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Pere Quintana, de 104 años, acude a votar junto a su hijo Luis. Eva Parey

Los zombis y el señor Quintana

Cristina, de 89 años, en silla de ruedas y con su mantita abrigándole las piernas, ha acudido a votar en una de las mesas electorales del Mercado de la Concepciò, en el Eixample barcelonés

Domingo, 14 de febrero 2021, 08:35

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Pere Quintana, de 104 años, fue farmacéutico pero ahora «como se puede imaginar llevo muchos años jubilado». Pere viene acompañado de Luis, su hijo, que le habla «fuerte» porque el señor Quintana aunque lleva su sonotone es duro de oído. ¡Qué menos a los 104 tacos! De cabeza está fresco como un jovenzuelo y con esa mente clara y entrañable, don Pere dice que no quería dejar de votar y que ejercer su derecho a la participación es lo que más ilusión le sigue haciendo, ya que con Franco se tiró 40 años sin poder hacerlo. Un valiente este Pere. El hombre, que superó el año pasado el coronavirus («me tiré dos meses enfermo») se ha convertido sin quererlo en el elector más anciano de todos lo que está mañana han pasado por el mercado municipal de La Concepció, reconvertido en colegio electoral, con seis mesas electorales y unos cuantos de miles de votantes convocados. El bueno de Pere insiste: «Hay que votar, hay que votar aunque sea en blanco», dice aunque admite que no es «demasiado optimista» con respecto a la situación que le espera a Cataluña tras esta extraña jornada electoral, un 14-F, día de San Valentín, con mascarillas por todos lados y sin apenas rosas. «Veo a le gente demasiada dividida», apunta el señor Quintana mientras se aleja a paso lento y del brazo de su hijo Luis hacia la calle.

«Hay que votar, hay que votar aunque sea en blanco»

Pere Quintana

Fuera, los electores siguen engrosando las colas cada vez más largas alrededor de este céntrico mercado municipal, donde la gente aguarda su turno resignada y con la confianza que su espera sirva al menos para evitar aglomeraciones, que es lo que se está intentando durante toda la jornada. Las esperas, salvo en el caso de las personas mayores o en silla de ruedas que pueden acceder sobre la marcha, oscilan entre los 15 minutos y la media hora, tal vez más. Pero no hay quejas y sí mucha paciencia. «Al ser un espacio cerrado intentamos que no se produzcan aglomeraciones. Eso implica esperar un poco más, pero es más seguro», explica Carles, un jovencísimo voluntario del Ayuntamiento de Barcelona que distribuye a los electores por sus mesas a medida que se acercan a alguna de las puertas de La Concepciò.

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Dentro Elia Montenegro, una boliviana afincada hace 32 años en Barcelona, enfundada en su bata de plástico, protegida con guantes y mascarilla, y armada con un gel desinfectante y bayetas, limpia las mesas y las urnas cada poco tiempo. Su presencia se agradece y tanto los miembros de las mesas como los propios electores le dan las gracias «por estar ahí». Y es que este mercado reconvertido en colegio electoral es una especie de búnker blindado con las medidas de protección. Hay seguridad y las autoridades quieren que cale el mensaje: puede usted votar tranquilo o tranquil, como dicen por aquí, donde todos (o al menos uno no ha oído otra cosa) parlan catalá con una naturalidad extraordinaria.

«La hora de los zombis»

Pocos minutos antes de las siete de la tarde los miembros de las mesas electorales han empezado a enfundarse las epis: bata, guantes, mascarilla, pantalla y gafas protectoras. Llega «la hora de los zombis», «el apocalipsis», como ironizan aquí con la hora (de 19 a 20 horas) en la que acudirán a votar los contagiados por covid, las personas confinadas y aquellas que han tenido contacto con algún positivo. En Cataluña se calcula que son unas 90.000. Lo que no significa que todas ellas vayan a votar presencialmente. En el pabellón del Camp Nou reconvertido en centro electoral los 24 miembros de las ocho mesas electorales esperan completamente embutidos en sus trajes de protección a los primeros votantes. Los pocos que se dejan caer llegan los pobres estigmatizados. Y se hace un silencio que pesa sobre una losa. Da miedo escuchar los pasos. Todos callan y observan. ¿Estará contagiado? Nadie lo pregunta y obviamente el interesado tampoco lo dice.

