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El escritor José Luis Correa, antes de la entrevista. Juan Carlos Alonso
Entrevista al escritor José Luis Correa

«'La estación enjaulada' habla de la lucha entre la culpa y el desprecio»

El escritor grancanario José Luis Correa sitúa la última entrega de la saga de Ricardo Blanco en un pequeño pueblo donde asesinan a una joven irlandesa.

Victoriano Suárez Álamo

Las Palmas de Gran Canaria

Domingo, 9 de abril 2023, 02:00

El escritor grancanario José Luis Correa mantiene viva la saga de su detective Ricardo Blanco con una novela que se desarrolla en un pequeño enclave pesquero canario, que bien podría ser Agaete, donde aparece flotando el cadáver de una joven irlandesa.

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-¿Qué le motivó a escribir 'La estación enjaulada' (Alba Editorial), la nueva entrega de su detective Ricardo Blanco?

-Como todas las novelas mías, obedece a una gran pregunta y a un gran tema que me interesa. En este caso son las sectas. Llevaba tiempo dándole vueltas y en Canarias hemos tenido algunos casos. Pero yo quería generalizar. La otra preocupación era la pandemia y el confinamiento. Aún no me considero capaz de contar lo que es en sí la pandemia. Quería una historia que acabara en el límite, por eso la novela termina el día que Pedro Sánchez nos confina, en marzo de 2020. Mi siguiente novela, en la que ya estoy inmerso, comienza en verano, cuando hemos pasado aquella situación. La novela se llama 'La estación enjaulada' porque la pandemia ya va sonando, existe un rumor sobre un virus extraño que viene de China, el famoso murciélago, los primeros miedos... A partir de ahí, Ricardo, como siempre, entra invitado en escena. Al ser un detective privado no es un agente al que le obligan a investigar, sino que le invita alguien a hacerlo.

-En este caso una antigua amiga.

-Sí. Se conocían desde la Universidad y lo llama porque en su pueblo ha aparecido una muchacha muerta y ella tiene la sensación de culpa, porque cree que ha podido hacer algo.

-¿Ese pueblo en el que se desarrollan los hechos, Agaete aunque no lo dice directamente pero sí que menciona en el libro los Berrazales, es un personaje más de la novela?

-Puse lo de los Berrazales, pero lo planteé como que puede ser cualquier pueblo de las islas. Es un pueblo pequeño pero con alguna vidilla. Me apetecía cambiar el espacio narrativo de Ricardo Blanco, que con la próxima novela ya vuelve a la ciudad. Aposté por un espacio más indefinido, por la forma en la que hablan, por los dichos y por los refranes. En cierto modo hay un homenaje a Simenon y a su comisario Maigret. Si te fijas, Ricardo empezó como un homenaje a Sam Spade y a Philip Marlowe... a la novela negra americana. Y ha ido cogiendo peso y empaque en todos los terrenos hasta convertirse casi en Maigret. En este caso llega a ese pueblo pequeño donde todos recelan de él, donde se da aquello de pueblo chico infierno grande. Me gustaba la idea de un Ricardo más pausado, que en vez de pipa fuma puros. El otro día me decían que es un personaje único en la novela negra. Lo es, no porque yo sea único, sino porque tiene sus características propias. Ha adquirido la socarronería de los viejos nuestros, la pausa, es más reflexivo y menos alocado que hace diez novelas.

-Es una evolución natural, Ricardo Blanco también se va haciendo mayor...

-Siempre digo que uno de los pocos aciertos que pueden tener mis novelas es que el personaje ha ido evolucionando. En lugar de estancarlo en una edad, lo he hecho venir conmigo. Ya no tengo ningún reparo en reconocer el concepto de alter ego. Es obvio. He encontrado un tipo que puede plantearse lo que yo me planteo. Refleja mis mismas dudas, neuras, fantasmas, esperanzas y mosqueos. Todo eso está en mis novelas. Tiene más o menos mi edad, mis gustos musicales, literarios y cinematográficos, que fuma puros como yo, que es muy observador. No me planteo ocultarlo. Después está el hecho de la novela de saga. Son 14 libros. A veces me dicen que si no me planteo más retos. ¿Te parece poco reto no repetirme dentro del mismo universo literario que lleva con migo 25 años y 14 libros? Intento que los lectores y lectoras que la estén esperando se encuentren algo fresco y diferente a lo anterior. La clave está en que cuento lo que quiero contar, en cada momento.

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-¿Por qué ese interés en las sectas?

