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En las semanas previas a la celebración de la Copa del Mundo Alemania´74, la selección de Holanda se entrenaba, con Cruyff a la cabeza, para competir con un equipazo. La preparación transcurría según lo previsto, sin sobresaltos, hasta que un día llegaron al vestuario y los jugadores se encontraron con una novedad, los equipajes no eran los de siempre -sin marca-, los nuevos eran de Adidas.
La Federación había acordado un contrato de patrocinio con la marca alemana y les vestiría durante el Mundial. El capitán Cruyff preguntó que cuánto cobrarían los jugadores. La Federación respondió que el contrato era entre ellos y Adidas, y que no pagarían nada a los jugadores.
La estrella holandesa tenía muy claro que era él el que se vestía con aquella camiseta y por tanto tenía derecho a recibir una contraprestación económica. La Federación no cedía, él tampoco. El acuerdo estaba lejos. Johann medio amenazó con no jugar, así que la tensión se fue elevando. Los dirigentes no podían permitirse que el doble Balón de Oro, hasta ese momento -1971 y 1974-, no participara, sería un escándalo y además rebajaría posibilidades de optar al campeonato.
Cuando la negociación parecía condenada al fracaso alguien encontró una singular salida al problema. Un detalle posibilitó la cuadratura del círculo. La Federación cobró de Adidas, no le pagó un florín a Cruyff, y el futbolista estuvo en el Mundial.
La solución fue que Cruyff jugó, pero no vestido de Adidas. Una raya de menos, un detalle, una ausencia casi imperceptible.
A Cruyff, y solo a él, le prepararon una equipación exclusiva con solamente dos rayas -camisetas, pantalones y chándal- incluso a las medias les daba la vuelta antes de la tercera raya -así solamente se veían dos-, y por supuesto también se borró el logotipo de Adidas del pecho.
Así jugó todos los partidos del Mundial´74, vestido de distinta manera que sus compañeros, capitaneando a la Naranja Mecánica, acaso el subcampeón del mundo más alabado de la historia.
¡Ah! Se me olvidada un asunto no menor, Cruyff tenía un contrato con Puma para las botas y había un conflicto de intereses comerciales. No era cuestión de enfadar a sus patrocinadores de siempre.
La mala relación entre ambas compañías venía de atrás, de muy atrás.
Los hermanos Dassler nacieron en Herzogenaurach, una pequeña ciudad en la región de Baviera al Sur de Alemania. El mayor, Rudolf, en 1889, y su hermano Adolf en 1900.
Y, aunque no eran jugadores, la importancia que adquirieron a lo largo de los años ha llegado a nuestros días.
Los hermanos tenían una fábrica de calzado deportivo Gerbüder Dassler Schunfabrik. Sus modelos tenían mucho éxito. Incluso llegaron a calzar a Jesse Owens durante los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. El atleta americano se colgó cuatro oros ante la mirada de un afrentado y enrabietado Hitler, que no podía disimular su odio hacia el hombre más rápido del mundo, que ni era alemán ni de raza aria. Inaceptable para él y sus ideales.
Los hermanos se iban repartiendo el trabajo. Rudolf -Rudi- se encargaba de los asuntos empresariales y el menor, Adolf -Adi- era el diseñador de los modelos.
Al llegar la II Guerra Mundial, Rudi fue llamado a filas y los talleres convertidos en fábrica de munición.
Al finalizar la guerra, recuperaron la fábrica, pero Rudi tenía la sospecha de que su hermano Adi y la esposa de este movieron hilos para que lo llamaran al frente mientras ellos seguían con la empresa.
La convivencia se fue deteriorando así que decidieron separarse.
En 1948 reunieron a los empleados y se lo comunicaron. Los trabajadores podían elegir con quien continuar, así unos se quedaron con Adi y otros con Rudi.
Como el nombre no entraba en el acuerdo cada hermano le puso el que quiso a su nueva empresa, cuyas fábricas estaban a menos de un kilómetro de distancia.
Adi decidió que simplemente uniría su nombre con el inicio de su apellido, así nació Adidas.
En cambio, Rudi se decidió por el nombre de un animal: Puma.
Desde ese momento se inició una cruenta batalla comercial entre ambas compañías que ha llegado hasta nuestros días.
Los hermanos jamás recuperaron la relación, adversarios irreconciliables. Ahora son dos imperios multinacionales que venden sus productos en todos los países del mundo.
Desde el principio de la separación la batalla comercial fue encarnizada, luchando por calzar y vestir a los mejores, ya en el 1954 se mezclaron los intereses de ambos.
Antes de comenzar el Mundial de Suiza de 1954, el seleccionador alemán le ofreció a Puma calzarlos a cambio de una importante suma de dinero. Rudi declinó la oferta.
Entonces Adi vio una oportunidad, además podría exhibir su último invento. Había desarrollado un modelo de botas con tacos intercambiables, y mayor separación entre ellos. Mejor escaparate para vender las bondades del invento no había.
Adidas asumió el compromiso, los jugadores de la Mannschaft llevarían sus botas a cambio de dinero.
En la final contra la imbatible y favorita Hungría de Puskas, que llevaba 4 años sin perder un partido, ese detalle fue la ventaja competitiva.
Con el campo embarrado las botas de Adidas proporcionaban mayor estabilidad que las utilizadas por los magiares. El triunfo de Alemania por 3-2, comandada por su capitán Fritz Walter, también fue el de Adidas y los tacos de sus botas.
Hay que estar siempre pendiente de todos los detalles. Eso hizo el seleccionador alemán desde el principio del campeonato, que también contó con la pizca de suerte que hay que tener siempre, la negativa de Puma a calzarlos, eso le vino dado.
Nada debe dejarse al azar, hay que fijarse en las pequeñas cosas como hacía Cruyff que no perdía ripio, y menos para fichar.
Cuando Johan estaba entrenando al Barça, en los años noventa, y lo hacía jugar como no se había visto jamás en el Nou Camp, se le consultaban todo, y si no él mismo metía baza en el tema.
Un día los servicios de scouting -ojeadores les llamaban antes- le avisaron de que en un equipo juvenil de la zona se desempeñaba un joven que era un fenómeno. De los informes se deducía que tenía un gran talento y porvenir.
Como estaba en el entorno del Barça no sería difícil hacerlo vestir de azulgrana.
Tanto insistieron en las virtudes del chico que un domingo a la mañana Johan y Charly Rexach se acercaron para observarle y tomar una decisión.
Medio tiempo, 45 minutos de partido fueron suficientes, al descanso marcharon para casa. Cuando fueron preguntados por sus impresiones respondieron que efectivamente era un fenómeno, pero que no recomendaban su fichaje.
Los directivos responsables de categorías inferiores no salían de su asombro, no entendían nada, todo el mundo hablaba maravillas de aquel muchacho, y Johan y Charly lo confirmaban: «¿Qué ocurre entonces?» , preguntaron.
Cruyff respondió con ese particular acento que tenía: «Muy fácil. No disfruta. Juega con los puños apretados, sufre todo el tiempo. No llegará lejos. Si con mil personas juega así de tenso cuando lo pongamos ante cien mil no sé qué puede pasar».
Ese detalle impidió al muchacho fichar por el Barça. ¿Acierto o error de Cruyff? Jamás sabremos la respuesta.
Lo que sí sabemos es que no se le escapaba un detalle.
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