Miembros de la mesa protegidos por epis
Miembros de la mesa protegidos por epis R.C.

En lo que todos están de acuerdo es en que esta hora, reservada para los enfermos aunque cualquiera puede venir a votar porque solo se trata de una recomendación, no tiene razón de ser por el riesgo que corren ante un posible contagio, por muchas epis que lleven puestas. El traje no les agobia tanto como habían pensado. «Si hasta parece que estamos en Carnaval», bromea Ángel, de 59 años que trabaja en un taller de camiones y hoy le ha tocado presidir una de las mesas electorales del Camp Nou... sin ser del Barca. «Lo que peor llevo son las gafas de protección. No veo un pimiento», dice. ¿Y Ángel, a usted le preocupan los electores que vengan ahora? Entonces se pone serio, muy serio. «Sí y mucho. Antes me lo tomaba a broma, ahora ya no. Conozco a tres o cuatro que se han quedado por el camino y esto no tiene sentido. Nos dicen que nos quedemos en casa, que no salgamos, que no vayamos a los bares y evitemos espacios cerrados y ahora nos exponen al contagio abriendo nla posibilidad de que los enfermos de covid vengan a votar. No lo entiendo», se queja.

«Esto era innecesario», se lamenta Esperanza, que es auxiliar clínica y preside otra de las mesas. Ella cree que como sanitaria, y en permanente contacto con enfermos covid, tendría que haberse quedado en casa «porque estoy saturada y esto es más saturación». Sin embargo, sus compañeras de mesa están contentas de tenerla a su lado porque les va a enseñar a quitarse la bata. En el ambiente se respira el temor a un contagio. ¿Y qué pasa si me contagio y contagio a mi familia por culpa de esta maldita hora?, se preguntan. ¿Y si la bata queda infectada y al quitármela mal me infecto yo también?, suelta Luz, otra de las integrantes de la mesa. «Es rdidículo que dejen votar a los contagiados, entiendo que todo el mundo tiene derecho a votar, pero dejar que una persona infectada se acerque a votar es una temeridad. Sin duda se podía haber hecho mejor. Tengo miedo porque además no voy a saber si me he contagiado o si voy a contagiar a alguien», apunta Charlotte, de 24 años, otra presidenta de mesa. El resultado de tantas preguntas… dentro de 14 días. El de las eleciones, dentro ya de pocas horas.

Papeletas en el Camp Nou

Aquí hoy no marca Messi. Lo hizo ayer con dos de los 5 goles que el Barca endosó al Alavés. Estamos en el Cam Nou, el templo blaugrana, que por primera vez acoge un colegio electoral en unas elecciones, no para elegir al boss de los culés, sino de todos los catalanes. Concretamente se ha habilitado un pabellón situado junto al campo de fútbol con ocho mesas electorales, donde solo se han formado colas por la mañana. A estas horas de la tarde, cerca de las 7, está prácticamente vacío de electores y los miembros de las mesas matan el tiempo hablando de todo un poco, porque tras casi 10 horas juntos ya se les han agotado los asuntos. Alrededor de las urnas un mosaico de paredes con los colores del FC Barcelona, un honor venir aquí a votar para quien siente los colores y un curioso recuerdo para el resto de electores, que ciertamente por este vecindario del barrio de Les Cortos son muy pocos.

José María González, propietario de una pequeña constructora y de 45 años, sí lo es. También es de ERC e independentista. Su mujer, Toñi Fernández, de 49 años y trabajadora social en Hospitalet, también es independentista «más por razones sentimentales que políticas», dice. El matrimonio bromea con que sus hijos adolescentes llevan dos de los apellidos más comunes en España: González Fernández… Los dos chavales siguen la estela política de sus padres. «España perdió para siempre a mis hijos el 1 de octubre», apunta en alusión a las cargas policiales contra los electores que participaron en el referéndum ilegal de 2017. José María y Toñi tienen también una cosa clara: «España no es nuestro enemigo. Todo lo contrario. Si alguna vez Cataluña alcanza la independencia, nos gustaría que España fuera nuestro primer aliado, el país más amigo».

