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Julio Iglesias siempre se ha mostrado como un gran aficionado al Real Madrid, club en el que llegó a tener ficha.
Músicos y fútbol

Músicos y fútbol

JOSÉ ESTALELLA. Autor de 'Detrás del balón' y 'Además del balón, obras de las que se extraen estos relatos

Domingo, 25 de diciembre 2022

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El balón y la música -la cultura- no están reñidos.

La profesión de cantante es muy exigente, requiere de muchos ensayos, de cuidarse la voz y el cuerpo, pero también hay ratos de descanso y el fútbol es una válvula de escape.

Como a cualquiera que le guste el fútbol tienen sus equipos preferidos.

Conocida es la pasión de Plácido Domingo por el Real Madrid, incluso le puso voz a uno de sus himnos, el del centenario.

El cantaor José Mercé, también madridista por los cuatro costados, incluso se atrevió a dar un consejo a Florentino Pérez. Le invitaron al palco del Bernabéu y aprovechando que tenía al mandamás delante le dijo, «presidente, fiche hambre, fiche hambre». Reafirmaba con esa petición el principio básico del ideario merengue de darlo todo en el campo y, para garantizarlo, que mejor que fiarlo a los muchachos con el bolsillo por llenar.

Otro madridista ilustre es Julio Iglesias que tuvo ficha del club, jugaba de portero, pero un accidente de tráfico le dañó la espalda y truncó su carrera, se pasó a la canción y se puede decir que no le ha ido mal.

El pianista de jazz de fama mundial Teté Montoliu se colocaba un auricular en el oído no visible al público para seguir la transmisión del partido del Barça. No puedo imaginar el acelere del ritmo cardiaco cuando el relator avisaba peligro o cantaba gol, y el invidente genio del piano seguía a lo suyo sin alterar el ritmo de la partitura. Un sistema nervioso a prueba de bomba tenía.

Otros dos que tenían en común el fútbol, pero eran muy distintos son Paco de Lucía y Bob Marley.

A ambos les encantaba jugarlo. El guitarrista flamenco, cuando fichaba a algún músico para ir de gira, preguntaba a alguien que lo conociera, y el muchacho nuevo, ¿cómo juega?, bien ¿no?

Era casi una condición indispensable para formar parte de la expedición. Siempre que se abría un hueco en la agenda se armaba un partidillo, y ahí Paco lo daba todo, y exigía que los demás también.

El jamaicano lo mismo, cuando se reunía con su banda -The Wailers- en los viajes, siempre buscaba un parque en donde organizar unos competidos partidos.

También jugaba todo lo que podía el escocés Rod Steward, y cuentan que no lo hacía mal como delantero rápido y escurridizo.

Además de Plácido Domingo otros artistas han participado o compuesto canciones para sus equipos como el Arrebato, sevillista hasta los huesos. Compuso el himno del centenario del club que se canta en los inicios de los partidos en el Sánchez Pizjuán y se ha convertido en una canción muy conocida, incluso fuera del estadio.

Mucho antes que el sevillista, Joan Manuel Serrat gran seguidor culé le compuso, en 1989, una canción a su ídolo de la niñez, Ladislao Kubala, estrella del Barça de los cincuenta.

Es interminable la lista de cantantes hinchas de un equipo de fútbol, de todos los tiempos y estilos.

Pero también están los que conocedores de la atracción del balón, y practican la pantomima -simpática y de agradecer- cuando a mitad de concierto se enfundan la camiseta del equipo local, sin

saber nada de su historia, pero hacen ese guiño que el público agradece siempre, suele ser un momento de complicidad y emoción. Saben lo que une el fútbol, a veces es el único vínculo entre dos seres humanos. Eso le pasó a Reginald que vino al mundo en 1947, en Middelsex Inglaterra.

A los seis años su padre, Stanley, miembro de la Real Fuerza Aérea Británica lo llevó a Vicarage Road a ver un partido del Watford FC. El niño quedó, para siempre, atrapado por el amor a esos colores.

El matrimonio se rompió, Stanley y Sheila se separaron. El militar rehízo su vida. Reginald vivía con su madre, y las diferencia entre padre e hijo se acrecentaban con el paso de los años.

El estricto militar tenía una nueva familia, con dos hijos, y Reginald había optado por dedicarse a la música. No ayudaba ese oficio a tener la consideración de su progenitor, que veía aquello como un disparate.

Reginald empezó a tener éxito como cantante, y se puso como nombre artístico Elton John.

Vestido de una manera muy peculiar triunfó por todo el mundo, cosechando números unos y obteniendo el reconocimiento de estrella mundial por la crítica y el público.

Stanley nunca le hizo un comentario de orgullo o aprobación sobre su carrera.

Les unía que llevaban la misma sangre y el Watford FC, nada más.

Elton John salió del armario en 1976, eso tampoco impulsó a normalizar una relación casi inexistente, apenas se veían.

En 1977, el Watford estaba en Third Division y al borde de la quiebra.

Por entonces vivía la estrella de la canción un momento en el que se confundía la noche con el día y viceversa. Desenfreno y locura, fiestas, alcohol... todo y a toda velocidad. Sabía de las dificultades de supervivencia del equipo. Cuando le llegó la posibilidad de comprar las acciones, no lo dudó, tenía que salir al rescate de su club. Eso le ayudó a enderezar el rumbo, ya no se trataba de su vida sino de la ilusión de miles de personas. Tenía que estar a la altura y ponerse manos a la obra. Cambió de hábitos, se entregó al proyecto, dejó atrás todo lo que le hacía mal.

Con su inversión se pudo hacer una buena plantilla que ascendió a First Division en tres años. Logró un subcampeonato en 1981 y jugó, en 1984, la final de The FA CUP en Wembley.

Antes del partido Elton se paseó por el césped de Wembley saludando a la afición entregada que le vitoreaba, tocado con un sombrero tipo tejano y un traje de tweed gris con chaleco, y por supuesto, no podían faltar, unas gafas.

Con todos instalados en el palco sonaron los acordes del himno de la competición «Abide with me», siempre se interpreta para las aficiones, los equipos no han saltado aún al campo.

Las cámaras de la BBC mostraron al cantante embargado por la emoción. Era consciente de que había llevado a su equipo a las cotas más altas.

A pesar de la derrota 2-0 ante el Everton FC se organizó una fiesta para todos los fans en la plaza frente al Ayuntamiento, la ocasión la merecía.

En sus memorias dice: «El Watford me salvó la vida».

En 1983 fue la última vez que se vieron Stanley y Reginald, acudieron juntos, tras almorzar en un hotel, a un partido del equipo contra el Liverpool FC después de tres décadas sin verse.

Poco tiempo después Stanley fallecía y Reginald no acudió a su entierro, únicamente el amor al Watford FC les mantenía unidos

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