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Entrada principal del Mercado Central en la calle Galicia. Cober

Un sábado en el Mercado Central: la vida que conocemos

La plaza de abastos de Alcaravaneras late las matinales sabatinas con sus pasillos repletos y sus diálogos costumbristas

David Ojeda

Las Palmas de Gran Canaria

Viernes, 7 de julio 2023, 23:29

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Hay algo poderosamente tradicional al cruzar la puerta de las plazas de abastos. No solo tiene que ver con la cuadricula de puestos, con el olor de la fruta o la humedad que desprenden las pescaderías. Más allá del paisaje, esa sensación gotea desde el paisanaje. Ocurre cualquier mañana de sábado en el Mercado Central de Las Palmas de Gran Canaria. Sus pasillos repletos y sus diálogos costumbristas nos hacen sentir la vida que conocemos.

Vive la plaza de Alcaravaneras un buen momento. Es el sábado un buen día para comprobarlo. Desde muy temprano sus pasillos van formando un mosaico de personalidades, de puesto en puesto al encuentro de productos con la personalidad del despacho cercano. Con más corazón que en las grandes superficies comerciales.

Su histórica churrería hierve. Con la máquina de café ardiendo y el aceite de los churros dorando sin parar ese manjar popular que siempre se acaba imponiendo a la moda del 'brunch'. Desde horas antes del alba las persianas de los puestos se abren hasta la mitad en el trasiego de colocar la mercancía a la espera de la legión de compradores que en pocas horas se desplegará por la antigua infraestructura en el centro de la ciudad.

Y cuando sus puertas ofician la ceremonia de apertura se abre paso la vida. El Mercado vive días de transición, con su segunda planta clausurada por las obras de un hipermercado que puede alterar las dinámicas hasta ahora establecidas.

La clientela se agolpa frente los puestos. Cober

Pero mientras eso sucede sus calles, porque su recorrido interior parece un trazado urbano, reciben un reguero intergeneracional que acude a la tradicional compra sabatina. Es entonces cuando se aprecian más similitudes con la ciudad, con el barrio. Con lo común, lo que es tan pequeño que es universal.

En los pasillos del Mercado Central basta con estar atento para captar el eco de las conversaciones cotidianas. Las buenas notas del nieto, el divorcio de los hijos del vecino y, en la clasificación de los temas con mayor discusión del día, los precios de los productos.

Proximidad y frescura han sido de toda la vida sinónimos de precios más elevados que en otro tipo de comercios. Pero eso no evita que la gente llene el mercado buscando ese producto que haga de su mesa un lugar distinguido.

Los hay también cuya liturgia no es la de la compra, es la del punto de encuentro. Antes de cruzar el friso que en la puerta de acceso nomina a la plaza de Alcaravaneras suceden muchas cosas. Junto a la parada de guaguas de la calle Galicia se recrea otro universo. Menos intergeneracional que en el interior, más de la edad madura.

En esa corrillo, cerca de la puerta donde antes un cajero y ahora una pared blanca cercenaron un mural de Pepe Dámaso, se produce un rumor constante. En el que las voces son graves y se proyectan en altura. Casi como una evocación a los que pasan despistados por delante a variar la ruta escogida y acceder al bullicioso ajetreo del interior.

Y es que el Central es el mayor de los red de mercados municipales con los que cuenta Las Palmas de Gran Canaria, entre los que también se cuentan el de Vegueta, el de Altavista y el del Puerto. La gran superficie de 6.036.031 metros cuadrados se sitúa estratégicamente en el corazón de Alcaravaneras. tejido al gran núcleo comercial de Mesa y López, y a pleno rendimiento ha visto funcionar al unísono sus 128 puestos.

Fachada principal del Mercado Central. Cober

Es tal vez eso lo que propicie ese lleno de los sábados, como de vida antigua. Cuando la comida de la semana se ordenaba en la programación familiar que desemboca en la compra en el histórico edificio de la calle Galicia.

Su ajedrezado suelo es otro sello de identidad. Si un eco devolviera las conversaciones que ha recibido se podría consumar la mejor historia oral de la ciudad.

Actualización

Más allá de la próxima invasión de un supermercado, el Central camina de la mano de la actualización. Su ala de hostelería completa su oferta más allá de la churrería y su vetusto letrero de Ginebra Bol's, bañado en letras negras sobre un fondo amarillo con el trazo de una tipografía artesanal y elegante de las de antes.

Dentro de la propia zona de comercio también se van ampliando las propuestas. Se pueden comer buenos bocadillos, de esos que maridan tradición e ingredientes modernos. Una gran pescadería expande sus territorios y lo anuncia con paneles serigrafiados por una marca de cerveza de esas que ahora va abarcando cada vez más mercado. Una invitación a algo más que comprar el pescado de la semana.

Cuando parecía que en las plazas de abastos se atrasaban los relojes apareció un nuevo impulso. Una nueva vida Esa que pretende dar la mano a la tradición con los nuevos tiempos, en la que se demuestra que por mucho que transitemos hacia una sociedad hipertecnologizada acabaremos acudiendo a los espacios de siempre. A la conversación pequeña y cercana, al interés curioso por la vida de los otros, por la vida de todos.

Es sábado. Y el Mercado Central vuelve a abrir sus puertas para recibir a su gente.

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