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Imagen del barrio capitalino de San Juan. Fedac

A propósito de San Juan

Fue llamado «el barrio de la libertad» por el franquismo, pero no como encomio, sino como apercibimiento. Hoy, esa expresión recupera su sentido más noble: el de una ciudad que se construyó también por voces en ocasiones anónimas, desconocidas, silenciadas, construida por ideales que aún nos interpelan.

Adrián Santana García

Sábado, 28 de junio 2025, 22:06

Hubo un tiempo en que San Juan fue llamado el barrio de la libertad. No como elogio, sino como advertencia. La frase aparece, con una ... importante carga despectiva, en los expedientes del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas custodiados en el Archivo Histórico Provincial, documentación en la que el franquismo registraba con frialdad burocrática la osadía de algunos barrios y vecinos en los que la democracia y la legalidad habían echado raíces. En ese archivo de sombras al que la historiografía aporta luz, San Juan figuraba como lugar peligroso, por ser demasiado libre. Y, en efecto, lo era.

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Allí vivieron hombres y mujeres que creían en la democracia, en la justicia social, en la fraternidad cívica. Ocho de sus vecinos más activos, trabajadores y miembros del Partido Socialista en la ciudad, fueron encausados por quienes perpetraron el golpe de Estado de 1936. No fueron mártires por vocación, sino ciudadanos por convicción. Como ha documentado el historiador Sergio Millares Cantero, su crimen fue no renunciar a sus ideas y defender la democracia. Su memoria, durante décadas, fue sepultada bajo capas de silencio oficial.

A propósito de San Juan —el barrio, y también la fecha que ha celebrado nuestra ciudad— conviene recordar que Las Palmas de Gran Canaria no se fundó y construyó sólo con una cruz y una empalizada en la orilla Sur del Guiniguada, en los caserones e instituciones donde se decidía lo escrito o por los grandes apellidos compuestos que forman parte del histórico nomenclátor, sino que se fue levantando, paso a paso, casa a casa, barrio a barrio.

Desde Vegueta hasta la Vega de San José, Jinámar, La Isleta, Guanarteme, Schamann, San Juan y Tenoya, la ciudad se levantó sobre los riscos, dunas, colinas y pueblos con materiales tangibles —piedra, cal, madera y cemento— y también con otros invisibles: la solidaridad, la resistencia, la esperanza. Se levantó por manos anónimas, por nombres borrados o silenciados, como fueron los dirigentes de San Juan o los demócratas represaliados del municipio de San Lorenzo, por biografías que empiezan a emerger gracias a los archivos, la memoria oral, los colectivos vecinales y el trabajo de quienes se niegan a olvidar.

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Hoy, cuando las hogueras ya han iluminado la noche de San Juan y continuamos celebrando el 547 aniversario fundacional de nuestra ciudad, es un buen momento para mirar hacia arriba, hacia ese barrio que sigue colgado de la ladera como testigo de nuestra historia, bregando día a día para seguir haciendo ciudad. No para romantizarlo con su policromía e idosicrancia, orgullo indudable de propios y ajenos, sino para entender que en sus calles, como en las de muchos otros barrios de Las Palmas de Gran Canaria, se ensayaron formas de ciudadanía que anticiparon la ciudad democrática que hoy disfrutamos.

El barrio de la libertad. Lo que fue un estigma en los expedientes del franquismo, debe ser hoy un emblema de dignidad. Porque las ciudades no se sostienen solo sobre sus cimientos físicos, sino sobre los ideales que las animan, que las construyen. Y San Juan, el barrio y el día, nos recuerdan que la libertad, que la ciudad, se edifica también gracias a quienes, a pesar de haber sido silenciados, dejaron su eco en los más altos principios.

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