Los rostros del barrio
Pedro Macías: Siempre en horaRelojero desde los ocho años, rostro popular de Vegueta, donde ha pasado media vida entre mecánicas y segunderos, posee una memoria extraordinaria sobre un oficio ejercido con las maneras de un artesano
En un viaje de ida y vuelta, Pedro Macías lleva media vida en las empedradas calles de Vegueta. Siempre entre relojes, casi como último guardián de las formas clásicas de un oficio que trata la mecánica a la manera de un artesano. Presume de relojero, una palabra, una vocación, que da sentido a su vida desde que solo tenía ocho años de edad.
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Vegueta es centro de gravedad de su vida porque allí trabajó muchos años, primero en una experiencia que acabó con el amargo sabor de la decepción tras 15 años en una relojería en la calle Doctor Chil, callejuela adoquinada a la sombra de la Catedral de Santa Ana. La misma que le cobija ahora cuando aparece por Relojería Miriam, en la calle Herrería, el negocio de su hija y donde todavía se le puede ver destripando alguna pieza para su reparación. «No hay nada como los suizos. Siempre fueron los mejores relojes», dice.
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Pedro Macías cruza ya el umbral de las ocho décadas de vida pero los compartimientos de su memoria funcionan tan engrasados como las manecillas de un Rolex. Lo recuerda todo con precisión y siempre tiene la anécdota puntual que remonta el río de la nostalgia para ser compartida. Como la de sus comienzos.
«Yo era de Arucas y comencé en Tenoya, con un tío mío, cuando solo tenía ocho años. Desde entonces he pasado la vida entre relojes. Mi padre me dijo que tenía que buscarme la vida porque en casa no teníamos dinero para pagarme estudios cuando fuera mayor. Entonces comencé a trabajar y a dedicarle mi vida a este oficio», explica para situarnos en aquella Las Palmas de la década de 1940 en la que el niño Pedro trabaja ya con la responsabilidad de un hombre.
Macías es un personaje popular en las calles del barrio antiguo. Estar a su lado en la propia Herrería sirve para comprobar cómo saluda a todo el que pasa, con un conocimiento enciclopédico de cada linaje. Enseguida un recuerdo le lleva a otro. «¿Recuerda el bar que había antes frente al Herreño? Muchas noches acababa allí con unos amigos que tenía en Tráfico de la Guardia Civil cuando terminaban su jornada», explica a una audiencia que, por edad, es imposible que conociera aquella taberna.
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Macías es una figura de Vegueta, aunque viva unos metros más allá. Pero es un hombre que a través de todas las esquinas de su vida ha ido mudando de espacio pero nunca de oficio. «Estuve un tiempo en Madrid y después muchos años trabajando para la casa Citizen en Las Palmas de Gran Canaria, que estaba en la calle Luis Morote», recuerda.
Esa experiencia la lleva a fuego como uno de los mejores momentos de su vida profesional. «Cuando fue cerrando y saliendo trabajadores fui el último en salir. Le dije a la empresa de irme en ocasiones anteriores pero siempre me dijeron que yo sería el último», cuenta.
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En Relojería Miriam queda la memoria impresa de esa época. Allí se concentran relojes y joyas de todos los tiempos. Péndulos y clásicas piezas de pared. Ejemplares soberbios de muñeca. Pero también siguen muchas fotos de aquel Pedro Macías joven, con bata blanca e instrumental de cirujano de la hora, testimonio de años hermosos.
Fue su tiempo en Citizen el que le dejó una de sus anécdotas favoritas, de la que siempre tira para ilustrar su pericia. «Para que te contrataran tenías que ir a Madrid a hacer las pruebas y nos llevaron a un hotel. Nos pusieron a todos en unas mesas y nos dieron para armar y desarmar un modelo Aqualand, que es el que usa el Grupo Especial de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil, los buceadores. Me lo dieron y en un momento lo abrí y lo cerré. Pasaron a mi lado y me preguntaron si no iba a empezar y les dije que ya había terminado. Lo volví a hacer y se quedaron impresionados», rememora con una sonrisa de orgullo.
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Así comenzó su larga historia con la compañía japonesa, una de las más importantes del mundo en su sector y de la que tantas piezas han ido pasando por su mano para ser reparadas a lo largo de una vida de taller y tacto.
Mientras tanto, Pedro Macías seguía con su vida. Tuvo dos hijas y hoy presume de nietos, casi tanto como de la destreza con la que todavía puede arreglar un reloj si lo dejas en sus manos.
Recordado por honesto
Es un hombre inquieto al que le encantaría que le recordaran como un profesional honrado. «Me he encontrado muchas personas a las que no las han tratado bien en las relojerías y eso me duele. Cobrando dinerales por pilas, por ejemplo, de mala calidad que no duran nada. A las personas hay que tratarlas bien y con justicia», comenta.
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Siempre ataviado con un polo, perfectamente encajado en la cintura del pantalón. Con la raya del pelo, íntegro, ladeado con la misma caída que exhibe en esas fotos de juventud que atesora con el mismo mimo que los viejos relojes que cuelgan de la pared.
Justo estos días se presentó ante él un hombre con una vieja fotografía sepia. De primeras no le reconoció. En la imagen se veía a Pedro afanado sobre la mesa del taller y a un niño con un pequeño despertador entre las manos. Entonces le reconoció: uno de tantos relojeros que aprendieron a su vera el oficio.
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