Camille Saint-Saëns y su perrita Dalila. Atelier Nadar. Biblioteca Nacional de Francia

Carnavales, animales y plantas. El canario de Saint-Saëns

«'El Carnaval de los animales' es una de sus piezas más populares. Acabada en 1886, no fue editada (1922) hasta después de su muerte en Argel, por expreso deseo suyo y a cargo de la editorial Durand».

Dionisio Rodríguez

Músico e investigador musical. Miembro de la Sociedad Camille Saint-Saëns de París

Sábado, 17 de febrero 2024, 22:37

Es común oír referirse al compositor francés Camille Saint-Saëns (1835-1921), como el autor de 'El Carnaval de los animales'. Don Camilo, pues así ... era conocido en la España que recorrió durante más de 30 años, era ya antes de que se conociese esa obra un famoso y reconocido compositor y virtuoso del piano y el órgano, amén de intelectual comprometido con su tiempo. Esa partitura, acabada en 1886, no fue editada (1922) hasta después de su muerte en Argel, por expreso deseo suyo y a cargo de sus buenos y fieles amigos de la editorial Durand. La obra, que consta de 14 números, ha resultado ser a la postre una de las más interpretadas, utilizadas y famosas de la música clásica, pero no dejó de ser durante su vida más que un divertimento que compartía, única y exclusivamente, con sus amigos músicos en relevantes ocasiones.

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No dejó Don Camilo que su 'Fantasía zoológica' fuera de público dominio, en ella aparecen representados diversos animales –junto a pianistas y fósiles– reflejo sarcástico de su humor chispeante, su mirada crítica y los juegos de palabras de los que tanto gustaba en la intimidad. Su facsímil manuscrito ha sido editado (Biblioteca Nacional de Francia, 2018) en magnífico formato y con todos los dibujos y recomendaciones del autor, bajo la responsabilidad de la gran especialista Marie-Gabrielle Soret. Tan solo la famosa bailarina Anna Pavlova, arrancó en vida al autor (1887) poder utilizar uno de sus números más famoso, 'El Cisne', que coreografiado por Fokine, llevó por los escenarios de todo el mundo, convirtiéndose en un clásico del ballet.

La Societé Camille Saint-Saëns de París viene publicando anualmente unos 'Cahiers (Cuadernos) Saint-Saëns', que son un reflejo de la pujanza de las investigaciones en torno suyo, aportando nuevos trabajos y visiones del autor en sus múltiples facetas. En su último ejemplar publicado (N.º 4) correspondiente a 2023, ya en su Editorial, a cargo del presidente Michael Stegemann de la Universidad de Dortmund, señala a la exposición 'Camille Saint-Saëns en Gran Canaria' y a las publicaciones en su entorno –a cargo de la Casa de Colón, el Gobierno Canario y la Fundación Blas Sánchez– como hitos importantes de 2023, tras la prolongación, por mor de la pandemia, de las conmemoraciones en torno al centenario de la muerte del compositor. Por otra parte, Stéphane Leteuré refleja en un elogioso artículo los fundamentos y el desarrollo de la exposición y otros actos y publicaciones.

La citada revista ha ido reeditando diversos artículos del propio Saint-Saëns en torno a la naturaleza, los animales y las plantas, que junto a una particular investigación al respecto, en lo que concierne a Canarias, configuran un relato que puede interesar a los amantes de la naturaleza y curiosos en general.

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A lo largo del siglo XX va a publicar Saint-Saëns en distintos medios parisinos artículos que en principio parecen extraños a los intereses de un músico: 'La inteligencia de las abejas' (1906) o 'La ceguera de los caracoles' (1921). También en 1906 sus 'Observaciones de un amigo de las bestias'; donde tras un preámbulo sobre la inteligencia y el instinto entre los animales (incluido el hombre) y citando su libro filosófico 'Problemas y Misterios', realizado mayormente en Las Palmas de Gran Canaria durante su estancia de 1894, nos dice: «Los signos de inteligencia que muestran los animales me han interesado desde mi más tierna infancia, y he hecho muchas observaciones al respecto. Intentaré recordar algunas de ellas».

