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«¿Van a Montaña de Tauro, misijos?». Ni tan siquiera su nieto, Rafa Molina, que tanto ha hablado con ella, lo sabía. Juanita, cariñoso diminutivo para una mujer de alma inmensa, con 96 años cumplidos, le cuenta que ella, siendo todavía poco más que una niña, subió varias veces hasta lo alto del gigante de piedra para bajar leñabuena a la costa. Por eso este sendero no es un sendero cualquiera, porque los pasos discurren por el territorio, pero también por el tiempo.
La luz que inunda a media mañana el valle de Mogán se cuela por el patio y las ventanas de la casa de Juanita, en Los Palmitos. La claridad siempre es bienvenida en este hogar y habita también en los ojos de su dueña. Su testimonio enseña la primera lección del día: las historias de los hombres y mujeres que lo han transitado y habitado son parte indisoluble de los paisajes de Gran Canaria. Y así se comprobará más tarde.
Rafa Molina, fundador de Etnoexperience Canarias, empresa especializada en el diseño y organización de rutas y experiencias etnográficas, da continuidad al estrecho vínculo de su familia con las cumbres y Mogán, escenario de viajes interiores, de subidas y bajadas, de fatigas y alegrías. Con él, resulta fácil leer el entorno y comprender las múltiples capas que lo componen, aunque muchas estén ocultas a la vista, como las coladas de lava que se superpusieron una tras otras hasta elevar la cima de Montaña de Tauro al lugar en el que se encuentra.
Cuando Rafa Molina está en Mogán, en Tejeda o en La Aldea se mueve sobre el terreno, pero también por el paisanaje. Y por la memoria, como si siguiera el rastro que dejaron sus ancestros, como el de su bisabuela por vía paterna, la madre de Juanita, que vio la luz en la Culata de Tejeda, o el de su abuelo, de El Carrizal de Tejeda, aunque se bajaron a La Aldea, antes de mudarse a Mogán. Por parte de madre, su abuelo nació en Mogán y su abuela en el barrio de Juan Gómez de La Culata de Tejeda, si bien se casaron y criaron a su familia en suelo moganero.
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De su abuelo 'Rafaelito' Molina debió heredar ese gen desinquieto, pues tuvo que ser uno de los primeros conductores de camiones de la comarca, con los que llevaba la fruta y otros productos de las fincas de Mogán hasta la ciudad, en trayectos de cinco o más horas en aquel entonces. Pero no solo eso. Era el enlace entre el pueblo y la capital. Como muestra, hasta le dejaban plantillas de la planta de los pies, patrones que él llevaba a las zapaterías, hasta volver en otro viaje con el par de zapatos encargado.
El ascenso a Montaña de Tauro arranca en el punto de encuentro, establecido junto a la Presa del Salto del Perro. Al poco, las señalizaciones indican que la caminata discurrirá por un tramo del Sendero de Gran Recorrido 'GR 139' del Cabildo, que transita por la práctica totalidad de los ámbitos de la Reserva de la Biosfera y del Patrimonio Mundial del Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas de Gran Canaria. Las indicaciones para esta ruta se encuentran en el portal de senderismo creado por el Área de Medio Ambiente del Cabildo, grancanariasenderos.com.
Apenas remontados unos cientos de metros, el camino regala una panorámica de cernícalo. La vista vuela hasta la montaña de Aslobas, que se eleva casi mil metros y a la que llaman también 'la pirámide', por su elocuente forma. Y la mirada cae en picado hacia las estribaciones del macizo de Guguy, donde el Cabildo impulsa la declaración del Parque Nacional. Y sobre los caminantes se despliega un cielo azul, aunque un nubarrón negro avanza desde el noroeste. En ausencia de nubes, lo normal en esta zona de la isla, las noches ofrecen una ventana al firmamento en el corazón del sello Starlight que luce la isla.
Montaña de Tauro ya se yergue orgullosa, recibiendo el sol en un costado, y mostrando un nuboso penacho oscuro en el otro. Este Monumento Natural forma parte de una zona amplia enmarcada en la parte más antigua de la isla. Es también un cofre de tesoros naturales. Aquí perviven más de cincuenta endemismos vegetales, un universo a ras de suelo donde brillan cardoncillos, damas, lenguas de pájaro, tajinastes negros, jocamas, inciensos o corregüelas grises.
Los pinares sureños gobiernan el panorama con la majestad de su silencio. Aunque el territorio sigue hablando con su lenguaje centenario. A Rafa le vienen al recuerdo las historias que ha escuchado de su familia y de gente mayor, relatos de bebés que eran portados a pie desde el valle de Mogán hasta San Mateo, en busca del único médico que podía sanarle. Por esos caminos se movían la supervivencia, la desesperación, la felicidad y hasta los amoríos, porque eran las únicas vías de comunicación para ir a las fiestas, para el encuentro o para adentrarse en los lugares donde estaba la madera o cualquier forma de ganarse el sustento.
Un viento inquieto acompaña esta mañana a Rafa Molina rumbo a la cumbre de Montaña de Tauro. En un providencial soco, escuchamos claramente la voz de quien siente que sus raíces se hunden literalmente en el paraje que pisa en este mismo instante.
«Se trata de un lugar muy importante y especial para mí. Hay que recordar que la Reserva de la Biosfera es una figura que trata de conocer, estudiar, potenciar y fomentar la relación que ha tenido el hombre con el paisaje. No solo consiste en proteger un ecosistema o un espacio natural, sino que aquí también es muy importante la función del ser humano. Por eso la Unesco declara este espacio como tal, por los importantes valores etnográficos, culturales, patrimoniales y, por supuesto, naturales», afianza.
«Me siento profundamente vinculado a todo este territorio. Mi familia procede de Mogán, porque mi padre y mi madre ya nacieron en el pueblo de Mogán, pero sus abuelos proceden de la zona del Carrizal y la Culata de Tejeda. Y también tengo familia en La Aldea, con lo cual siento todo este territorio como propio», subraya antes de emprender de nuevo la marcha. Le vemos perderse entre el pinar, por el camino que serpentea hacia las alturas. Observamos a un hombre caminar entre el presente y el pasado, con paso firme, sin dudar, retomando los pasos de Juanita ochenta o más años atrás.
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