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Kubo, entre Dani Olmo y Balde
A los niños les roban el carro

A los niños les roban el carro

Manolo Escobar y Raphael tronaron por los altavoces del estadio Al Khalifa, pero ni fue una 'gran noche' ni España fue 'la mejor'

Pío García

Enviado especial. Doha

Jueves, 1 de diciembre 2022, 21:44

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Sonó raro escuchar a Manolo Escobar en el estadio Al Khalifa de Doha, como si aquí también hubiéramos atravesado un agujero de gusano y estuviéramos en el Benidorm de los años 70. Alguien de la organización debe tener el disco o quizá fuera una de esas casetes que se vendían en las gasolineras y en las que también salía Concha Velasco, o vaya usted a saber por qué extraños caminos suceden estas cosas, pero este jueves, a las diez menos veinte de la noche hora catarí, los altavoces de este campo modernísimo, cuyos arcos parecen los rieles de una montaña rusa, echaron una de Manolo Escobar. Hasta entonces todo había sido reguetón y que si Titi tenía muchas novias y el quéééédate de Quevedo, pero a los veinte minutos de comenzar el partido, cuando la selección española acabó el calentamiento y enfiló el camino de los vestuarios, la cosa se puso seria y sonó Manolo Escobar: «La vida tiene otro sabor/ Y España es la mejor». Luego, para rematarla, cuando Morata metió el gol, pusieron a todo trapo la gran noche de Raphael.

Estas cancioncillas a Busquets igual le suenan, pero uno se imagina a Pedri, Gavi, Balde y Nico, que casi no han acabado el instituto, mirando al de los discos con el estupor con el que los adolescentes escuchan a sus padres hablando de música. Estos chavalillos ni sabrán quién es Manolo Escobar, pero tienen insolencia y en el momento más grave de sus vidas, cuando les dicen que van a ser titulares con España, en lugar de abismarse en sus pensamientos y fruncir aparatosamente el ceño, sonríen con picardía y guiñan un ojo durante el himno, como hizo Williams, que fue una manera de decirle al mundo que lo mismo le daba jugar un partido en este escenario apoteósico que echar un gol portero con sus colegas en el patio de la escuela.

Pero no daba lo mismo, claro. En la segunda parte se vio que este no iba a ser un encuentro para andar paseando relajados sino para apretar los dientes y no dejarse engañar por Japón, que es una selección muy traicionera y tiene a un delantero centro con el pelo rapado que podría ganarse el sueldo haciendo de extra en películas de Tarantino. A Gavi ya se le había borrado del todo la sonrisa cuando lo cambiaron y Ansu, que salió al campo en su lugar, miraba al infinito con un gesto entre resolutivo y temeroso, como diciendo «ay, madre, la que se me viene encima». A España le estaba robando el carro Japón y los chavales, que no conocen la discografía de Manolo, miraban al suelo con cara de no creérselo. Tampoco se lo creía Luis Enrique, con la sonrisa de los prolegómenos transformada definitivamente en rictus, y las arrugas cada vez más marcadas, profundísimas, como si le hubieran arado la cara. Pau Torres, que en los días buenos parece un central pintado por Botticelli, se estaba convirtiendo en estatua de mármol a medida que pasaban los minutos, con su rostro cerúleo cada vez más inescrutable, casi sin vida. Dani Olmo, que tuvo una buena ocasión en los últimos minutos, torció la boca y soltó al cielo catarí un insulto que era más un grito de desesperación.

Cuando acabó el partido y los jugadores japoneses salieron en tromba a festejar la victoria y su clasificación, los españoles, que pasan a octavos de rebote, se juntaron en el centro del campo cariacontecidos, enfadados, definitivamente tristes. Muchos dieron la mano a sus rivales como dejándola caer, cuando tendrían que haberles mirado a los ojos y haberles hecho una reverencia como a los viejos maestros de kung fu. A los vestuarios los españoles entraron sin ganas, arrastrando los pies, humillados.

Esta noche, en fin, sonó en el estadio Al Khalifa Manolo Escobar y por un momento pareció que habíamos atravesado un agujero de gusano y estábamos viendo a la España de los años 70, esa selección agónica y peluda que encajaba pavorosas derrotas y nunca pasaba de cuartos. Quizá los chavales hayan aprendido alguna provechosa lección.

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