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Alexis Ravelo ante el manuscrito en el que le dio forma a 'Un tío con una bolsa en la cabeza', su última novela. COBER

«Me interesaba preguntarme en qué me parezco a un corrupto»

La nueva novela de Alexis Ravelo, 'Un tío con una bolsa en la cabeza, es un monólogo interior de uno de esos delincuentes de «cuello blanco» que le obsesionan

Domingo, 4 de octubre 2020, 01:00

Alexis Ravelo regresa con un texto frenético que lleva su sello. Hay corrupción, violencia, esa inquinad que traza su biografía creativa, pero esta vez abordada desde el otro lado del relato. Del de los malos. 'Un tío con una bolsa en la cabeza' es un monólogo interior en el que autor decide, por una vez, jugar a saber qué pasa por la cabeza de un delincuente poderoso cuando encara una muerte violenta e inesperada.

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-Ha decidido cambiar de tercio en su estilo como narrador y parece que la respuesta está siendo positiva...

-Sorprendentemente buena. Cuando estás escribiendo una novela piensas en una especie de lector cero, que no tiene rostro, pero al que le puede gustar lo que estás escribiendo. Y eso no me sucedía con esta novela. La escribí más bien para mí porque es un ejercicio de estilo que yo todavía no había hecho. Para demostrarme a mí mismo que la podía escribir. Como decía Lope de Vega, necesito cambiar de estilo y de razones. Salir de la zona de confort porque si no me paso la vida escribiendo novelas de Eladio Monroy. Que me gusta mucho y me lo paso muy bien, pero no puede ser. Tengo que crecer y aprender cosas. Y en este oficio aprendes a hacer las cosas haciéndolas.

-¿Por qué apostó por un monólogo interior?

-Era una técnica que había utilizado puntualmente para alguna novela. Pero de manera muy tímida. En nuestro imaginario lector hay grandes textos así, como 'Nocturno de Chile' (Roberto Bolaño), 'La muerte de Artemio Cruz' (Carlos Fuentes), la mitad de Faulkner... Mis novelas siempre surgen de un montón de ideas que se van cruzando. Llevaba un tiempo preocupado porque veía que no profundizaba demasiado en los delincuentes de cuello blanco de mis novelas. Para mí eran el malote y no veía el ser humano que está detrás, que también está. Como alguien se convierte en un delincuente de cuello blanco y hasta qué punto todos podemos llegar a corrompernos. Y luego, cuáles son las justificaciones que uno se da a sí mismo cuando es así. Porque no hablarás con ningún delincuente de cuello blanco que te diga que es un corrupto y mala persona.

-¿Primero decidió la técnica y luego dio con la historia?

-Estaba preocupado con cómo contar eso y, de repente, vi la noticia de que a una concejala de un municipio de Tenerife la secuestran de esta manera. Y ahí surge el argumento. Porque uno va buscando buenos argumentos que le permitan tratar los temas que le preocupan y encontrar la mejor manera de contarlos. Normalmente siempre hago pruebas de estilo al principio, aquí ya lo tenía claro. Una historia que tiene 17 minutos de tiempo de ficción y jugando con el tiempo psicológico aprovechamos para contar 40 años de corrupción en un municipio turístico.

-Hay un cambio estilístico, pero siguen presentes esas obsesiones que se ha preocupado por diseccionar a lo largo de su trayectoria...

-Como los pintores cuando están con un motivo, y pintan series para ir acercándose al mismo asunto o la misma frase, por decirlo de una manera musical, le vas dando vueltas hasta acertar. Este asunto de la corrupción desde este punto de vista nunca lo había tocado. Y me parece interesante porque, al final, un periodista me decía que había escrito una especie de manual del corrupto. Porque se cuenta como nos podemos corromper todos. Y luego había una pregunta muy interesante para mí, que era la de en qué me parezco yo a esta persona y qué tendría que pasar para que yo me corrompiera. Es una pregunta que me gustaría trasladarle al lector. He construido un personaje con el que en un momento determinado uno podría identificarse con él. Porque es un ser humano que por su propia actividad se ha ido quedando solo, que también ha sufrido sus desgracias en la vida.

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-¿La historia de Gabrielo, el protagonista, nos está hablando de la España de los últimos 45 años?