Cristina, la silenciosa felicidad de votar a los 89 años

Para votar en tiempos de pandemia no hay edad. Cristina, de 89 años, en silla de ruedas y con su mantita abrigándole las piernas, ha acudido a votar junto a su hijo, Jordi, de 65 en una de las mesas electorales del Mercado de la Concepciò, en el Eixample barcelonés. Cristina vive en su propia casa acompañada por una cuidadora y le rogó a su hijo, el mayor de siete hermanos, que por favor le llevara a votar el 14-F. Ella no puede hablar, pero se comunica con los ojos y su mirada gris, después de depositar su papeleta, habla de afectos y satisfacción. Se nota que está bien contenta de haberlo hecho.

Cristina, de 89 años, en silla de ruedas y con su mantita abrigándole las piernas, ha acudido a votar junto a su hijo, Jordi, de 65.
Cristina, de 89 años, en silla de ruedas y con su mantita abrigándole las piernas, ha acudido a votar junto a su hijo, Jordi, de 65. JG

Quien sí habla es su vástago, Jordi, antiguo empleado de banca, que se declara independentista y lamenta «las peleas» entre ERC y Junts. «No me gusta que estén peleados, así no vamos a ninguna parte», dice antes de pedir que los presos «políticos» queden en libertad «ya», los «exiliados» regresen «ya» y «juntos» puedan gobernar «ya» una Cataluña «independiente». Por la mesa electoral donde han votado Cristina y su hijo Jordi, sólo han pasado 30 personas, no demasiadas teniendo en cuenta que ya llevamos algo más de dos horas de votación. Pero lo que ocurre fuera del mercado es otra cosa. Una enorme cola rodea al edificio y al menos 200 personas esperan pacientemente su turno., pero las medidas de seguridad son las que son y están retrasando la votación. Hasta las 12 es la franja aconsejada para el voto de los electores más mayores y a pesar de que el día lluvioso en Barcelona no invitaba precisamente a salir de casa la gente está respondiendo.

«Todo está muy bien organizado. Nos sentimos protegidos con el material sanitario que disponemos aunque tienes la preocupación de que vas a estar expuesta durante muchas horas»

Nagore

Nagore, una vitoriana de 21 años que trabaja en un laboratorio farmacéutico en Barcelona, preside la mesa. Junto a ella los dos vocales, Christian Díaz, arquitecto de 39 años, y Nil un joven de 21 años que estudia producción musical en Gerona. Los tres corroboran la tranquilidad de la jornada. «Todo está muy bien organizado. Nos sentimos protegidos con el material sanitario que disponemos aunque tienes la preocupación de que vas a estar expuesta durante muchas horas, delante de cientos de personas que te hablan o se acercan y que nunca sabes si te van a contagiar y tú, a su vez, vas a poder contagiar a otros cuando regreses a casa», dice la boticaria vasca, que reconoce la ventaja de 'trabajar' en un mercado ventilado, con todas las puertas abiertas de par en par y donde no deja de correr el aire, que aunque se cala en los huesos por la humedad, se percibe como una especie de barrera contra el virus.

Christian y Nil, en la mesa electoral.
Christian y Nil, en la mesa electoral. Eva Parey

A Nagore y a sus dos compañeros de mesa, les preocupa sobre todo lo que ocurra a partir de las 7 de la tarde, hora prevista para que puedan ir a votar los electores contagiados, las personas en cuarentena o las que hayan tenido contacto estrecho con positivos. Será de 19 a 20 horas. Le llaman la hora de los zombis, el apocalipsis, y cosas así, y el arquitecto Christian avisa en broma: «Yo a las siete me voy». En todo caso, tanto Nagore como Christian y Nil, al igual que todos los componentes de las 9.139 mesas constituidas en Cataluña, tendrán que enfundarse a esa hora las EPI: bata, guantes, mascarilla y pantalla facial. Seguramente será una de las fotos del día.

