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Desde la grada todo se ve claro

Autor de 'Detrás del balón' y 'Además del balón, obras de las que se extraen estos relatos

Jose Estalella Limiñana

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 23 de octubre 2022

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Sentado en la butaca todo se ve con mayor nitidez, esa claridad, aderezada con la ausencia de consecuencias por lo que se dice, hace que los juicios sobre el equipo sean, en ocasiones, entre severos y crueles. Y no pocas desubicados. Los adjetivos empleados, en cualquier otra actividad, suelen estar en un cajón cerrado con llave pero parece que el fútbol lo admite todo.

Los jugadores locales pasan de ángeles a demonios en un pestañeo, entre una cosa y otra solo hay un par de acciones mal ejecutadas.

A veces les exigimos que realicen acciones que nosotros jamás podremos hacer, a la inmensa mayoría ni nos alcanza la técnica, ni tenemos las condiciones físicas para llevarlo a cabo, pero incluso a sabiendas de nuestras limitaciones, la exigencia permanece, se reitera y se vocifera.

El Insular era de esos estadios -por tamaño- en los que se oía todo así que los aficionados más animosos a la crítica eran escuchados por muchos.

Como en todos sitios también había -y sigue habiendo ahora en el Estadio de Gran Canaria- debates sobre los jugadores, había germanistas y antigermanistas, seguidores de Brindisi y contrarios al argentino, más recientemente con detractores de Orlando y los Orlandistas, así fue siempre y seguirá siendo sobre todo con los futbolistas más técnicos.

Se generaban acalorados debates que aún recuerdan los que los vivieron en primera persona.

Durante un partido un aficionado, anti-germanista, se levantó protestando por una acción del armador del juego del equipo, como saben apodado El Maestro. De pie y en alta voz terminó su parlamento resaltando, por inmerecido -según su opinión-, el sobrenombre con el que era conocido el jugador, con un ...y además ¿en dónde te dieron el título de maestro?, a lo que un joven sentado en una localidad cercana -por supuesto defensor de Germán-, respondió: ¡en el mismo sitio que a ti el de médico!

Carcajada general de todos los que escucharon la respuesta.

Tampoco se salvan los entrenadores de este juicio sumarísimo e inmediato, en cuanto el equipo flojea se le acusa de todo, hasta del color del césped. Y por supuesto se le envían ingentes recomendaciones.

Cuando Quique Setién entrenaba en la UD Las Palmas, un señor muy mayor sentado detrás del banquillo, mediado el segundo tiempo, viendo que el equipo había perdido el brío con el que había estado jugando hasta ese momento, comenzó a reclamarle un cambio, «pon a fulano y quita a ciclano», le gritaba. Lamento no recordar los nombres.

A los tres minutos Setién hace el cambio.

La cosa no mejora, nuestro cercano compañero de asiento vuelve a levantarse y le grita ¡Quiqueeee, saca a tal y mete a cuál!

A los minutos, ¡zas!, el míster ordena el cambio.

Un simpático run-run se apoderó de la zona cercana al entrenador espontáneo.

La segunda sustitución tampoco fue suficiente para recuperar el tono del equipo, así que en menos de lo que canta un gallo nuestro entrenador amateur vuelve a gritar un relevo y Setién lo clava, exacto el reemplazo.

Pleno de aciertos de nuestro entrenador, del de la grada digo.

Con la euforia que provoca tener razón el Míster de la grada se vino arriba, se giró hacia el público, con los brazos abiertos y cara de satisfacción, y para redondear su tarde de gloria exclamó, en alta voz, «voy a quedar con él para explicarle algunas cositas».

Ya se pueden imaginar la risotada general.

Setién le había hecho caso y el hombre era el más feliz del estadio, además el equipo mejoró sensiblemente y terminó por ganar el partido.

Esa tarde los «dos entrenadores» se fueron a casa con los tres puntos en el bolsillo.

Aquel señor solo indicó -aunque con insistencia y a voz en grito- los cambios que debían hacerse, cosa distinta es que te pongas a dar la brasa junto al Míster, tal y como ocurrió en 1994.

En la pretemporada de ese año el West Ham United se enfrentaba en un partido de pretemporada contra el Oxford City.

Se jugaba en el típico campo inglés de divisiones inferiores. Grada pequeña y terreno de juego perimetrado por una valla no muy alta que quedaba a la altura del pecho de los espectadores.

Steve Davies, aficionado irredento del equipo Londinense, acompañado de su pandilla, tras un viaje viaje en coche, se presenta en el campo.

