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Playa del pueblo de Tufia en Telde, Gran Canaria. Arcadio Suárez
Una vuelta a la redonda

Tufia, la playa que va a morir de éxito

Vecinos de este enclave denuncian el deterioro y la masificación de turistas y buceadores

Helena Victoria Falcón Santana

Las Palmas de Gran Canaria

Lunes, 28 de julio 2025, 23:08

La playa de Tufia. Arcadio Suárez

«Tufia no es la playa que era». La queja es de Juan Sánchez, miembro de la asociación de vecinos de este enclave único de la costa teldense, su hogar durante toda su vida. Explica su comentario diciendo que «ya no es la playa familiar donde uno venía por la tarde a hablar, a disfrutar de la noche...».

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El detonante, asegura, fue el auge del buceo. En este miércoles de julio y cielo azul los vecinos, bañistas de otras localidades y personas con neopreno, gafas y botellas de oxígeno se arremolinan en apenas 40 metros de costa de arena negra y de uno de los lugares más bellos y pintorescos de la costa grancanaria. «Empezó con uno o dos que buceaban, y luego vinieron los clubes, las escuelas, y después ya vinieron de todas partes», relata Juan Sánchez.

Hoy, en cualquier sábado o domingo pueden llegar hasta doscientos buceadores, asegura, muchos traídos por escuelas del sur de Gran Canaria que recogen a turistas en hoteles y los traen a Tufia a hacer sus cursos. Entre sus calles marineras señaléticas caseras recuerdan que este es un lugar de calma, para disfrutar la naturaleza y que es tarea de cualquier visitante mantenerlo así, limpio en la tierra y en su mar cristalino.

«Se cobra por usar nuestros recursos, pero aquí no se invierte nada. Solo perdemos», continúa en su denuncia Juan Sánchez, quien cree que una de las pérdidas más palpables para quienes viven allí son los aparcamientos: «Los vecinos están envenenados. No pueden ni salir a trabajar. A veces uno no viene ni a comer, porque no hay dónde aparcar».

La falta de ordenanzas, control de aforos, normativa ambiental o regulación de usos está haciendo mella en el entorno. «Esto es un sitio de interés científico», recuerda el vecino. «Aquí habría que regular la entrada de coches, el número de visitantes, los braseros, las fiestas, los altavoces... pero nadie hace nada». La presión turística a pequeña escala se ha convertido en una carga diaria, continúa.

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Distintas zonas de Tufia. Arcadio Suárez

Pasado aborigen

Tufia fue declarado sitio de interés científico en 1994 porque conserva depósitos fósiles de origen dunar, especies vegetales endémicas en peligro —como el chaparro de Tufia y la piña de mar—, y hábitats salinos únicos en la isla. También posee uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la isla, con restos de viviendas aborígenes construidas en piedra y cuevas abiertas directamente al mar. Desde 1973, este poblado prehispánico está protegido como Bien de Interés Cultural. Y ese pasado lo lleva en su nombre, ya que se cree que proviene de un antiguo guayre llamado Taufia, cuya muerte se sitúa en esta misma zona.

Naturaleza y pasado se dan la mano en este enclave que se ha convertido en un punto de referencia para los amantes del buceo en Gran Canaria. «La bahía ofrece un ecosistema marino único, con una biodiversidad que difícilmente se encuentra en otros puntos como Melenara o La Garita. La calma de sus aguas, protegidas del viento norte y con un fondo rocoso ideal, atrae a una fauna abundante que convierte cada inmersión en una experiencia vibrante», explica Óscar Taboada, director de la escuela de buceo Karapat en Telde.

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Tufia vive dividida. Algunos ven el turismo y los visitantes como una oportunidad económica, otros lo sienten como una amenaza. La asociación de vecinos, tras años de lucha, ha terminado abandonando sus funciones por desgaste. «Nos peleamos con el Ayuntamiento, con los vecinos, con todo el mundo... y nadie nos hizo caso», dice Juan Sánchez.

Esta playa única era hasta hace pocos años uno de los secretos mejor guardados de la costa de Telde y Gran Canaria, resguardada del viento y de las guías turísticas. Pero Intentet y las redes sociales han viralizado sus rincones y cada vez son más quienes se acercan a disfrutarla, con la consiguiente masificación que sufran las personas que viven allí. Porque en este lugar idílico se esconde una realidad compleja, la de un vecindario que se siente desplazado y olvidado la creciente avalancha de visitantes.

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Incluso la fiesta tradicional ha quedado reducida a una misa sencilla, organizada por un vecino que es dueño de la ermita. «Ya no hay chiringuito ni música. Lo tuvimos que quitar. Aquello era una locura: gente bebiendo hasta las once de la noche, actividades groseras», añade Juan Sánchez.

El mensaje que los vecinos quieren lanzar es claro: «Que la gente venga, sí, que disfrute, pero con respeto. Aquí vive gente. Esto no es solo un fondo de pantalla para redes sociales. Tufia no puede morir de éxito».

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