-Hay un personaje que es el maestro de Gabrielo, que es Nicolás Umpiérrez 'El Viejo'. Fue el último alcalde del franquismo en el pueblo, hijo de caciques, que luego fue el primer alcalde de la democracia en ese pueblo. Para mí en otros planos de lecturas significa otras cosas. Pero desde un plano histórico-político lo que nos está diciendo es que esos mecanismos del poder no son de la democracia, son heredados del tardofranquismo. Cuando los tecnócratas permiten la transición en realidad se están heredando muchas estructuras franquistas, que fueron la gran fiesta de la corrupción. Muchas veces se nos intenta hacer creer que esta corrupción nos llega con la democracia. Pero, no, esto es heredado de viejas estructuras de poder que vienen de aquella época. Y ya es hora de que nos sentemos y debatir cuáles son los orígenes de muchos de nuestros males.

Alexis Ravelo en su estudio de trabajo. COBER

-Vuelve a ambientar la trama en San Expósito, ¿cuántos lugares podrían ser San Expósito?

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-San Expósito es un pueblo donde predomina la maldad. Surgió en principio para 'La noche de piedra' como ciudad de la maldad. En aquella novela no solo había un psicópata, también había un policía local corrupto, su compañera no era menos corrupta, eran todos muy mala gente. Yo quería contar esa historia ambientada en un pueblito de costa que va creciendo como ciudad turística. Pero no lo podía ambientar en Canarias en un municipio concreto porque siempre habría alguien que se sentiría aludido. Es una especie de Santa María, de Macondo, al que puse a mis escritores y filósofos favoritos el nombre de las calles. Y fui creando ese pequeño territorio, que luego aparece en 'La otra vida de Ned Blackbird', que sucede en Los Álamos que es la ciudad que está frente de San Expósito. Siempre es territorio insular, es un pueblo agrario que viene de la época el caciquismo que se convierte en un municipio turístico con una gran explosión inmobiliaria. Podría ser cualquier pueblo de la costa española.

-¿Tienen esos perfiles más sustrato que la ambición? ¿Queda algo de ideología ahí?

-El político de la chaqueta es un clásico. Pero es cierto que eso ha sido mucho más habitual en partidos socialistas, liberales o de centro derecha que entre los partidos de izquierda que siempre han sido unos muertos de hambre que se pelean entre ellos. Fíjate como se fue conformando el nacionalismo oficial canario, un desastre. Independientes de cada isla se aglutinan. De repente, cuando cae el centro de la UCD, se juntan en una coalición de partidos en la que además se introduce a los nacionalistas de verdad, los de izquierda, y además a los de la izquierda cristiana. Yo cuando veo a un partido que le llama independientes de yo que sé pienso que ahí vienen los cuatro negociantes de siempre. No hay ideología, son independientes para arreglarse el negocio. Igual podrán hacer cosas buenas pero sin programa ni nada. Sumando el eslogan de moda. Yo a un señor de derechas, conservador, lo respeto mucho. Porque es alguien que tiene unos ideales. No son los míos. Pero los tiene, cuenta con principios. Los otros no hacen política, que en realidad es un arte noble que debería buscar espacios de convivencia para todos. Encima algunos tienen los redaños de anunciarse fuera como nuestra voz, por mí no hace falta que hablen.

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-Decía que lo que le planteaba este libro era muchas preguntas. Su literatura tiene un compromiso muy acentuado, ¿con ello pretende un objetivo concreto de denuncia o de ponernos tras la pista de algo?

-Mi intención es provocar, nada más. Y provocar desde un punto de vista sano-maligno. Mi intención cuando escribo un libro siempre es divertir al lector. Que el texto sea ameno. En esta ocasión no era así pero parece que lo he conseguido. Y luego está esa idea de provocar al lector. Que tenga preguntas, no solo sobre su contexto social o sobre la política concreta de su pueblo.

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-¿También sobre su moralidad?