Steve y sus amigos se situaron al costado del banquillo de su equipo, apoyados en la valla, de pie en primera fila.

Harry Redknapp comenzaba esa temporada a entrenar a The Hammers tras unas buenas campañas en el Bournemouth, era su debut en el nuevo equipo.

Desde el pitido inicial Steve y sus amigos le recriminan todas las acciones a su delantero centro, Lee Chapman

Steve es el más activo en las reclamaciones, reiterativo y gritón. 

No dejan en paz a Chapman.

Redknapp, varias veces, intercambia algunas palabras con los muchachos, están justo detrás de él.

El entrenador conversa con ellos e intenta calmar los ánimos procurando bajar la intensidad de las críticas. 

Difícil tarea porque a los chicos, que se habían esperado el inicio del partido en un pub cercano aún se les notaba el efecto desinhibidor que tienen unas buenas pintas de Guinness.

En un momento dado y ya cansado Redknapp le dice a Steve:

¿crees que tú lo harías mejor?

Steve fanfarrón, entre risas, le responde afirmativamente.

Veremos si juegas mejor que gritas -debió pensar el entrenador-.

Llega el descanso, el utillero del West Ham se le acerca y le dice que le acompañe al vestuario para cambiarse, que va a salir.

Con más ilusión que confianza en que aquello se materialice, se acerca al vestuario y comprueba que le tienen preparada una equipación.

Se enfunda la camiseta de sus amores, con el número 3, y se planta en la banda junto al míster quien le da un par de indicaciones, acuerdan que juegue de nueve, en la misma posición que el criticadísimo Chapman.

En el momento de saltar al campo el speaker encargado de la megafonía pregunta por el nombre del jugador que va a salir, el utillero le responde: ¿no has visto el mundial?, es Tittyshev, el búlgaro, nuestro último fichaje.

Y así fue anunciado por los altavoces, «sale Chapman y entra Tittyshev», acompañado de gran algarabía por sus compañeros de pandilla.

Steve se encuentra despistado los primeros momentos, el lugar en el campo le era desconocido.

Él acostumbraba a desempeñarse de defensa en los partidillos con los amigos.

Los jugadores del West Ham, al ver el físico y después de tres o cuatro intervenciones de dudosa calidad, sospechan algo raro y no combinan mucho con él, desconfían que la jugada progrese si interviene así que mejor buscan otras opciones de pase.

El juego continúa, Steve se esfuerza en dar lo mejor de si mismo, desborda motivación y no para de correr.

Casi terminando el partido, de improviso, le cae un balón en la media luna del área, chuta y GOOOOOOL.

No lo puede creer, debuta con el equipo de su alma y marca un gol. Corre hacia la zona en donde están sus amigos, va a festejar la heroicidad con sus colegas, se abrazan todos con gran jolgorio.

Pero notan algo extraño, no hay mucho ruido, entonces dirigen sus miradas al campo y observan como el árbitro, haciendo caso al juez de línea, anula la jugada por 'off-side'.

Steve se recompone tras el disgusto y vuelve a la misión que Redknapp le había asignado, no paró de esforzarse hasta el pitido final.

Al finalizar le preguntó al entrenador si lo ficharía, el míster le respondió con una sonrisa tierna pero burlona que el debutante interpretó, correctamente, como una negativa.

Intentó quedarse como recuerdo la camiseta pero también se llevó calabazas del responsable de la ropa del equipo.

Steve salió de las entrañas de aquel pequeño estadio y se fue de 'party' con la pandilla, a celebrar el debut con el equipo profesional, el gol no, por inválido entraba en los festejos.

La vida continuaba, con la naturalidad de la rutina, en la familia Davies. Los padres ajenos a lo que había ocurrido el día antes compraron el periódico habitual. Cuando el padre llegó a las páginas de deportes para leer la crónica del 'match', se encuentra con la sorpresa de su vida, el texto está acompañado por una foto del nuevo fichaje del equipo de sus amores, «el búlgaro Tittyshev». Con una mezcla de asombro e incredulidad reconoce a su hijo, que es más inglés que la bandera.

Rápidamente avisó a la madre del centro delantero y se pasaron un buen rato pensando que el muchacho por fin había encontrado el camino recto en la vida.

Contactaron con Steve, los bajó de la nube.

Y así fue como un aficionado, con una majadera y machacona crítica al 9 de su equipo logró debutar con su equipo, ¿o fue Tittyshev?

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