Comienza con las arañas, una de sus fobias. Habla de las enormes arañas de la Cochinchina francesa, que visitó, y que tienden sus redes entre grandes árboles o en los postes del telégrafo, y de las que dice: «Se habla del gusto de las arañas por la música, las he observado muchas veces en el campo, o cuando tocando el piano, bien a mi pesar, atraía a grandes arañas cuya presencia no me resultaba nada agradable». En su discurso sobre los insectos se fija en las hormigas, de las que destaca su audacia y su cooperación. La invasión narrada por Stéphane Leteuré en el catálogo de la mencionada exposición grancanaria puede servir de ejemplo: «Un invierno que estuve en Las Palmas, en las Islas Canarias; me alojé en un hotel español, un piso con dos habitaciones enormes. En una de ellas había un gran armario y frente a él mi mesa de trabajo. Hacía tiempo que vivía allí y nunca había visto hormigas en mi casa, cuando me enviaron desde París una caja de hojalata con galletas, que cerraba perfectamente. Probé las galletas, cerré la caja y la guardé en el armario, reservándome para más tarde disfrutarlas. Unos días más tarde me asombré al ver en mi papel pautado una hormiga corriendo; al día siguiente vi dos, luego tres... Entonces se me ocurrió visitar las galletas. ¡Espantosa sorpresa! El armario estaba lleno de hormigas, y la propia caja, que parecía casi hermética, estaba tan invadida de estas terribles criaturas que no había forma de deshacerse de ellas. Así pues, las partículas olorosas de las galletas deben haber atravesado la caja, ¡el armario y las paredes para golpear el sentido del olfato de estos inteligentes e insoportables insectos!»

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A Gran Canaria trae desde Cádiz (1894) un camaleón, muy comunes en esa provincia, entusiasmado con el camuflaje y la metodología de caza del animal: «A falta de placeres, lo más vivo es ver a mi camaleón atrapar las moscas, y salvo estas últimas creo que todo el mundo lo encontrará inocente». Antes de su partida, se lo regala a la joven pianista y compositora canaria Fermina Enríquez, a la que había conocido en esa estancia. Unos meses más tarde ella le escribe: «Aún me vive el camaleón, el que me ha causado sensación verle coger las moscas y los bichos, los que hago me traigan todos los días de la finca, pues tiene por estos gran predilección; haciéndome pasar buenas horas a su lado, viéndole coger los insectos para lo que es un excelente cazador».

Drago milenario de Icod' (Tenerife). Museo Saint-Saëns de Dieppe

Abomina nuestro autor de encerrar en jaulas a las aves salvajes, «las aves del cielo, que convierte su única finalidad vital en escapar». Al respecto de los pájaros enjaulados, narra su experiencia infantil tras atrapar a un gorrión y encerrarlo. El animal, por instinto, buscaba por todos los medios evadirse de su jaula y recobrar su libertad, desesperado, trata de ahogarse en la bañera, retirada esta, una mañana lo encuentra muerto con la cabeza en su bebedero: «Necesitaba una voluntad fuerte, una sorprendente cantidad de energía para llevar a cabo su acto. Se trata, sin lugar a dudas, de un suicidio».

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Ya en 1897, antes de partir desde Cádiz hacia las islas, bromea sobre sí mismo en una carta a su buen amigo y crítico musical Camille Bellaigue, «me voy en unos días para la Gran Canaria, fuga natural de los grandes serins» (en francés: canario, el pájaro y también tonto). En 1909 y tras un viaje por España, Gran Canaria incluida, elaborará Saint-Saëns su «zarzuela» 'Lola, Op. 116'; una de sus canciones, 'Le Rosignol (El ruiseñor)', habla de un pájaro mudo en su jaula, que una vez liberado acude a cantar a la ventana de sus captores. A este respecto, habla en su artículo de los pájaros cautivos, incapaces de reproducirse en la naturaleza y de su canario, posiblemente regalo de sus amistades en las islas: «Sólo un ave tolera fácilmente este régimen: el canario. Al vivir y morir en jaulas durante muchas generaciones, se ha acostumbrado a ella; ya no puede hacer nido, su pico ha perdido dureza y no puede alimentarse tan fácilmente como las aves salvajes. Una vez tuve uno que vivió veinte años; todos los días se abría su jaula y él se situaba en la mesa a la hora de comer; salía a pasear y a picotear migas, volaba por la habitación, se posaba en mi cabeza y volvía por su propio pie a su jaula, que consideraba su casa y donde se sentía a gusto. Le mondaba las pepitas de manzanas y peras, al comprobar que no sabía hacerlo por sí mismo. En cuanto veía aparecer esos frutos agitaba las alas y mostraba una viva alegría; sabía perfectamente que las manzanas y las peras contenían sabrosas semillas. Nunca se alejaba de la mesa; entraba en su jaula para la operación necesaria y volvía a salir enseguida. En los últimos años, ya no salió más y, como muchos ancianos, murió de un ataque de apoplejía. Lo metí en una cajita y lo enterré en el Bois (bosque) de Boulogne».