-Claro, la pregunta no es si ese señor es un corrupto. Ya sabes que lo es. Eso te lo puede decir cualquier periodista, te pueden presentar a un corrupto como es perfectamente. Mi intención es hacer que tú te preguntes si tú podrías llegar a ser ese corrupto. Hay algo que uno va aprendiendo con el tiempo y a lo mejor no lo tenía en cuenta cuando tienes 15 años. Con los años, yo que soy un ateo, un materialista dialéctico, he aprendido el arte de la compasión y de sentir con el otro. Hasta ese tipo que a mí me parece que representa todo lo peor del mundo, esa persona que ha sido ambiciosa y egoísta y ha sembrado mucho mal a su alrededor, es un ser humano. Y ha tenido a alguien que lo quiso cuando era niño o no lo ha tenido. Ha amado a gente. Hemos tenido casos muy recientes en Canarias de tipos que han sido realmente poderosos, con los que todo el mundo se ha sacado fotos mientras sabían que estaban haciendo maldades bajo cuerda, y luego han caído en desgracia judicial y pública y han acabado muriendo solos. A mí eso me da pena. Tipos que lo han tenido todo, económica y socialmente, cuya palabra era crucial para todo porque era importante su opinión porque era de un lobby potente y que de repente caen en desgracia y quiénes se han sacado fotos con ellos les dan la espalda, las personas que estaban a su lado sentimentalmente los olvidan.

-¿Pueden ser esos que se quitan de la foto personajes todavía más peligrosos y necesarios de retratar?

-Es muy interesante mirar las hemerotecas. Muchas de ecos de sociedad y fiestas. Es muy relevante ver quién se fotografiaba con quién y ahora intenta dar lecciones de moralidad sobre esa persona.

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Los manuscritos de la inquinidad

Borador de 'Un tío con una bolsa en la cabeza'. COBER

– Comenzó a escribir esta historia en su diario de trabajo y a mano durante una conferencia en la que se estaba aburriendo, ¿qué le aporta seguir escribiendo sus libros de esa forma?

– La relación con el texto es distinta. Hay más inmediatez y, a parte de eso, hay algo que va más allá del romanticismo. De un texto elaboras muchas versiones, y cuando escribes las notas a mano al pasarlas al ordenador ya tienes una segunda versión. Estás ahorrando muchísimo trabajo y eso te ayuda mucho a aclararte ideas, tener ese primer borrador a mano.

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– ¿Es una forma de mantener con vida la idea original?

– Lo digital está muy bien para corregir o para mover texto. Pero cuando corriges algo en el word lo que corriges desaparece, ya no está el tachón, y pierdes la posibilidad de pensar si era mejor lo que habías tachado. Algo que se está perdiendo con las correcciones de pruebas que se hacen ahora es que las galeradas te las mandan en PDF y los cambios se incorporan a ese documento. La historia de la bibliofilia está llena de páginas de Joyce, de Balzac o de Galdós corrigiendo las pruebas, y es muy bonito, porque tienes una idea de cómo podía haber quedado y como quedó. Y eso se pierde. Con la primera versión en papel siempre tienes esa posibilidad de repensar el texto

– ¿Cuándo siente que un libro esta realmente terminado?

– Cuando doy por finalizada una novela es cuando se publica. Y en ese momento, de mis ejemplares justificativos aparto uno que es el que llamo el de las erratas. Ahí es donde empiezo a comprobar todos los defectos del texto y empiezo a rezar para que haya una segunda edición. Leo con lápiz, por eso no disfruto de la lectura en 'eBook'. Mis libros están todos rayados, porque no es solo que subraye. Hago notas y ese tipo de cosas. El texto realmente no lo terminas nunca, lo publicas para dejar de corregirlo. Y, además, siempre es peor en papel que como era en tu cabeza. Eso me pasa con todos mis libros.

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–¿Qué supuso este cambio de tercio en la forma de afrontar la historia? ¿Le llevo más tiempo de lo habitual?

–Llevó unos once meses de trabajo. El primer borrador salió en tres o cuatro meses, luego estuve más tiempo pasándolo al ordenador. Yo lo suelo hacer con cuentos o pasajes concretos de novela, pero como este texto se prestaba a ello lo fui grabando completo capítulo por capítulo. Entonces una segunda versión del texto iba surgiendo de escuchar el audio y corregir. Luego me pasé otro año teniéndolo en nevera, sacándolo cada cierto tiempo, y meditándolo.

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