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Momento preciso en el que Maradona impacta con la mano el balón para batir a Shilton en el Mundial de México 1986. C7
Una foto y una camiseta

Una foto y una camiseta

JOSÉ ESTALELLA. Autor de 'Detrás del balón' y 'Además del balón, obras de las que se extraen estos relatos

Jose Estalella Limiñana

Jose Estalella Limiñana

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 29 de enero 2023, 18:24

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Al fotógrafo Eduardo Longoni lo envió la agencia Noticias Argentinas a cubrir el Mundial de México 86. El 22 de junio se levantó muy temprano para llegar con tiempo al Estadio Azteca. Se disputaba el Argentina-Inglaterra de cuartos de final, pero los atascos de Distrito Federal le jugaron una mala pasada -o buena, lo que sucede conviene-. Dos horas de caravana en un recorrido de no más de media hora.

Cuando llegó a su zona de trabajo las mejores ubicaciones ya estaban copadas por el resto de reporteros gráficos. Se colocó en donde pudo, no le quedó otra.

Con todo su equipo en la mochila, llevaba incluso el material para revelar -tenía la costumbre de buscar un lugar en el estadio y hacerlo allí mismo- quedó situado, en el segundo tiempo, alejado del palo izquierdo del portero inglés, un poco fuera de sitio, con un ángulo extraño sobre la portería -por tanto las fotos serían anguladas-, no estaba cómodo con la situación. Poco menos que maldecía su suerte.

En el minuto 51 del segundo tiempo, al borde del área inglesa Maradona hace una pared con Valdano quien al intentar controlar se le va el balón a la altura de la cabeza, el 10 que había iniciado la carrera para recibir el balón queda en fuera de juego.

Steve Hodgson, para evitar que Valdano intente un segundo control, mete la puntera y el balón sale hacia su portería entre el borde del área pequeña y el punto de penalti. Ese toque inglés anula el offside de Maradona -la pelota viene de un contrario-, Diego salta, Shilton también, el balón termina dentro del arco inglés. El argentino corre festejando hacia el córner, el lineman con el banderín bajado hacia el centro del campo, el árbitro señala el círculo central.

Los ingleses protestan; «¡Hand!». «¡Hand!» -le gritan al tunecino-.

El juez, ni caso. Se los quita de encima y señala saque de centro. Se va directo, con cara de pocos amigos, molesto ante tanta insistencia, hasta el círculo central.

La reacción del hombre del banderín iba a favor de la legalidad de la jugada, las airadas protestas de los ingleses en contra.

Solo el Pelusa y el portero tenían la certeza de lo que había ocurrido en una centésima de segundo.

La televisión no dejaba lugar a la duda, pero a pie de campo todo era confuso: ¿mano o cabeza?

La solución a aquel dilema estaba en un negativo Kodak en la cámara de fotos de Longoni, que por llegar tarde estaba en el sitio correcto con el ángulo adecuado.

La jugada fue rapidísima, apretó el botón de la cámara varias veces. Sabía que podía tener algo, pero no sabía el qué.

Había que esperar al revelado.

Terminó el encuentro y se fue a la esquina del estadio en donde, en penumbra, reveló el carrete. Allí, el fotógrafo descubrió, con una emoción que jamás volvería a sentir, que tenía tres fotos de la secuencia. En las dos primeras aparecen los jugadores en el aire, solo ellos.

Cuando la tercera empezó a mostrarse bajo la solución química se le aceleró el pulso, ahí estaban los dos jugadores y la protagonista, la pelota.

La tenía, tenía LA FOTO y la prueba irrefutable que el gol había sido con la mano, con la mano de D10S, y todo por un interminable atasco.

Se publicó en más de tres mil diarios a lo largo del mundo.

Incluso el británico The Sun hizo uso de ella para ilustar el fraude.

Lo que no sabía Longoni es que la vestimenta también lo era.

La camiseta azul que utilizó Argentina contra Inglaterra no era la que vino desde Buenos Aires a México como segunda equipación.

