Costumbrismo en Canarias a finales del XIX (III)
Así era no poca de la población rural de las Islas. El abandono, la implacable prohibición del comercio con América en favor de la Casa de Contratación de Sevilla así como la exposición de la Economía a los vaivenes de los monocultivos
Mario Hernández Bueno
Sábado, 9 de agosto 2025, 23:35
Había llegado Mr Edwardes con una carta de presentación para un adinerado doctor español, que había residido en EEUU, quien informado de la llegada se adelantó a saludarlo en la fonda: «… mientras me hallaba yo dando cuenta del puchero». Con lo que, quizás, insinuó que era esta una comida cotidiana. El doctor, del que no da el nombre, le dio un trato exquisito y el inglés tuvo el detalle de hacerlo constar.
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Y al describir el alojamiento de la fonda detalla: «Había un dormitorio a mi disposición que no contenía más que un par de pequeñas camas y una brillante estampa de la Virgen, aunque como dijo su dueña, ¿qué más se podía desear? Así que, en lo que me preparaban un desayuno, podía elegir entre descansar en el salón de al lado, donde había un polvoriento sofá de traicioneras patas, algunas sillas y un gran espejo cubierto de oropel para protegerlo de las moscas, o bien subir a la azotea, un mirador famoso por sus espléndidas vistas».
Iba a dejar atrás Icod pero surgió un problema: «José reconoció sinceramente no estar familiarizado con el camino a las Cañadas por este lado, por lo que por 6 pesetas (5 chelines) conseguí a un joven responsable, quien me permitió comprender la manera de ser de los canarios cuando ofreció a un tercero tres pesetas para que les sustituyera en la misión. No puse ninguna objeción al arreglo, ya que este último guía era un alegre muchacho de aspecto sencillo y honesto. Hablando un dialecto imposible, insistió en que su parte del trato le obligaba a acarrear el maíz, el pan, los huevos, el vino, etc., provisiones que se ciñó adecuadamente a la espalda. Tras esta evidente muestra de simpleza, José trató al muchacho con esa bondad paternalista con que los amos suelen tratar a sus siervos».
Y partieron los tres expedicionarios hacia Las Cañadas. Era «un día perfecto con el humo azulado de las hogueras de los carboneros colgaba en el aire como una hilera de columnas de rectas y opacas. Incluso las cabras que pastaba entre la maleza y los helechos parecían llenas de júbilo en un día tan estimulante».
Y se cruzó con unas campesinas que bajaban a la ciudad portando cestos con huevos sobre sus cabezas y varios leñadores cargados con troncos de pino «que aplastarían a cualquiera». Ya escribí que los huevos no son ingredientes de la cocina y la repostería populares; fueron, sobre todo, moneda de cambio para los humildes campesinos. Y en cuanto a la desforestación de algunas de las islas, que fueron muy verdes, a diferencia de Madeira que siempre estuvo deshabitada, comenzó con los aborígenes y continuó durante cuatro siglos. Se taló para leña, para la construcción, astilleros, muebles, carbón o para roturar terrenos de cultivo.
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Describió con una bonita prosa lo que vio por el camino ascendente, el paisaje, los colores de cada terreno, pero se lamentó de que era imposible conseguir una gota de agua para ellos o la yegua. La lava del volcán de Garachico, en 1706, había taponado los manantiales. Y al divisar la Gomera hace este generoso relato: «Drake no pudo con ellos (los gomeros) en 1585 cuando se proponía saquear la capital y hacerse con mil odres de vino para alegrar su viaje al Perú. Tampoco tuvo Windon mejor suerte en 1743».
En este punto he de exponer mi opinión sobre el vino. A principios del XX, gracias a Pasteur, el padre de la enología moderna, el vino dejó de ser un alimento más. La carne del pobre. Y una droga autorizada. Por ejemplo, en las actas de embarque en los puertos canarios de víveres a los navíos, desde finales del XV en la Carrera de Indias, es la primera anotación y en cantidades enormes. Será a partir del XX cuando comenzó a elaborarse con los nuevos métodos, y, desde entonces, constituirá un complemento lúdico de la mesa. Mientras iban creciendo las explotaciones extensivas de frutas, verduras, huevos amén de la cadena de frío, sobre todo para carnes y pescados, se menguaba alarmantemente el consumo de vino rústico a granel. A finales del XX ya se habían perdido todos los viejos consumidores y las firmas bodegueras tuvieron que poner en marcha un ingenioso plan de marketing. Para lo que se creó otro público objetivo al que se le venderá con eficaces estrategias. Y el nuevo comensal comenzó a encontrar insospechados matices en los olores, colores y sabores. Y más asombrosos son los comentarios-relatos de algunas catas que sorprenden hasta los más imaginativos poetas. Hay que reconocer que hasta bien entrado el XX no existe, en libro alguno, una sola cata comentada más allá de, por ejemplo, las sencillas loas que hace Shakespeare de los vinos de Canarias. Y surgieron oráculos, como Moisés, que impusieron una ortodoxia en los maridajes entre los miles de vinos y los miles y miles de platos. Se han editado, incluso, monografías. Y solo faltaba que los divulgadores de la ciencia médica encontraran los tan deseados antioxidantes, los polifenoles. Y digamos, por último, que en Las Palmas de G.C. hubo bodegas hasta los años 60 que vendían, a granel, sobre todo valdepeñas; la última fue Bodegas Aragonesas, situada en el barrio de Las Alcaravaneras. O «Casa Pepe», que, machaconamente, anunciaba en la radio su «ribeiro».
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Y alcanzados los altos de Garachico, y a un lado de un riachuelo (y era verano), Mr. Edwardes anotó el siguiente esperpento: «Dos o tres cabañas que parecían porquerizas daban cobijo a los moradores de aquel rincón. Al poco rato un boquiabierto grupo de pequeños salvajes se había congregado a escasa distancia de nuestros alimentos. Tanto las colinas del valle como los grandes, penetrantes ojos de los mugrientos niños, recientes compañeros de juegos de cerdos y gallinas, me trajeron recuerdos de Maratón. Más tarde apareció un hombre que guiaba una vaca por los cuernos. Tomó asiento a cierta distancia nuestra, como si no quisiera molestar con su presencia. Al acercársele José con sus manos llenas de alimentos y pronunciar el convencional. Hágame el favor, el hombre rehusó haciendo una reverencia hasta casi tocar el suelo. Más tarde, sin embargo, se uniría a los más jóvenes en la captura de los restos que dejamos».
Así era no poca de la población rural de las Islas. El abandono, la implacable prohibición del comercio con América en favor de la Casa de Contratación de Sevilla así como la exposición de la Economía a los vaivenes de los monocultivos, en manos de unos pocos propietarios, que surgieron tras los repartimientos, por razón de la Conquista, fueron, durante siglos, un desastre en lo social, económico y cultural. Por eso y más se hace bueno conocer lo que los viajeros memoristas nos dejaron acerca de la llamada Historia cotidiana.
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