El primer trago de cerveza

Los paseantes toman al asalto las terrazas de los restaurantes a la hora del aperitivo. Solo abren de 13 a 16 horas y hay que apurar. Guapas, elegantes y modernas, en la terraza del Bar Estudiantil, junto a la Gran Vía de Barcelona, María, de 39 años, y Nagore piden dos birras al camarero, que las trae en un santiamén. «¿Desean comer algo las señorias»?, pregunta el camarero. De momento con la cerveza y un par de cigarrillos se conforman. Casi todas las mesas de la terraza del Estudiantil andan ocupadas. Como mucho, cuatro comensales (o mejor dicho 'bebesales' porque lo que abundan son las 'rubias') por mesa. Nagore y María, que trabajan las dos en el área de Recursos Humanos de una empresa de Barna, no hablan de política. Tampoco de amor (hoy es San Valentín y el amor siempre puede ser un tema recurrente).

Nagore y María toman una cerveza en una terraza de Barcelona.
Nagore y María toman una cerveza en una terraza de Barcelona. Eva Parey

¿Adivinan? Sí, hablan de curro. Lo que no es malo. Peor sería hablar de la falta de curro. María se quita la mascarilla para dar el primer trago de cerveza, ese que dicen es uno de los pequeños placeres de la vida, un instante de felicidad, efímero pero delicioso. Ella no viene de votar porque lo ha hecho por Correo, igual que otros 280.000 catalanes que han disparado el voto postal por encima del 300% con relación a la última cita electoral. María es muy crítica con casi todo. Le parece un «disparate» que se hayan celebrado las elecciones en plena tercera ola de pandemia y no quiere ni pensar lo que puedan sentir los miembros de las mesas cuando a las siete de la tarde toque el turno de voto para los contagiados y los confinados.

«Hace dos años año me tocó presidir una mesa electoral. Son muchas horas expuesta al público más las horas del recuento de las papeletas, tremendo«

María

«Hace dos años año me tocó presidir una mesa electoral. Son muchas horas expuesta al público más las horas del recuento de las papeletas, tremendo. Si además lo tienes que hacer bajo estas circunstancias de pandemia es una temeridad». Palabra de experta en recursos humanos. María no tiene demasiada esperanza de que las cosas cambien en Cataluña a partir der hoy. «Los políticos hablan, hablan y hablan… pero ¿realmente se preocupan de los problemas de la gente? ¿Realmente se ocupan de mis problemas y de los tuyos?».María deja la respuesta en el aire y apura el segundo trago de cerveza, que, por la cara que pone, le hace mucho más feliz que la mejor sonrisa de un candidato.

Manel y Carmen, pesimismo pero no por la pandemia

Manel, un comerciante jubilado de 80 años, nacido en Barcelona, ha sido el primer catalán en inaugurar el mercado de la Concepciò su reconversión a colegio electoral. Este mercado municipal, situado en pleno Eixample y uno de los más populares, acoge a votantes de clase media, que como Manel han querido madrugara para cumplir con las urnas. El ha venido pronto porque en un par de horas este amante de la música clásica tiene cita en el Auditori, donde hoy, casualidades de la vida, toca la Orquesta Nacional de España. Manel cuenta que no tiene miedo al contagio, que para él venir a votar es como ir a la farmacia o al obrador donde compra la 'barrete' cada mañana. Los miembros de la mesa electoral no le han tocado ni el dni ni su papeleta, que la ha traído desde casa. Todo ha sido tan aséptico como la sala de operaciones de un hospital. ¿Oiga Manel y lo de Cataluña tiene arreglo?, le preguntamos. «Muy difícil, lo veo tremendamente complicado. He visto muchas cosas en mi vida, pero esto lo veo difícil de verdad». Y ni siquiera con la experiencia de sus 80 inviernos, este hombre menudo cansado de que se le empañen las gafas al hablar, se siente incapaz de dar un consejo para desenredar el 'procés.' «Ojalá lo tuviera, pero no tengo ninguno».

