

Secciones
Servicios
Destacamos
«Cuando estás fuera de Canarias, te vas creando poco a poco, y casi sin querer, unas islas imaginarias», contaba el escritor José Carlos Cataño (La Laguna, 1954- Barcelona, 2019). Me acuerdo del poeta cuando, de higos a brevas, regreso al sitio de mi niñez; San Juan, en Telde, un terreno explorado y conquistado calle a calle entre la infancia y la adolescencia, que ahora se me antoja extraño y pleno de vacíos.
Mis primeras incursiones fueron oculares. El solar frente a mi casa se prestaba. Al amanecer lo invadía un rebaño. Sus cencerros, mi despertador. Mutaba. Un día, lleno de coches. Otro, se instalaba la fauna del circo. Y por las fiestas, otros nómadas; la gente de los cochitos y las tómbolas, envueltos en perfume de calamar seco. El espectáculo acabó con el siglo XXI. El juzgado –un cubo sobrio con el que Félix Juan Bordes simbolizó la justicia– borró para siempre las ovejas y las vistas a la cumbre.
Noticia relacionada
Pero no tema. Si busca, podrá encontrar vestigios de aquel San Juan rural donde los plátanos se compraban en la propia cooperativa de plataneros y en las tiendas lo mismo despachaban palas de galletas en cartuchos de papel que pizcos de ron en vaso obrero.
Las cantoneras, por ejemplo, resisten tras siglos midiendo las horas de agua. Están escondidas y no hay muchas, pero sobreviven.
Si quiere buscar más huellas del pasado, le propongo un juego. Vaya al corazón de San Juan. Entre en la iglesia, pida permiso para acercarse al altar y busque con la vista entre los dorados y los personajes del retablo gótico flamenco las novedades del siglo XVI: unas gafas, nunca vistas hasta entonces, y unas babuchas, para presumir de multiculturalidad. Repare también en la figura del Cristo, una escultura divina pero muy humana, hecha por los indios tarascos de México con pasta de papel, incluso legajos donde anotaban con pictogramas el pago de gallinas o sacos de granos al fisco español.
Cerca de las Cuatro Esquinas, llamadas así como si fueran las únicas de Telde y del mundo, hay otro lugar donde el tiempo echó el freno: el Museo León y Castillo. La casona –mi sitio favorito para jugar al escondite y desquiciar al entonces jovencísimo bibliotecario y actual cronista oficial– atesora un enser desaparecido de las casas canarias; la pila de agua, esa potabilizadora doméstica que filtraba el saber popular. Al otro lado de la calle, hay un lugar inexistente pero inolvidable para los teldenses añejos; la Casa de Socorro, donde iban a parar todas las heridas y fracturas a deshoras. Qué dolor.
Justo ahí, en las Cuatro Esquinas, se abre uno de los pasadizos a San Francisco, una isla dentro de San Juan que guarda uno de los mejores y más bellos ejemplos de la arquitectura popular canaria. Un escenario ideal para los besos primerizos. Se lo recomiendo.
Gran Canaria | A medio camino de la capital grancanaria y el aeropuerto, Telde no tiene pérdida. Se llega por la GC-1 hasta la salida 7B que conecta con la GC-10. Antes de entrar en el casco urbano, una desviación a la derecha nos lleva directamente a San Juan. Allí, lo mejor es aparcar cerca del Parque de San Juan y desde allí explorar el barrio, sin olvidar el recoleto y escondido núcleo de San Francisco. Una de sus entradas se abre en la calle que bordea la plaza de San Juan, frente al iglesia.
Publicidad
Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Óscar Beltrán de Otálora e Isabel Toledo
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.