El misterio de Veleta
JOSÉ ESTALELLA. Autor de 'Detrás del balón' y 'Además del balón, obras de las que se extraen estos relatos
Alexia Putellas se coronó como la mejor jugadora del planeta en noviembre de 2021. Los 29 goles y 24 asistencias en 53 partidos de la temporada 2020-21 adornados con un triplete, Liga, Copa y Champions League son cifras y títulos que demuestran su capacidad y calidad.
Alexia vivió esa noche en el Théâtre du Châtelet de París unas horas que jamás olvidará. Ese día era la recogida de lo sembrado durante años. Para conseguir ese reconocimiento hace falta dedicación y sacrificio de manera sostenida mucho tiempo. Alexia tiene talento, pero también puso mucho trabajo y esfuerzo para superar las dificultades.
Ese espíritu de superación siempre ha estado presente en el deporte, también en el fútbol.
Hace muchas décadas ocurrió en Vélez-Málaga una historia que por la voluntad y el tesón de su protagonista merece ser rescatada de la noche de los tiempos.
Como en otros lugares de España, a principios del siglo XX ya se jugaba al fútbol en la zona. Casi terminando el siglo, al periodista e investigador Jesús Hurtado le picó la curiosidad y dedicó parte de su tiempo a rescatar la historia del fútbol de allí, y también a otra de sus aficiones, conocer el origen de los motes con los que se conocía a los jugadores.
Revolviendo papeles, buscando periódicos antiguos y entrevistándose con los veteranos logró dar con José Casamayor, el primer portero del Vélez Football Club, también con Batatero, llamado así́ porque su padre vendía batatas, con Pepillo el Monstruo que era, en realidad, Cesáreo López y Patacañón que fue hermano de un alcalde que tuvo el pueblo en los años 20. Estaba el investigador encantado con esta pasión que daba como resultado conocimiento sobre personas y también la época, la manera de vivir en aquellos tiempos y las costumbres, pero había una pieza del puzle que se le resistía, en las alineaciones de esos años aparecía un nombre sobre el que pesaba un misterio, un tal Veleta.
Incluso en algunas crónicas aparece como destacado de su equipo, era un pilar, década de los años veinte y treinta del siglo XX. Pero no había manera de dar con quién arrojara luz sobre Veleta. Su figura estaba cubierta bajo un manto de misterio.
Cuando Hurtado sacaba el nombre, en las charlas que mantenía con los veteranos supervivientes, estos cambiaban de tercio, el ambiente se tornaba algo incómodo.La reacción que ocasionaba solo nombrar a Veleta le generaba aún mayor atracción por su figura pero tampoco quería incomodar, y no iba a sacrificar la buena relación por conseguir un cromo. Lo dio como por imposible, abandonó el reto.
Pero un día uno de aquellos futbolistas retirados no aguantó más y le reveló el secreto mejor guardado durante setenta años, el centrocampista defensivo, volante de cierre, llamado Veleta, no era un muchacho, era una chica.
Y esta es la historia de la que quizás sea la primera futbolista española.
Corría el año 1908 y nació en Málaga una niña a la que le pusieron de nombre Ana, de apellidos Carmona Ruíz.
Su padre era estibador y, de vez en cuando, Anita y sus hermanos iban a esperarle a la salida del trabajo, de lejos se miraba a las tripulaciones inglesas que al costado del barco armaban unos partidos con una pelota.
A la pequeña se le iban los ojos con aquel juego.
Nita, así la llamaban en casa, pedía permiso para jugar y los marineros accedían pero en cuanto la pillaba su padre, le caía una buena reprimenda y el castigo de no salir de casa.
Levantada la pena, la chiquilla volvía a la explanada portuaria hasta la siguiente pillada paterna.
Los meses fueron pasando entre la desaprobación familiar y la mejora de su juego, hasta que apareció el padre Francisco Míguez, otro entusiasta del fútbol que fundó el Sporting de Málaga.
Todos los domingos se disputaban partidos en el pequeño campo que el cura habilitó para ello. Con lo que sacaban de las entradas iban comprando materiales y ayudando a los niños más necesitados del barrio.
La abuela de Anita era la encargada de zurcir los uniformes, excusa perfecta para pasar por el campo más de la cuenta y no levantar sospechas en la familia. Nita y don Francisco congeniaron. Le dejaba entrenar en el campo cuando no había nadie. ¿Qué podía haber de malo que una niña le diera unas patadas a un balón?
En una época en la que los entrenamientos no existían, la joven se fue convirtiendo en una jugadora por encima de la media. Y esto era lo único que importaba al cura, su nivel de juego.