En el cruce de octavos de final contra Uruguay, 1-0 gol de Pasculli, ya habían utilizado la camiseta azul que viajó con la expedición. Bilardo, al final del partido, cogió una y comprobó que el peso era considerable, el grosor del algodón no permitía transpirar a los jugadores.

La tarde previa al partido contra los ingleses Bilardo, que llevaba varios días con el asunto, se planta y le dice a los directivos de la AFA que con esa equipación no jugarán.

Sobre la marcha llamaron a Le Coq Sportif para sustituirlas, pero no tenían disponibilidad en menos de 24 horas. Así que el técnico encargó a los responsables del material encontrar una camiseta con las características exigidas -abierta de cuello y lo más fina posible-, y además de la misma marca.

El comando de búsqueda se lanzó a la inmensidad de Distrito Federal con más ánimo que convencimiento en lograr el encargo. Tras dar mil vueltas y parar a preguntar en un sinfín de comercios deportivos dieron con dos diseños que tenían, a su juicio, los requerimientos y en la cantidad suficiente.

Las llevaron a la concentración, el técnico al verlas también las rechazó. Los buscadores se vinieron abajo ante lo infructuoso de su excursión, pero pasó Maradona en ese momento, cogió una, la miró y dijo, «está linda».

Bilardo dijo sobre la marcha, «listo, compren esta». Ya ven, no hay mejor recomendación que la del capitán. Pero aún había dos dificultades que salvar, las camisetas no tenían dorsales y tampoco el escudo de la AFA. Compraron unos números plateados de football americano y para los escudos encontraron un diseño en un ordenador y mandaron a bordarlos.

Al llegar a la concentración con las nuevas camisetas se pusieron manos a la obra. Coser los escudos y pegar los números. A la tarea les ayudaron las señoras que les atendían. Un apaño en toda regla.

Con ella Maradona se hizo inmortal, marcó el gol de la mano de Dios y el «más lindo de todos los tiempos».

Trampa y arte a partes iguales con una camiseta improvisada.

Al tiempo que Longoni se iba al rincón a revelar el carrete, Maradona atendía a los periodistas en el campo, no se quería ir, estaba en una nube, disfrutando del momento.

Mientras los compañeros de Hodge ya se habían largado a rumiar la derrota en las entrañas del Azteca, él aguantó sobre el césped, respondiendo preguntas, tragándose las ganas de echar unas lágrimas de impotencia y decepción. Se comportó, en la derrota, como un perfecto deportista, un gentlemen.

Cuando Hodge terminó sus múltiples declaraciones abandonó el campo, y coincidió con Maradona en el pasillo que lleva a vestuarios. Hodge se tocó el pecho con la palma de la mano y señaló el pecho de Diego.

Estaba claro, lenguaje universal, quería intercambiar la camiseta. El argentino accedió, se sacaron la camiseta y tras un apretón de manos cada uno cogió su camino, Diego directo a la gloria, el británico hacia el aeropuerto.

Antes pasó por el vestuario, entró con la camiseta escondida en el puño, la hizo lo más pequeña que pudo, no quería que nadie viera que llevaba la 10 de Argentina. Con disimulo la metió en su bolso, y se la llevó a casa.

Durante años la tuvo allí, pero empezó a ser objeto de culto, y decidió guardarla en una caja fuerte de un banco, tras fotografiarse con ella en su jardín. Por si las moscas, no quería llevarse un susto. Corrían rumores sobre su precio, algunos la tasaron en 350.000 dólares.

La cedió a la federación inglesa para exponerla en el Football National Museum de Manchester. Allí estuvo muchos años, hasta que Hodge decidió venderla tras el fallecimiento de Maradona. La casa de apuestas Sotheby´s se encargó de la subasta, se adjudicó en mayo de 2022 por 8,4 millones de euros.

Le salió a cuenta aguantarse en el campo a Hodge atendiendo a los periodistas. Ya veremos si se pone a la venta el negativo de la foto, estoy expectante por saber el precio final.

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