-En mis novelas hay un par de elementos fijos. Por ejemplo, la culpa. Tengo una educación judeo-cristiana de 12 años en un colegio de curas. Esos colegios te dejan cosas buenas y otras menos buenas. 50 años después sigo teniendo buenos amigos con los que me sigo viendo. Me ha dejado un grupo emocional potente. También me ha dejado una moral, una forma de ver el mundo y creo que una rectitud en mis actuaciones. Pero también me ha dejado el concepto de la culpa. Viene que de pibe nos decían que cuando haces bien las cosas es Dios el que está obrando en ti. Cuando lo haces mal, eres tú el que lo haces. La culpa siempre estaba revoloteando y en mis novelas siempre está. Reconozco que soy un tipo con esa idea. Me siento culpable por todo. Como padre, todo lo que sucede con mi hijo me lo planteo como culpa mía. Con mi mujer, en el trabajo... Otro de los elementos que siempre está es el azar. Me encanta el concepto de un detalle que hace que todo el mundo cambie. En esta novela, la culpa está enfrentada. La amiga de Ricardo Blanco se siente culpable y por eso fue a buscarlo, aunque lo que le atormenta no hubiese cambiado nada. La culpa no tiene racionalidad. Las sectas son todo lo contrario. Los tipos hacen lo que hacen sin ninguna puñetera culpa. No tienen ningún sentido de autocrítica o asomo de duda. Son unos puteadores, unos abusadores y unos violadores pero duermen estupendamente bien. Me apetecía hablar en la novela de esa lucha, porque 'La estación enjaulada' es en realidad una lucha entre la culpa y el desprecio.

José Luis Correa, durante la entrevista, en la capital grancanaria. Juan Carlos Alonso

-¿Por qué Irlanda como país de origen de la joven y su familiar?

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-En mis novelas ha aparecido muchas veces. No sé por qué. En 'La décima caja', por ejemplo, es la hija de un buzo irlandés. Me gusta porque es otra isla, en este caso por el catolicismo. También te lo digo sin ningún reparo. Lo puse lejos para que después aquí nadie se sienta aludido. Esto va por todos, no por alguien en concreto. No la puse en Australia porque no dominaba el concepto australiano [risas].

-Además en este caso está el paralelismo entre la pequeña aldea de la que procede y el pequeño pueblo al que llega...

- Claro. El contraste también me interesa. Se habla de que el mar es distinto, aunque es el mismo mar. Una misma isla, pero es otra isla. Es interesante el contraste entre esas dos civilizaciones, ellas hablan de lo nórdico, de los vikingos, con el concepto del odio y la brutalidad frente a lo que se encuentra aquí. Aunque después se encuentra con lo que se encuentra. Todas estas cosas salen a medida que escribo. Yo empiezo a contar una historia y sé de lo que quiero hablar. Pero luego la historia me va llevando. Me gusta dejarme llevar. Cuando se lo planteas a la gente me dicen que entonces todo sale de casualidad. Pues no. Es fruto de horas, horas y más horas de trabajo. Horas de picapedrero.

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-Aparecen giros o detalles inesperados...

-Sí. Al final me doy cuenta de que inconscientemente lo que quería contar era eso. En este caso, esa lucha entre la culpa y el desprecio. Cuando estoy escribiendo a veces me paro. Me doy cuenta de que un personaje no me gusta o veo que me voy hacia un terreno que me parece falso o demasiado facilón. Entonces vuelvo para atrás. El concepto de picar piedra viene porque consiste en quitar lo que sobra. Siempre aludo a la imagen del escultor como que está muy asociada a la del escritor. No le pones pegotes a lo que estás haciendo, sino que le quitas cosas para que salga lo esencial, lo sustancial. Cada 50 o 60 páginas paro y empiezo desde el principio y comienzo a quitar cosas. Te hablo de que puedo quitar hasta tres o cuatro páginas de un plumazo, porque me lleva a donde no quiero.

-¿De ahí que sus novelas no sean especialmente extensas?

-Claro que sí. Sería incapaz de escribir un best seller. No me siento capaz de escribir una novela de 600 páginas. Además porque respeto mucho a mis lectores. No escribo supeditados a ellos ni para que me quieran. Pero los respeto mucho. Hay dos cosas fundamentales en esto: no los puedes aburrir y no les puedes tomar el pelo. Como lector, no como escritor, ya que leo más que lo escribo, me niego a aburrirme. Desde que veo que un libro no es para mí, lo dejo porque tengo muchas novelas esperándome. Y me niego a que me tomen el pelo. Cuando coges alguno de esos novelones de 600 páginas y ves que hay 40 o 50 que tienen todo el aspecto de ser porque este tipo tuvo un rollete en Cuenca y le hace homenaje a aquella amante y no tiene nada que ver con el resto de la novela, lo notas, porque yo soy un torcedor de historias. Yo voy a lo esencial, quizás también porque vengo del cuento. 'La estación enjaulada' quizás es de las más largas. Así y todo algunos lectores me dicen que se quedan con ganas de más. Prefiero que pase eso a que se harten en la página 80.