Prosigue su ruta zoológicas con los roedores, la entrañable amistad entre un asno y una vaca durante una de sus numerosas visitas a Argel, sus propios gatos y perros, de los que destaca a su «griffon negro de bellos y profundos ojos», la perrita Dalila, con la que se retrata en un importante estudio fotográfico de París. Hace mención del perro guardián de un jardín en La Orotava, «la perla de la isla de Tenerife, durante una de mis visitas invernales a esa isla maravillosa». Cuenta que el perro le seguía en sus paseos sin querer alejarse, aunque lo espantara siempre volvía. No quería tirarle piedras, lejos de sus hábitos con los animales, por lo que se arrodilló, lo abrazó y «le expliqué que no podía llevármelo, tras lo que retornó tristemente a casa». Termina la disquisición animal «protestando con todas mis fuerzas contra la crueldad con los animales, las muertes inútiles que producen muchos cazadores y el abuso con los animales domésticos». Tiene un apartado para las crueles corridas de toros de la época; en Cádiz (1889) había asistido a varias durante su primera estancia en Andalucía, camino de las islas, y no guardó buena impresión. Las calificaba como «una mancha sangrienta en ese admirable país que es España». El asunto le debió de impactar hasta el fin de sus días, porque en el año de su muerte, vuelve sobre el asunto en un artículo titulado 'Las corridas de toros' en los que habla de crueldad y de «caballos despanzurrados» oponiéndose firmemente a que se llevara ese espectáculo a París.

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En lo que atañe a las plantas y la naturaleza, publica en enero de 1906 en la 'Nouvelle Revue' parisina: 'La Relación entre plantas y animales'; una teoría personal que entronca el origen común de las especies vegetales y animales (incluyendo al hombre). Saint-Saëns, consumado polemista, invita a refutar/apoyar su teoría, muy propia del ambiente darwinista que iluminaba las ciencias en la época. No obstante la afición del compositor a la naturaleza y a las plantas es totalmente cierta; en sus viajes por todo el mundo recolecta semillas y ejemplares exóticos para sus buenos amigos, el libretista Louis Gallet y su editor Auguste Durand, ambos grandes aficionados a la botánica.

En Canarias, tenemos constancia de sus paseos y excusiones por la geografía insular, principalmente en Gran Canaria y Tenerife. Alaba «las inusuales euforbias (cardones) y las olorosas retamas». De su estancia en la finca Villa Melpómene (Guía), cuenta el deán de la Catedral, José López Martín: «Por su ventana entran a saludarles los mirlos y capirotes y los perfumes del trébol y las legumbres en flor». Y añade: «En la visita que hicimos a la sima de Jinámar, le vi clasificar insectos, plantas y minerales, con el aplomo y seguridad de un consumado naturalista». A Durand le cuenta desde Las Palmas en la que sería su última visita (1909): «Ya he recogido para usted las semillas de una maravillosa datura doble y púrpura, de palmera real y de pandanus; estas últimas me parecen más parecidas a un trozo de madera que a otra cosa y no sé si se desarrollarán».

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Al mencionado amigo Gallet, le va a llevar de su primera visita a Tenerife (1889) unas semillas de palmera y del milenario drago de Icod, que este consigue desarrollar. Años después le escribe a las islas: «Admiro su hermosa palmera que ante todo evoca su regalo de las ocho famosas semillas del drago trimilenario de Tenerife, que usted recordará. Hace poco, se me ocurrió traer a (París) cuatro de estos vástagos para ver cómo habían prosperado. Tienen un gran vigor y miden 7 centímetros de altura. Por supuesto, todavía no tienen el tamaño del padre, ¡pero esperemos dos mil años y veremos! Cuando vuelva, por favor, tráigame más plantas para aclimatar, y acabaremos compitiendo seriamente, a nuestra manera, en el Jardín de Plantas (Jardín Botánico de París)».

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