Empezó a acompañar al equipo en los partidos que jugaba fuera y a disputar algunos encuentros cuando no había jugadores suficientes. Para disimular ponían una X en la alineación, indicativo de que todavía no se sabía quien jugaría. Para mayor disimulo se recogía el pelo y se calaba un gorro, muchos jugadores de la época lo utilizaban para amortiguar los golpes del balón así que no llamaba la atención. En aquellos años que las mujeres practicaran un deporte como el fútbol estaba mal visto. Así que muchos rivales o espectadores que se daban cuenta la denunciaban de inmediato.
Cuando esto ocurría, el juego llegaba a pararse ante el revuelo que se formaba. Más de una vez salió del campo insultada e, incluso, agredida por el simple hecho de ser mujer. En alguna ocasión se la llevaron detenida por escándalo público, teniendo que intervenir el padre Míguez. Con esta situación, y la continua insistencia de un médico tío suyo de lo peligroso que resultaba este deporte para la integridad física de las mujeres, los padres de Anita Carmona decidieron mandarla a Vélez-Málaga a vivir con otros tíos. Tenían la esperanza de que allí se le olvidara su afición. El tiro les salió por la culata.
En Vélez-Málaga tenía más libertad de movimiento y, aprovechando que un par de compañeros del Sporting Málaga ahora jugaban en el Vélez Club de Fútbol, vio la oportunidad de seguir haciendo lo que más quería.
Comenzó a pasar por el campo y hacer amistad con jugadores y familiares de estos. Incluso trabajó como ayudante del masajista. Finalmente, con ayuda de la hermana del capitán del equipo, consiguió convencerle para que la dejaran jugar. Era una mujer alta y fornida, con un vendaje sobre el pecho para aplastarlo, el pelo corto y las ropas holgadas que se usaban en aquella época. Pasando desapercibida entre el resto de jugadores. Los días de partido entraba en el vestuario como limpiadora, salía al campo a disputar los noventa minutos, finalizado el partido se volvía a vestir como había entrado en los vestuarios y vuelta a casa. Ante tanto cambio, sus compañeros le pusieron el apodo de Veleta, con ese mote era alineada y eso ayudaba a que no fuera descubierta.
Estaba el secreto tan bien guardado que, durante el partido inaugural del primer campo de fútbol de la ciudad , hizo de dama de honor junto a la madrina del campo, para minutos más tarde convertirse en Veleta y disputar parte del encuentro. Sus compañeros la respetaban por ser una gran jugadora. Pocos de ellos habían empezado a jugar a una edad tan temprana y dedicaban tanto tiempo a entrenar como ella. Su pasión por el fútbol le llevó a ser un jugador destacado y eso ayudó a estar menos perseguida, aunque cada vez el rumor sobre su sexo era mayor.
Algunos contrarios se oponían a su presencia y forzaron a la Federación y a la Junta de Árbitros para aprobar una norma que prohibía explícitamente la participación de las mujeres en partidos de hombres. El objetivo era sacar a Veleta del campo y evitar la tentación que otras siguieran su ejemplo.
La obsesión llegó a tanto que las autoridades enviaban guardias a los partidos del Vélez FC para impedir que Veleta no solo jugara, sino que ni siquiera accediera al campo. Tras dos o tres años residiendo en Vélez-Málaga y jugando cuando podía acabó retornando a Málaga. Allí siguió con su afición hasta que estalló la Guerra Civil.
Murió de tifus en 1940, con 32 años. Antes de fallecer pidió ser enterrada con la camiseta del Sporting Málaga equipo por el don Francisco Míguez le había dejado cumplir su sueño por primera vez. Fueron sus propios compañeros quienes organizaron y costearon su entierro.
Tras unos días de duelo Anita Carmona y Veleta fueron cayendo en el olvido, hasta que Jesús Hurtado la devolvió a la vida y al lugar de la historia del fútbol que por derecho y esfuerzo le corresponde, la primera mujer futbolista de España. Luego se abrieron camino Conchi Sánchez, en los años 70, que tuvo que ir a Italia a jugar profesionalmente, la canaria María León que se fue a Suecia a desarrollar una exitosa carrera, y así muchas hasta llegar a Alexia Putellas con el primer balón de oro para una futbolista española.
Un poquito de ese brillante y dorado balón tienen todas ellas, su valentía y esfuerzo fueron la base del fútbol español que hoy logra reconocimiento y campeonatos. De Anita Carmona a Alexia Putellas, cien años de fútbol.
Los tiempos van cambiando, para bien.