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Le preguntaron a Marcelo Bielsa, cuando entrenaba al Leeds United, de quién era el fútbol, con tanto entrenador intervencionista en el juego, futbolistas-estrellas, dirigentes multimillonarios, contratos de televisión desorbitados. El entrenador respondió: «El fútbol no pertenece a los dirigentes, ni a los jugadores, menos aún a los entrenadores, tampoco a los aficionados. El fútbol pertenece a los hinchas».
A los hinchas les mueve la pasión, sin ella el fútbol es un juego que pierde la gracia, eso se pone de manifiesto cuando vemos un partido que ni nos va ni nos viene. Parece que es menos fútbol. Siempre buscamos ir con uno de los dos contendientes. Buceamos en la memoria para acordarnos si alguno de los que juega le hizo algo bueno o malo a nuestro equipo del alma para ir a su favor o en su contra.
El fútbol es pasión y cada cual tiene sus colores, eso no tiene cambio.
Ya lo decía Sandoval, un personaje de la película 'El secreto de tus ojos' de Eduardo Campanella: «Un hombre puede cambiar de esposa, de trabajo, de barrio, de familia, de religión, de Dios, de lo que no puede cambiar un hombre es de pasión».
Eso les pasó a nuestros dos protagonistas.
Horacio el Peque Molinari fue el cocinero de Estudiantes de La Plata durante más de diez años. Desde chico se hizo pincharrata así que cuando le llamaron para preparar los menús del equipo no lo dudó ni por un momento. Viajaba con la plantilla en las eliminatorias de Copa Libertadores cuando el entrenador de turno consideraba que alguien podía sabotear la comida de los muchachos, y así evitaban sustos.
Ganó Estudiantes de La Plata la Copa Libertadores y eso le daba derecho a jugar el Mundial de Clubes del 2011, también se clasificó el Barça al ganar la Champions. Se disputaba en Abu Dabi.
Alejandro Sabella, el entrenador, no dudó en decirle que tenía que acompañarles. Aunque el hotel elegido tenía grandes chefs allí había otras costumbres y no quería dejar ningún cabo suelto.
Horacio cumplió con su cometido, Estudiantes de La Plata también. Llegó a la final. Incluso se puso por delante en el marcador y cuando ya acariciaban el título, Pedrito, faltando un minuto para el final marcó y llevó el partido a la prórroga. Vida extra para el Barça. Estudiantes se defendía, el Barça atacaba, los argentinos querían llegar a los penaltis, los de Guardiola ni verlos. Cuando terminaba la prórroga apareció Messi que con el pecho marcó el gol que decantaba la final para el Barça.
Alegría absoluta en el equipo español que por fin alcanzaba el título que se le había escapado dos veces.
Tristeza en los argentinos. Horacio Molinari abatido.
Pasan un par de años y la Brujita Verón, ya retirado, llama a Horacio y le pide que le cocine un asado porque viene un amigo a su casa y quiere agasajarlo.
Horacio acepta encantado pero le pica la curiosidad. «¿Quién es el invitado?», le pregunta.
Verón, enigmático, respondió: «Ya te lo diré más adelante, todo a su tiempo».
Llegó el día y Horacio Molinari se puso al frente de la parrilla, ocupado en el asunto observó la llegada del grupo de invitados.
Entraron en la casa de Verón varios hombres, la comitiva la encabezaba Leo Messi, también estaban Jorge -el padre- y un hermano del 10, acompañados de Daddy, el utillero de la selección argentina y muy amigo de la Brujita.
Horacio continuó con su labor, no movió ni un músculo por acercarse, él a lo suyo, muy profesional.
A nadie le extrañó, estaba ocupado y el asado es cosa sagrada por aquellas tierras. A Verón, el anfitrión, tampoco le llamó la atención, sabía lo que pasaba por la cabeza del cocinero.
Al rato el utillero se acercó a la parrilla con una bolsa de deporte y le dijo: «Horacio, Leo te trajo estas camisetas de la selección».
«Bien, gracias. Dejálas ahí, no me las pienso poner. Se las daré a mi hijo».
El utillero quedó desconcertado, nunca vivió eso con un regalo de Messi.
Al rato, la Brujita Verón se acercó a la parrilla. Él sabía del pique de Horacio por lo del gol del mundial de clubes.
«¿Qué Horacio? ¿Cómo lo ves?».
«¡Que como lo veo dices! ¡Invitás al enemigo!» , respondió indignado el parrillero.
Verón sabía que no era una media pose que en el fondo aquel gol lo tenía bien clavado adentro.
Ya avanzado el asado se acercaron todos a la parrilla y se hicieron bromas y comentarios.