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-¿Suele leer en alto en casa sus novelas para corregirlas?

-Mucho. Ahora para mi mujer, pero antes también. Lo recomiendo porque los chirridos saltan ahí. Percibes las cacofonías y las repeticiones.

- ¿La literatura canaria ha acabo con muchos complejos?

-Creo que con todos. Me pongo a pensar, no ufanamente ni con vanidad, en mis primeras novelas. Un detective de La Isleta... y la gente me miraba como las vacas al tren. Empezábamos a discutir que si era una novela costumbrista. Ojalá que lo fuera, pero lo decían de un modo despectivo. Decían que era una novela menor que transcurría en Canarias. En aquellos años me pasaba el tiempo defendiéndome de todo aquello. Ahora me encanta que haya muchas voces, jóvenes potentísimos y otros no tan jóvenes, ya que hay clásicos muy interesantes como Paco Quevedo, Emilio González Déniz, Santiago Gil... Nadie se plantea no situar sus personajes en las islas, porque ya se sabe que es un espacio narrativo ideal, tiene de todo para una novela de cualquier tema o género.

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-Sin ir más lejos, su saga de Ricardo Blanco se lee mucho fuera de las islas.

-Claro que sí. Y a Alexis Ravelo, ni te cuento. También a Antonio Lozano. Creo que los tres hemos tenido mucha suerte, me gusta hablar de nuevo del azar. La literatura no tiene el mismo problema que otros tipos de arte que necesitan saltar fuera, a lugares con más empaque. Puedes escribir desde la aldea de Asterix y Obelix sin salir de ahí. Todos los escritores y escritoras son de ese mundo pequeño que es su casa.

- ¿Cómo analiza el momento que vive el género negro en España en estos momentos?

-Hay un 'boom' porque hemos pasado de ser un subgénero, medio apestado donde nos miraban de otra manera. Éramos cabos chusqueros. Ahora resulta que es un súper género al que todo el mundo quiere entrar. Se han dado cuenta de que muchas de las mejores novelas de los últimos años son de este género. Además, esas novelas responden al mundo que vivimos y responden a las preguntas que nos hacemos. Hablan del alma humana, del bien y del mal, de la envidia, los celos, la muerte, el rencor... Lo que ocurre es que ahora hay subsecciones en el género donde meten muchas cosas.

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- ¿Cómo lleva el vacío que ha dejado la muerte de Alexis Ravelo?

- Es duro. El otro día lo contaba. En Facebook te van saltando fotos. Preciosas pero cabronas. Aparecían algunas en las que estábamos Antonio Lozano, Alexis y yo. Últimamente la gente cuando me llama o me habla me dice con cariño: «cuídate mucho». Llevar lo de Alexis es muy complicado, porque hay también mucha rabia. Además del dolor. Es muy injusto. La vida no es justa, es algo que ya sabemos. Pero es que le quedaban muchas cosas por darnos.

- Siempre es pronto, pero en este caso especialmente.

- Le quedaban muchas cosas por contarnos y por decirnos. Nos queda el buen sabor de que lo reconocieron en vida. Me hubiera jodido mucho si lo hubieran ninguneado y ahora que no está todo el mundo presumiera de que eran sus amigos. Ahora reconocen que es un gran escritor pero es que en vida ya se lo habían reconocido. No hablo solo de premios, sino reconocimiento del gremio. Muchos escritores jóvenes han salido adelante e impulsados por sus talleres. Ahora lo estoy releyendo. Con mucho gusto pero también porque me han invitado para muchos clubes de lectura como homenaje a él. El otro día estuve en uno, por zoom, del Instituto Cervantes de Bruselas, Chicago y otros lugares. Hablamos Antonio Becerra y yo. Ahora voy a otro en Tenerife y coordinaré uno que se llama Alexis Ravelo en Arucas, en la Biblioteca Municipal. Ahora, releyéndolo me doy cuenta aún más de lo gran escritor que es. Con 'Los milagros prohibidos' se me caía la baba y te topas con fragmentos que ya me hubiera gustado escribir a mí. Después está el vacío del ser humano. Era un tipo diferente, especial y se dejaba notar mucho, por físico y personalidad abrumadora.

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