«Soy muy pesimista en cuanto a que estas elecciones resuelvan el problema catalán en general»

Carmen

A metro y medio de Manel, guardando la distancia de seguridad, Carmen espera su turno para depositar su voto. Tiene 69 años y también está jubilada como funcionaria de universidad. Lleva en una mano un periódico del día, cosa que se agradece, y cuenta que ha atendido las recomendaciones de las autoridades electorales de acudir entre las 9 y las 12 que son las horas reservadas para los mayores. Carmen no oculta su preocupación por la situación sanitaria. El coronavirus en Cataluña está retrocediendo lentamente, pero aun así contagia cada día a dos mil catalanes y mata a 52. Y sin embargo le preocupa mucho más lo que salga de las urnas, lo que suceda a partir de mañana. «Soy muy pesimista en cuanto a que estas elecciones resuelvan el problema catalán en general», dice tras su mascarilla. «Necesitamos políticos con altura de miras, de los dos lados, de Madrid y de Barcelona, pero especialmente de aquí». Su preferencia, y lo dice mesándose suavemente su elegante cabello gris, sería «un pacto progresista de izquierdas que piense que Cataluña está dividida en dos y que hace falta ponerse de acuerdo en mínimos realistas, razonables para todos y eficaces para la economía».

Manel ha sido el primer catalán en inaugurar el mercado de la Concepciò
Manel ha sido el primer catalán en inaugurar el mercado de la Concepciò Eva Parey

Por lo demás, en La Concepciò, la jornada está discurriendo con absoluta tranquilidad. Todo está perfectamente organizado y nadie parece acordarse de un Día de San Valentín, con pocas rosas. Esas por aquí las dejan para San Jordi.

«Tenemos miedo»

A las 9 se abrieron las urnas. Empezaba este 14-F Día de San Valentín. Love is in the air, que decía la canción. El miedo también está en el aire. Se respira en el ambiente. «Miedo no, estoy acojonado». Lo dice Adrián Martínez, de 27 años, segundo vocal de una de las mesas electorales constituidas en la histórica sede de la Universidad de Barcelona, en plena Gran Vía, uno de los grandes colegios electorales del centro de Barcelona. «Esto es absurdo. Nos dicen que nos quedemos en casa y nos hacen venir. ¿Pero no podían haberlo dejado para más adelante?», se pregunta este joven de Dénia, pero afincado en Barcelona, que cubre su boca con una doble mascarilla.

«En estas circunstancias no tiene ningún sentido. Que venga el juez y se siente él si quiere»

José Antonio Pérez

Junto a él se encuentran José Antonio Pérez, de 47 años, hijo de emigrantes gallegos, votante de Ada Colau y catalanoparlante. También Marvin, de 43 años y Ana de 57. Estos tres últimos han sido llamados como suplentes y cruzan los dedos para que no les toque sentarse en la mesa electoral: 11 horas seguidas, de 9 de la mañana a 8 de la tarde. Los cuatro se han puesto a hablar sin conocerse de nada y llegan a la misma conclusión: es un riesgo absurdo que asumen por miedo a la multa. «En estas circunstancias no tiene ningún sentido. Que venga el juez y se siente él si quiere», dice Pérez.

Y eso que los colegios electorales están blindados en cuanto a medidas de seguridad. En este de la Universidad en que nos encontramos, todo está listo. La mesa se ha constituido finalmente con normalidad. Como lo harán el 99,99 de las mesas de toda Cataluña, según han avanzado las autoridades. Estamos sin duda ante una jornada electoral tan excepcional, como excepcional es la situación en Cataluña. Es lo que tiene votar en plena tercera ola de pandemia. Una fiesta de la democracia bajo esa espada de Damocles que es el riesgo al contagio del que hablan Adrián, José Antonio, Marvin y Ana.

José Antonio, Adrián, Ana y Marvin, a los que han han llamado para formar parte de una mesa electoral.
José Antonio, Adrián, Ana y Marvin, a los que han han llamado para formar parte de una mesa electoral. JG

Normal anormalidad

La jornada discurre de momento con normal anormalidad. Habrá que ver el otro resultado dentro de quince días. A los catalanes les toca hablar hoy detrás de la mascarilla. Pero de momento todos los consultados coinciden: «Hay miedo y mucha intranquilidad. Unas votaciones presenciales en plena tercera ola de pandemia son absurdas. Pero si te obligan a venir, no queda otra». Son las 9 de la mañana. Barcelona amanece gris y con una lluvia muy fina. Ruth, apoderada de ERC, y Valeria, apoderada del PSC, charlan amigablemente ante la puerta de la Universidad de Barcelona. «Esto es lo más cordial que vas a ver entre nuestros dos partidos».

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