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Juan de la Fe posa con sus herramientas de trabajo en la puerta de los Hermanos de la Fe en la calle Aguadulce. Cober

Los rostros del barrio

Juan de la Fe: Con las ganas de un chiquillo

Durante seis décadas se ha dedicado al oficio de barbero en el barrio de Lugo, ese sector de Arenales castigado por el relato de la ciudad pero en el que él quiere seguir afilando sus tijeras

David Ojeda

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 7 de junio 2025, 21:37

Juan de la Fe lleva seis décadas rasurando cabelleras en el corazón del Lugo, ese sector interno del barrio de Arenales. No tiene hecha la cuenta de las cabezas que han pasado por sus manos pero sí guarda la memoria de la transformación de la cuadricula urbana a la que llegó siendo poco más que un crío desde el pueblo de Firgas, cuando esas calles eran «un hervidero repleto de salas de fiestas».

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«El Lugo me lo conozco como la palma de mi mano», explica. Sigue fino, con una planta envidiable a sus 74 años, y con una velocidad en los dedos que aún asombra a su hijo Alberto, con el que comparte ahora el salón de los Hermanos de la Fe, en la esquina de Aguadulce con Matías Padrón. «Abrimos muy temprano y a las dos horas mi padre lleva ya más afeitados que muchos peluqueros en un día», señala con orgullo el relevo generacional.

La peluquería está en Aguadulce 44 desde 1997. Pero mucho antes estuvo en Molino de Viento, donde se originó esa saga casi centenaria que hoy continúa Juan y que mantendrá Alberto. «Tenía 13 años cuando empecé en esta profesión. Vine de Firgas a la ciudad en 1965 a trabajar a la peluquería que en aquel momento era de un tío mío. De todas maneras, cuando llegué a Las Palmas yo ya sabía cortar el pelo y afeitar, con aquellas navajas de antes y las maquinillas manuales, que no eran eléctricas», recuerda.

«No hay ordenador para sacar la cuenta de las veces que he cortado el pelo», bromea. Los Hermanos de la Fe son un local emblemático en esa barrio marcado por los estigmas de las noches oscuras y la prostitución. Algo que Juan de la Fe desecha; allí ha sido y es feliz y nunca ha tenido un problema que lamentar.

Junto a su hermano trabajó 50 años, hasta que hace una década este pronunció la palabra retirada y Juan, con el apoyo de su hijo Alberto, decidió seguir adelante. Con los mismos sillones –restañados en varias ocasiones– con los que ya se aplicaba en el oficio en Molino de Viento. Y con la misma vocación. «Nosotros somos más que unos barberos. Por aquí pasa gente que ya es familia, y pelamos a varias generaciones. Yo he tenido de clientes a los abuelos de los que ahora vienen a cortarse el pelo», señala sin un ápice de nostalgia. Para él la partida se sigue jugando.

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Aunque no puede negar que los tiempos han cambiado. Y que su clientela apenas se parece a la de los comienzos. «Hoy en día sí que se puede llamar a esto peluquería –ríe–. Yo recuerdo cuando empezaba cómo venía gente hasta con cemento en el pelo. No es como ahora que los más jóvenes vienen todas las semanas a hacerse cortes», cuenta.

Tampoco son lo mismo las calles por las que se mueve. «Había mucho más ambiente que ahora, esto está muy tranquilo. Esas calles eran una fiesta continua con montón de salas abiertas. Hoy no queda ni un bar donde tomarte una copa. Ha mejorado en muchas cosas pero está menos vivo», señala.

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En la trayectoria vital de Juan de la Fe, que está inexorablemente vinculada a la profesional, solo es posible encontrar un momento en el que saliera de la trama urbana de Arenales, cuando le tocó realizar el servicio militar. E incluso en esas manda la tijera: «Estuve de barbero en el cuartel, tres meses en Hoya Fría en La Laguna y después en el Canarias 50, en La Isleta. Allí sí que hice cabezas, que me tocaba pelar un regimiento», manifiesta siempre con una carcajada como compañera del relato.

La conversación sucede mientras Alberto atiende un cliente. Este también participa y cuenta como él iba de pequeño a la peluquería y ahora lleva a su hijo, comunicando sus palabras con las anteriores de Juan. «Lo de mi padre es de locos», señala de nuevo Alberto: «No hay un día que no esté de humor para venir».

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Y eso es lo que el propio Juan de la Fe pone sobre la mesa, sobre todo cuando se le pregunta por sus horizontes. «Me encuentro bien. Estar con los clientes te da mucha vida, con los que tenemos conversaciones de muchas cosas. No hay un día que no tenga ganas de venir a trabajar; me encuentro como un chiquillo», vuelve a bromear.

Enérgico y madrugador

Para él estar en la peluquería es vitamina. Algo que trasciende el ejercicio aséptico del oficio. «Puede venir un cliente de hace 40 años con un problema y te lo cuenta como si fueras de la familia, alguien muy cercano. Más de una vez se me ha ocurrido dar una idea para solucionarlo y se toman en serio el consejo y les viene bien», cuenta.

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Juan de la Fe no es nostálgico. Casi que parece movido por aquella de «no estés triste porque terminó, sonríe porque sucedió». Cuenta cómo no hace mucho falleció un cliente de 94 años al que llevaba cortando el pelo desde que llegó siendo niño desde Firgas. Y lo hace con la alegría de haber compartido tanto con él más que con la pena de la natural despedida.

Juan de la Fe se seguirá despertando a las 07.00 horas para acudir al negocio. No piensa para nada en guardar las tijeras en los cajones pero sí que se muestra satisfecho de que Alberto, uno de sus cuatro hijos, le siga haciendo sentir orgulloso mostrando todo lo que ha aprendido de él situado durante los últimos diez años a su izquierda en el espejo.

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Juan y su hijo Alberto en el interior de los Hermanos de la Fe. Cober
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