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Las manos de Mario Guerra o de Pacuco Flores no solo rescatan el cárter de un vehículo, su tapizado original o sus faros. Cuando les llega un coche antiguo (antes de 1950) o clásico (de 1950 a 1986), también resucitan voces del pasado, historias vinculadas a un viaje, a un trayecto, a una aspiración. Es sencillo imaginar, por ejemplo, que en el pirata que acaba de llegar al taller de automóviles clásicos del Sebadal se subió tanta gente, en blanco y negro, que necesitaba recorrer las polvorientas carreteras que separaban Telde de San Mateo. Es lo bueno que tiene este museo permanente de vehículos clásicos y antiguos de Gran Canaria, que abrirá sus puertas tras el verano: permite que la imaginación se acelere y bosqueje otras vidas, más allá de la historia.
El museo del automóvil de Gran Canaria se prepara ya para una carrera en el tiempo. En la nave que tiene en la calle Juan Domínguez Pérez, están a punto de invitarnos a un viaje montados en 170 automóviles con los que se podrá recorrer más de cien años.
El promotor de la idea es Gustavo Cabrera, gerente de Car Home Services, un taller del Sebadal que repara coches y mima joyas de la automoción. «El 90% de los coches que tenemos ya está funcionando», explica para que nos hagamos una idea del tiempo y el esfuerzo depositados en cada automóvil, «cuando llegaron apenas un 15% se podía conducir».
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Al abrirse las puertas del museo se suceden marcas que resuenan en el imaginario colectivo. Los Rolls Royce, Bentley, Buick, Dodge, Citroen, Mercedes comparten espacio con emblemas menos conocidos como los de Simca o Panhard.
Hay reliquias que están deseando contar su historia, como «el coche que el dictador Franco regaló a Juan Carlos I, el vehículo oficial de un alcalde de Arucas que sufrió un ataque en torno a la Guerra Civil, un camión americano que participó en la II Guerra Mundial o diferentes automóviles policiales. «Cada coche es un mundo», explica Gustavo Cabrera, quien asegura que cada pieza irá acompañado de un sistema que proporcionará toda la información relevante al visitante.
Los primeros coches llegaron hace ocho meses. Muchos son de particulares que colaboran en el proyecto museístico. Es el caso de Domingo Javier Ramírez, quien aporta dos vehículos: uno es un Ford A de 1930 que heredó de su padre y que ha mejorado su estado de conservación desde que lo sacó del garaje en que dormía; y otro es el furgón de la panadería familiar, que es de 1968.
Algunas exposiciones externas han dado a conocer el museo y han despertado el interés de más propietarios en traer sus vehículos. «El museo ya se ha quedado pequeño», bromea Cabrera. La muestra se completa con fotos antiguas, billetes, carnés y otros materiales con los que se hilvana la historia.
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Óscar Beltrán de Otálora e Isabel Toledo
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
Iker Cortés | Madrid
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