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La Laguna MHB

Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (VII)

Y en cuanto al urbanismo me aventuro a decir que muchos pueblos y barriadas canarios tienen el dudoso honor de ser espejo de lo que fue, hasta hace un año, Gaza y Cisjordania

Mario Hernández Bueno

Domingo, 14 de septiembre 2025, 11:02

Llega Mr Edwardes a Santa Cruz en plena Semana Santa y no se verá complacido. Se hartó: «de procesiones religiosas y de escuchar el incesante tocar de sordas campanas de iglesia hasta que la cabeza de uno se rebelaba contra el ruido». Todo lo copaba la curia; los comercios permanecían cerrados y los barcos en el puerto con las banderas a media asta. Y para más ordeno y mando, el gobernador militar había prohibido a los vehículos atravesar la ciudad. Y como a los jumentos los consideraba vehículos, el inglés tuvo que sortear como un ladrón calles de la empinada ciudad para escapar con la yegua.

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Los Llanos, barrio de Santa Cruz de Tenerife MHB

Y tras alcanzar Puerto de La Cruz cerró cuentas por el uso del cuadrúpedo y otros gastos con Lorenzo, aquel pícaro guía, y se va a La Laguna: «Es un lugar para soñar. Sus estrechas y adoquinadas calles están bordeadas por altas casas con parteluces, muchas de ellas con pórticos corintios y blasones exquisitamente labrados en mármol. Uno se encuentra con palacios deshabitados, con tupidas telas de araña tejidas en las ventanas superiores, escudos de armas fracturados, y cuyas plantas bajas han sido tomadas por mercachifles que vende pimientos morrones y pescado salado. Las fatigosas calles se encuentran tan vacías como los propios palacios. El único sonido que escucha el viajero es el resonante taconeo de las herraduras de sus caballos sobre los adoquines». Fue abandonada, como La Orotava, por la aristocracia, los ricos terratenientes y bodegueros tras la ruina que sufrió la exportación de vinos.

Se quedó en la vivienda de unos amigos: «El espacioso salón de la casa en que me alojé estaba sembrado de sedas y terciopelos que habían sido prestados a la Iglesia para las recientes procesiones y que ahora se hallaban dispuestos para ser almacenados en lugar adecuado». Como buen protestante y, por lo tanto, iconoclasta, se dedicó a curiosear por las iglesias y se asombró ante las maravillas de plata de sus altares y las flores de cera confeccionadas por monjas. Y de tanto olisquear hasta se informó de un asunto esotérico: «En el distrito de La Laguna, así como en otras partes de la isla, es común la creencia en el mal de ojo. A una vieja mujer de desagradable aspecto se la convierte en bruja, algo que sin duda le agradará y beneficiará, ya que pasa entonces a ser alguien a quien es aconsejable propiciar. (…) La Laguna está repleta de sacerdotes con sombrero de teja que probablemente tengan poco que hacer la mayor parte del tiempo. Harían una buena obra si se empeñaran en librar a sus feligreses de algunas de sus supersticiones. Mas sin duda sería una difícil tarea para ellos el discriminar con imparcialidad unas supersticiones de otras». Observación bien anglicana fruto de La Reforma que tanto ha beneficiado a los países que la abrazaron tras el Concilio de Trento y que el emperador Carlos I rechazó. Una decisión que pretendía, por encima de todo, garantizarse la entrada al Reino de los Cielos.

Vista de Taganana MHB

Una luminosa mañana de abril marcha a caballo con su amigo y anfitrión hacia la «romántica villa de Taganana». Llevaban dos hombres: «para cuidar de cada caballo y para los manjares que nos proponíamos comer más tarde o más temprano en Taganana». Y mientras tanto hace una interesante descripción de Anaga: «Aunque no eran más que las ocho de la mañana (…) el calor resultaba opresivo, incluso en La Laguna. Soplaba viento del sur, el mismo que en el verano convierte a Santa Cruz en un purgatorio y que es extremadamente cálido en cualquier época del año».

Viviendas en Anaga MHB

Y después: «El Monte de las Mercedes es un lugar absolutamente encantador. Cascadas en miniatura saltan sobre los diminutos desfiladeros aprovechándose hasta la última gota (…) Mas abajo, en el valle, las aguas son recogidas en un conducto que las lleva a La Laguna y Santa Cruz».

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Cascadas y arroyos en el Monte de Las Mercedes MHB

Y se topó con «…una tropilla de descalzas muchachas que se encaminaban a la ciudad cantando a toda voz o de mujeres mayores que llevaban sus huevos al mercado de Pascua» (sic). Es curioso cómo le llamaba la atención las campesinas llevando huevos al mercado, ingrediente harto presente en la Cocina burguesa o urbana. Tanto participa en platos salados como en los de repostería, tan arraigada en las casas con decoro así como en los numerosos conventos: Huevos moles, Almojavanas, Quesillo

Quesillo, Huevos Moles y Almojavaas

Y se infiere que en 1887 el calor era notable. Aunque podría deberse a uno de los lentos y cíclicos cambios climáticos que ha experimentado el planeta. Pero aun había arroyos con anguilas. Y en cuanto al urbanismo me aventuro a decir que muchos pueblos y barriadas canarios tienen el dudoso honor de ser espejo de lo que fue, hasta hace un año, Gaza y Cisjordania. ¿Tendrán algo que ver los cuatro siglos de feudalismo, analfabetismo, una Iglesia opresora y retrograda, la miseria y el histórico abandono por la parte de la Corona para que se conformara una idiosincrasia huérfana de sentido estético, sensibilidad, respeto a la Naturaleza…?

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Sigue el inglés admirado del paisaje, tan bello, interrumpido solo por dos o tres casas, y alcanza Taganana, en donde, desafortunadamente, no había fonda alguna. Y en la plaza, frente a la iglesia: «nos encontramos completamente aturdidos y físicamente debilitados, no se sentamos a la sombra, dejamos descansar a los caballos y confiamos a los guías la tarea de buscar a un vecino hospitalario que nos cediera un sótano, el más deseable comedor en un día como aquel». (…) «Entonces llegó el cura del pueblo, un anciano de cabello blanco y amigo de mi amigo. Había vivido en este apacible y modesto rincón durante treinta o cuarenta años, apenas ausentándose por espacio de uno o dos días a las principales poblaciones, tan cercanas mas de tan difícil acceso. No había ninguna fonda en aquel lugar, si bien su propia casa, un edificio cuadrangular de color ocre con un grupo de dragos y palmeras junto al lado izquierdo, estaba a nuestra disposición». El cura, además de generoso anfitrión hizo de guía y los llevó a contemplar el impetuoso mar y los imponentes acantilados. Detalle a tener en consideración, pues los extranjeros o protestantes sufrieron siempre el odio de los nativos. Pero se intuye que era un cura sensato. Tan era la inquina que a los extranjeros o protestantes se les enterraba en otros cementerios o se habilitaba un trozo de terreno en el campo. Por ejemplo, tenemos el Cementerio de los Ingleses en Las Palmas de G.C. o La Cruz del Inglés en Santa Brígida, Gran Canaria. Mr Edwardes, por su lado, se ensimismaba recordando la belleza de las mujeres del lugar mientras regresaba a Puerto de La Cruz, en donde preparará un viaje a La Palma. Y más visiones de las Islas.

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