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Carmelo Angulo tiene el porte de Spencer Tracy en 'Capitanes intrépidos': adusto, curtido por el paso de los años, y con la piel surcada, como el personaje de Kipling, por las cicatrices invisibles de quien convive con el mar. Porque Carmelo Angulo es un diestro marino, como también es un ágil domador de kawasakis. Pero lo que ha sido, fundamentalmente, durante las últimas tres décadas es el timonel del Timbeque, ese bar que es una celebración de la vida. Una anomalía en el corazón de una ciudad cada vez más estrecha, cada vez menos diversa en su forma de entender la noche.
El Timbeque regresó esta semana de sus vacaciones. Y su escalera ya ha sido recorrida en doble sentido por sus leales, que son multitud dentro de esa minoría que aún se abraza al calor de la conversación y cuyo corazón se deja mecer por la sección rítmica de bandas como Crosby, Stills, Nash and Young o las guitarras de Warren Haynes, músicos de guardia en las pantallas del bar cada noche durante los últimos 30 años.
Carmelo se ríe cuando se le pregunta hasta cuándo mantendrá abiertas las puertas del 'templo' de Canalejas. Muchos directamente ni se atreven a requerirle esa información, por miedo a recibir una respuesta que les agriete el alma. «La noche es dura pero te acostumbras a ella», expresa Angulo, veterano noctámbulo y uno de los propietarios de bares más longevos de la ciudad. Tras el reciente cierre de La Tienda en Isla de Cuba, quedan pocos bares con tantas noches en sus persianas. El Pachichi. A la estela El Bote. No muchos más.
En el Timbeque la fórmula del éxito tiene varias abrazaderas. La principal es la química del factor humano. El de Carmelo cada noche bregando en la plancha, con las manos enguantadas, raspando los restos de bocados ya devorados, para que todo esté escrupulosamente limpio. Del de Esther y Melissa calmando a los sedientos, superando desde bien temprano el objetivo de pasos que dictan los relojes del presente tras recorrer los pocos metros que separan la barra del amplio salón. Una y otra vez.
Y es que en el Timbeque no hay clientes, hay familias. Algunas incluso se han creado allí y han aparecido, con largas colas blancas, para culminar sus noches de bodas. Al reencuentro tras las vacaciones le siguieron abrazos emocionados. Rostros de toda la vida, cruces generacionales, cautivos de la noche que saben que allí siempre se cumple la última esperanza.
En esta cita clásica, Carmelo Angulo expresa que le llevó a abrir el histórico local de Canalejas 18 hace ya 30 años: «Desde pequeño mi gran pasión fue la música. Siempre quise tener un local cómodo, con buena música, y en el que la gente pudiera comer. Con esa idea abrimos el Timbeque. El bar en el que a mí me gustaría estar como cliente. En aquella época, y pasa lo mismo ahora, no había muchos locales que sirvieran de comer hasta tarde como hacemos aquí», refería aludiendo al punto de partida de 1993.
El Timbeque fue bautizado por Orlando Hernández, poeta bohemio que durante tantos años ilustró las páginas de este periódico con sus decires canarios. Hernández, que conocía bien a Carmelo Angulo de sus tiempos en La Madrileña, le sugirió este nombre. Un cubanismo que llegó a las islas y que se refiere a bares y jaleo. Lo clavó.
El Timbeque ha ido adaptándose a los tiempos. Con los años superó todos los maleficios. Cuando el billar desapareció de su salón. La imposibilidad de utilizar el hermoso patio interior para evitar tensiones vecinales. Cambios de moneda y un momento que su propietario pensó que podría ser irreversible, la prohibición de fumar en interiores, asumiendo su ubicación en una planta baja que requiere de una escalera para entrar y salir.
De todos esos lances salió vencedor. Incluso de la gran batalla del siglo, y que en los tiempo confusos en los que se iban alterando constantemente los niveles de aforo, le llevó a sufrir varias reaperturas frustradas.
Han pasado todos esos años y Carmelo Angulo ha visto crecer a sus hijos hasta establecerse en la vida adulta mientras sigue al pie del cañón. Se ha renovado y ha adaptado su carta, abierta casi toda la madrugada para las almas extraviadas, a los tiempos. Antes de la burbuja que recorre la ciudad abriendo nuevos y 'premiados' locales de hamburguesas él fue añadiendo ingredientes a sus hamburguesas hasta nutrir su carta de delicias como la 'Highway to Hell', la 'Starway to Heaven', la 'Sweet Jane', 'La Grange' y demás bocados bautizados con títulos de históricas canciones del rock de todos los tiempos.
Porque esa es otra de las claves del bar. Su música. Carmelo selecciona cada noche los temas que suenan. Referencias de todos los tiempos, del mejor rock, blues, soul. Versiones clásicas, actuaciones modernas.
El Timbeque vuelve con sus fieles como lo ha hecho cada año desde 1993. Sus persiana sube cada tarde de martes a viernes a las 19.30 horas, a las 21.00 los sábados, hasta bien entrada la madrugada. Hasta ese momento en el que Carmelo calla la música, golpea la campana de agradecer las propinas, y dicta una sentencia dolorosa para los que han aguantado hasta el final: «15 minutos, señores».
Cuando el Timbeque se queda mudo, Carmelo comienza un nuevo día. Se tira de la cintura de sus Levi's y se afana en recoger, en volver al salón para que cada silla vuelva a emparejarse con su mesa, para que cada vaso sea fregado, para que no floten a la deriva los restos del naufragio. El Timbeque celebra 30 años. ¡Larga vida!.
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Patricia Cabezuelo
José A. González y Lidia Carvajal
Encarni Hinojosa
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