Horacio Molinari, persona educada, saludó a Messi y al resto de acompañantes, pero la situación no le hacía ninguna ilusión.
Verón le sacó el asunto, y él lo explicó, directo sin rodeos, miró a Messi y le dijo: «Nos metiste el gol que nos impidió ganar el Mundial de clubes. ¿Qué querés? ¿Que te de las gracias?».
«Bueno, pero solo metí un gol. Yo le tengo mucho respeto a Estudiantes», se excusó Messi.
Entre chanzas y bromas, para molestar a Horacio, transcurrió la charla y también las felicitaciones al parrillero para llegar al momento de las fotos e inmortalizar la visita de Leo a casa de Verón.
Se dispusieron todos, a Horacio Molinari le tocó al costado de Leo, se dio así.
Messi le puso la mano sobre el hombro y Horacio le dijo: «Sácame la manita, nos metiste un gol con el pecho, me saco la foto pero seguís siendo el enemigo».
El resto se reía, Messi también.
Y se tomaron la foto, todos juntos y sonrientes, pero sin la mano de Messi sobre el hombro de Horacio, por ahí Molinari no pasaba, aunque fuera Messi.
Una pasión es una pasión, y aquel muchacho le había hecho pasar uno de los peores momentos de su vida futbolera.
Aceptar la mano del enemigo sobre su hombro era como traicionar todo su sentimiento por Estudiantes de La Plata.
José Cano, Canito, nació en Llavorsí en 1956, con una infancia complicada. Era un niño de la calle. Con 14 años abandonó el hospicio en donde lo había dejado su madre viuda y pobre para que cuidaran de él. Tras jugar en varios equipos juveniles de la zona los ojeadores del RCD Español recomendaron su fichaje cuando tenía 19 años. Debutó en el Estadio de la carretera de Sarriá contra el Real Madrid, victoria local por 3-0 y un gol suyo.
Hizo el servicio militar en Cádiz, allí jugó cedido, y luego volvió al Español. Hizo una temporada espectacular, el vecino y rival de la ciudad le hizo una irrechazable oferta al Español para hacerse con sus servicios.
Canito cruzó La Diagonal y se vistió de azulgrana. En el Nou Camp coincide con Kubala que lo tiene por un futbolista total, y le encuentra un sitio en el que sus facultades le permitían brillar, defensa libre.
Si Canito estaba bien verlo jugar era un espectáculo, buen manejo de balón, rápido, bien colocado. Empezaba a convertirse en una estrella, era un fenómeno en el campo, pero su poca formación y mala cabeza le llevaron por el camino equivocado, todo el dinero que ganaba se lo gastaba.
Se iba a los grandes almacenes y se compraba abrigos que valían lo que ganaba una familia media en un año, cambiaba de coche continuamente, cada vehículo era de superior categoría que el anterior. Le quemaba el dinero en las manos.
Pensó que su estatus sería eterno, sin límites. Pero volvamos a la pasión.
En la afición azulgrana se especulaba sobre si se había hecho culé al fichar. Nadie tenía pruebas de tal cosa, solo él. Un día de partido en el Camp Nou se resolvió la duda.
Canito observaba desde su posición de defensa libre cómo el Barça acorralaba a su rival, plantado en el círculo central escucha un pitido que proviene de la megafonía y que anuncia cambios en algún partido que se juega al mismo tiempo, sobre la marcha el marcador gigante que tiene enfrente -sobre la portería que ataca el Barça- parpadea anunciado un gol, pero no un gol cualquiera. Ni para un culé, ni para él.
Gol del Español en el campo del Hércules, y eso alejaba a los periquitos del descenso definitivamente. Canito lo celebró brazos en alto, como un hincha más, sin importarle en donde estaba ni la camiseta que defendía.
La grada del Camp Nou no se lo tomó bien, silbidos para el gol del Español y enorme pitada para su jugador, ahí empezó un distanciamiento que ya jamás pudo cerrarse. Terminó el día en que en un partido de Copa del Rey fue expulsado y se marchó del campo haciendo un corte de mangas a la grada que le increpaba.
Años más tarde algunos compañeros que estuvieron con él comentaron que Canito, en ocasiones, acudía a entrenar con la camiseta del Español debajo del chándal del Barça.
Canito era periquito hasta los huesos, al fin y al cabo, los blanquiazules fueron los que le sacaron de la calle y le dieron la oportunidad de ganarse una vida que en ningún otro oficio hubiera podido tener.
Ni siquiera el dinero pudo hacerle cambiar de pasión y mira que le gustaba.
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Ignacio Tylko | Madrid y Álex Sánchez
Borja Crespo, Leticia Aróstegui y Sara I. Belled
José A. González
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