Los rostros del barrio
Juan Carlos Lorenzo: Hay más dignidad en el barrancoToda su vida se ha desarrollado en Cuevas Blancas, uno de esos lugares de Las Palmas de Gran Canaria que son posibles porque el impulso de sus vecinos llega más lejos que las promesas incumplidas de las instituciones
Cuevas Blancas cruza el fondo del barranco, desbrozado por un ramal del barrio de Los Giles en Las Palmas de Gran Canaria. Allí ha transcurrido la vida de Juan Carlos Lorenzo durante siete décadas, 70 años de existencia en los que el pequeño núcleo de algo más de 200 habitantes ha sido un ejemplo de dignidad y compromiso colectivo.
«No hay un lugar mejor para vivir», señala Lorenzo para explicar porqué no ha querido irse a otro lugar nunca. El fondo del barranco es su sitio en el mundo. Allí vio a sus padres y a sus vecinos levantar piedra a piedra las calles y las casas del lugar. «Si había que echar un techo allí que iban todos con una botella de ron y se ponían a trabajar», cuenta.
Y es que este barrio nació de la voluntad popular. Así lo recuerda el propio Lorenzo, que siendo un niño vivió cómo la colaboración vecinal fue trascendental para crear comunidad. «Fueron los vecinos los que pusieron el agua, los que asfaltaron las calles. Salvo la luz, que eso sí que no lo pudieron poner», comenta.
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Con esa forma de convivencia creció Juan Carlos Lorenzo. «Recuerdo que mi padre traía los sacos de cemento uno a uno. En Guanarteme cogía aquellas guaguas verdes de la época, que lo dejaban en Casa Ayala. Y desde allí se echaba el saco al hombro y llegaba caminando hasta aquí. Y como él todos por aquí», dice.
Él mismo recuerda que para ir al colegio cuando niño tenía que caminar unos 45 minutos a la ida y otros tantos a la vuelta. «Íbamos hasta Casa Ayala a pie. Pero pronto empecé a trabajar, con solo nueve años con los betancores aquí arriba, en las casetas que tenían en Los Giles», recuerda.
Hace mucho de aquellos tiempos, pero mantiene vivo el recuerdo. Incluso confiesa sentir «añoranza» de esa etapa de la vida. «La gente era más pobre pero era muy educada. Y siempre estaba dispuesta para colaborar con los demás. Hoy no es así para nada», señala.
Así se hizo un hombre. En la denostada escuela de la vida. Pasó luego a trabajar repartiendo pan para la panadería de su suegro y fue haciendo su universo cada vez mayor. Incorporando personas a su vida hasta finales de la década de 1970, cuando desbordó su inclinación por la lucha vecinal de la ciudad de la que ha sido miembro activo desde los años de la transición.
Hoy tiene un pequeño huerto lleno de plantas medicinales. Y sigue con la escalera de mano y su arcón de herramientas a cuestas. Mientras, la puerta grande de su garaje sigue abierta y por allí se filtran las historias de sus vecinos. En tres minutos de conversación saca su razón crítica y carga contra el Ayuntamiento por el abandono de las zonas comunes y cuenta los problemas de una vecina mayor para poder salir de su casa.
La única brecha
Tiene a mano los papeles de las mociones que ha presentado en los plenos para reclamar infraestructuras para el barrio. Y muy frescas en la cabeza las acciones que ha liderado contra el Ayuntamiento.
De todo ha salido indemne. Solo hay una cosa que le ha doblegado. «La enfermedad de mi niño, esa es la pena más grande que me queda». Juan Carlos Lorenzo perdió hace tres años a uno de sus cuatro hijos, cuando este tenía 17. Sufría parálisis cerebral desde la infancia. «Para mí nos dio una lección. La de nunca rendirse. En muchas ocasiones nos decían que ya no había nada que hacer pero él siguió batallando todo lo que pudo», expone.
Fue otro momento en el que este vecino de Cuevas Blancas hizo de la lucha su forma de vida. «Me enteré que había familias de niños con otras enfermedades que no pagaban el parquin y di la pelea hasta que conseguí que las de nuestros hijos tampoco lo hicieran.Pasábamos allí mucho tiempo y era injusto. Muchos meses seguidos de ingreso», dice.
Esos días a pie de hospital fueron los únicos que le pudieron sacar de las calles. Desde su actividad colectiva en el barrio y en la agrupación que las unificaba a todas bajo el nombre del Real de Las Palmas.
En su garaje cuelgan los recuerdos de su pasión por la música. De sus tiempos con la agrupación folclórica Princesa Dácil del barrio. «Fue un tiempo muy bonito que tuve que aparcar por la enfermedad de mi hijo. Pero conseguimos muchas cosas. Estuvimos tocando en hogares canarios en San Antonio de Texas o en Nueva Orleans. De hecho, fue precisamente a la vuelta de Nueva Orleans cuando pudimos demostrar una vez más que este es un barrio muy solidario. Al poco de volver de allí pasó la tragedia del huracán Katrina e hicimos una gran recogida de ayuda para las personas que nos habían acogido allí», explica.
Juan Carlos Lorenzo narra la memoria de un barrio que muchos no sabrían situar en el mapa de Las Palmas de Gran Canaria. Aunque él quiere hacer una precisión: «De la curva mala, como la llamamos, para abajo esto es Cañada Lagarto más que Cuevas Blancas. Este era un camino muy utilizado en la época de los cambulloneros que pasaban a pie por aquí para llegar hasta Arucas o Tenoya», relata mientras vuelve a colar en su discurso una reivindicación más y el ruego de atención y mejoras para su barrio de toda la vida.