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La desconocida vida en las profundidades del océano
Ciencia | Biología marina

La desconocida vida en las profundidades del océano

Los océanos encierran aún numerosos misterios porque solo muy recientemente ha sido posible estudiar la vida en las profundidades

mauricio-josé schwarz

Lunes, 9 de mayo 2022, 01:00

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El océano sigue siendo el gran desconocido. No se ha explorado ni el 20% del fondo marino. Conocemos mejor la Luna y, cada día más, Marte, que lo que hay debajo de la capa de agua que cubre el 70% de nuestro planeta. La razón de que eso sea así es que el océano es difícil de explorar y apenas ha habido tecnología para hacerlo hasta muy recientemente.

La vida que alberga es otro misterio. Los biólogos calculan que contienen el 80% de la vida en nuestro planeta, con miles, tal vez millones de especies por descubrir, describir y conocer. Sobre todo en sus profundidades. De hecho, no fue hasta 1864 cuando investigadores noruegos como Georg Ossian Sars obtuvieron muestras de vida a más de 3.100 metros de profundidad. Hasta entonces, la idea general era que en las profundidades del océano no había vida, al no haber luz para la fotosíntesis.

A partir de ese momento, se multiplicaron los descubrimientos que nos han ido mostrando formas de vida que nos parecen extrañas, adaptadas a la enorme presión, oscuridad y frío de las profundidades marinas.

Las capas más profundas del océano

Para su estudio, el océano se divide en tres zonas principales. La primera es la capa de luz solar, que llega a una profundidad de 200 metros. Es aproximadamente el 5% de la profundidad media de los océanos y allí se lleva a cabo la actividad pesquera además de ser donde las algas y otras formas de vida vegetal producen alrededor del 50% de todo el oxígeno del planeta. Entre los 200 y 1.000 metros está la zona crepuscular, donde llega suficiente luz para que se produzca fotosíntesis y donde se absorbe más o menos el 25% del dióxido de carbono producido por la actividad humana. Y es aquí donde se vieron las primeras asombrosas criaturas bioluminiscentes.

Hasta 1864 la idea general era que en las profundidades del océano no había vida, al no haber luz para la fotosíntesis

Por debajo de los mil metros, el océano profundo se subdivide a su vez en la zona de la medianoche (hasta los 4.000 metros), el abismo, que llega hasta los 6.000 metros y es de media el suelo del océano, y las trincheras, zonas de gran profundidad, la mayor de las cuales es la trinchera de las Islas Marianas, que alcanza los 11.034 metros. E incluso allí se han identificado más de 200 microorganismos y pequeños crustáceos que viven y se reproducen en sus aguas heladas, de gran acidez y enormes presiones, sin ver la luz jamás en su existencia. Y en cuanto a peces, se han identificado en varias trincheras viviendo a profundidades de más de 8.000 metros, lo cual hace que no se puedan descartar especies incluso más abajo.

Después de todo, un total de 12 personas han pisado la superficie de la Luna mientras que solo tres han llegado a las máximas profundidades del mar: Jacques Piccard y Don Walsh en 1960, y el director de cine James Cameron en 2012.

¿Quién vive?

En la competencia por los seres más extraños del planeta, al menos desde nuestro punto de vista, tienen un lugar muy destacado las bacterias que producen energía a partir de reacciones químicas que realizan con las sustancias minerales que expulsan las fuentes hidrotermales del fondo del océano junto con agua a temperaturas de hasta 400 grados Celsius, un calor suficiente como para fundir plomo. Estas fuentes hidrotermales no fueron descubiertas hasta 1977 y, con ellas, las bacterias que las utilizan como sustitutos de la fotosíntesis y que viven en simbiosis con varias especies de almejas, mejillones, gambas y gusanos aportándoles nutrientes.

Al estudiar a los gusanos tubícolas llamados Riftia pachyptila en los alrededores de una fuente hidrotermal, los investigadores descubrieron que la hemoglobina de su sangre era capaz de unirse a oxígeno y a sulfuro de hidrógeno proveniente de las fuentes, que las bacterias que viven en sus tejidos utilizan para crear su materia orgánica, que es el alimento posterior del gusano. La fotosíntesis se ve sustituida por varias formas de quimiosíntesis.

Fue ese descubrimiento el que hizo que se abandonara la idea de que la luz solar era esencial para la vida y, de paso, nos recordó que la adaptabilidad de la vida es siempre mayor de lo que imaginan incluso los escritores de ciencia ficción.

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Los habitantes más vistosos de las profundidades abisales son, sin duda, los seres capaces de emitir luz utilizando distintos procedimientos. Entre los más conocidos están los peces lofiformes de las profundidades; parientes del rape que usan un señuelo evolucionado a partir de la primera espina de su aleta dorsal y en el que, en simbiosis con el pez, viven bacterias que tienen un gen, llamado 'lux', que les permite sintetizar proteínas que emiten luz que atrae a las presas a las bocas llenas de agudos dientes de los peces.

La bioluminiscencia no es solo una estrategia alimenticia… distintos animales la usan para sorprender, llamar la atención o buscar pareja o, en las capas más altas de la zona oscura del océano, para camuflarse imitando la escasa luz que llega de la superficie.

Gran parte de la alimentación que tienen los seres de las profundidades procede de la muerte de otros en capas más superficiales. Una ballena muerta es un banquete para literalmente cientos de especies de crustáceos, moluscos, peces y otros seres que aprovechan su materia orgánica. Los trozos de materia orgánica más pequeños que llegan al fondo se conocen como 'nieve marina'.

Muchos peces y los diminutos seres que forman el zooplancton viajan todos los días de las zonas más profundas hacia la superficie para alimentarse, habitualmente de noche, para volver al cobijo de sus oscuros dominios durante el día. Los calamares gigantes, cuyo hábitat son las profundidades, realizan estas migraciones verticales, provocando alarmas por lo demás infundadas.

Son destacados los llamados ángeles marinos, cuyos cuerpos transparentes y las protuberancias con las que nadan, que asemejan pequeñas alas, resultan visualmente atractivos. Se trata de babosas que en su evolución han dejado atrás no sólo la concha de los caracoles, sino su espacio antiguo en el suelo marino, para recorrer las aguas en busca de presas.

Seguir investigando

Mucho de lo que queda por descubrir está en riesgo como toda la vida del planeta. El cambio climático, la acidificación y desoxigenación de los océanos, afectan al fondo marino, pero este, según investigadores como los del National Oceanographic Partnership Program de los EE UU, puede enseñarnos mucho sobre cómo paliar y prevenir las consecuencias de nuestros actos.

Podemos encontrar también grandes artrópodos parientes de la cochinilla y muy parecidos a ella, pero de hasta 40 cm de largo, llamados isópodos gigantes. Otros gigantes son los sifonóforos, parientes de las medusas que pueden medir hasta 40 metros de largo con el aspecto de una cuerda depositada en el fondo marino y que usan la bioluminiscencia para capturar los peces que son su alimento.

Y queda tanto por descubrir…

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