado al menos diez veces al día. El y su mujer discuten en la escalera o a través del patio, mas la voz de bajo siempre tiene las de ganar, y Don Pedro, el hombre menudo, se va, secándose su cara húmeda con su pañuelo de seda y mascullado algo acerca de las mujeres y el tiempo». A mi me hizo recordar a 'Paquita', el esposo de nuestra ínclita Isabel II.

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Y en cuanto a la vestimenta de las mujeres dice: «…es más singular que la de Tenerife, cuanto menos en lo que respecta a sus tocados. Algunas llevan sombreros de paja ridículamente pequeños, de unas pocas pulgadas de diámetro, que colocan, inclinados y hacia adelante, sobre el pañuelo de seda que primeramente cubre su pelo. Otras, al igual que algunos hombres, usan la 'montera', un curioso artilugio.

Otra vestimenta típica palmera MHB

Se trata de un cilindro de tela azul oscuro, unido a un yelmo en ángulo recto. Una vez puesta la montera, los dos extremos abiertos cuelga a ambos lados de la cabeza como para procurar ventilación. Ninguna de estas prendas resulta muy favorecedora, sin embargo es probable que estas severas mujeres se burlasen ante cualquier insinuación de que el propósito de su adorno sea el de despertar interés en criaturas tan insignificantes como los hombres».

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Vestimenta típica palmera MHB

Y del mercado de frescos se detiene para describir como se montaba cada día: «Poco después de amanecer, el tintineo de los cencerros de las cabras resuena por las calles y Los campesinos con sus becerros, verduras y huevos, se reúnen a ambos lados del seco cauce de un río que divide la calle de Santiago, cerca de la vieja iglesia y de la majestuosa oficina de correos de la ciudad. Aquí el murmullo del chismorreo y el regateo se prolonga hasta que el sol llega a su cénit».

Dos palmeros en Santa Cruz de La Palma MHB

Mas se echan en falta datos sobre las comidas, en especial las del hotel. Sin embargo dice de don Pedro, el patrón, que: «…acostumbraba a jactarse ante sus huéspedes españoles, a la hora de la cena, de la procedencia inglesa de sus cubiertos, platos, vasos, ron, al igual que la mayor parte de las carnes en conserva que nos ofrecía». Sin embargo, tanta finura se combinaba con un durísimo pan trufado de gorgojos. Y sigue diciendo que: «Por otra parte, cualquier pequeña venta de La Palma, al igual que las de Tenerife, exhibe hileras de botellas de cerveza de Burton o Edimburgo. Pero esta anómala dependencia para con Gran Bretaña quedó rematada cuando se nos ofreció cigarros ingleses en una tierra que tiene estrechas y constantes relaciones con La Habana. De hecho, aquí en La Palma se cultiva buen tabaco.». Y a falta del digestivo café revela que las azoteas de las viviendas se usaban para mantener a los enfermos y ancianos al aire libre con baños de sol y los propietarios se solazaban: «…y toman su matutina taza de chocolate entre geranios y rosas…». En cuanto al vino no quedó el hombre contento: «Hay tal diversidad de calidades como parroquias.

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La antigua calle O'Daly MHB

En una villa se nos sorprendió con un licor tan dulce como el de Samos. En la de al lado, con uno tan fuerte que cortaba el aliento; y en la de más allá, con otro que ni la famosa 'retsina' griega podía igualar en cuanto a su repugnante sabor. Quizá una mejora en los procesos de fabricación logre: incrementar la calidad tanto del vino como del tabaco». Con lo que nos da a entender que, como también en el Hierro, cierto vino se curaba con resina. Y pronto descubrirán Mr Edwardes y, su amigo, el religioso, cómo era la hospitalidad de los palmeros al tiempo que preparaba una expedición al interior de la Isla.

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