Los rostros del barrio
Esteban González: Desde el primer díaFundador del Club Voleibol San Roque, durante los últimos 55 años ha compartido sus vivencias con todos aquellos que han pasado por el equipo forjado en el patio del desaparecido colegio del barrio
Esta temporada la pista del San Roque ha atestiguado momentos memorables contra nombres históricos del deporte europeo, como el del Paok de Salónica. Y allí estaba, con la piel erizada, Esteban González, secretario del club. Él, que con solo nueve años, estuvo también allí el primer día. Cuando en el colegio público del barrio nació este equipo que hoy presume de 55 años de vida.
No ha faltado nunca. En esa entidad que es como una puerta abierta de su casa. Ha sido jugador, entrenador, presidente... Allí está su familia; su mujer Nona, antigua jugadora, al pie del cañón en la parte administrativa junto a una de sus hijas y a su otro hijo, que se encarga de redes sociales. O sus hermanos, con los que compartió horas y horas de cancha durante muchas décadas.
Para Esteban González es imposible que alguna familia de San Roque no tenga restos de trazabilidad con su equipo de voleibol. «No sé el dato concreto, pero a lo largo de los años he intentando llevar la cifra de cuántos jugadores han pasado por el club y creo que habremos tenido unas 10.000 fichas en estos 55 años. A día de hoy hay antiguos jugadores nuestros que vienen a traer a sus nietos a entrenar», señala con orgullo.
Porque aunque hoy el San Roque sea equipo de Superliga y la pasada temporada debutara en la Challenge Cup europea, para Esteban y el resto de la entidad esto va de otra cosa. De seguir siendo un equipo de formación y comunidad, por eso necesita comprar otra vitrina para exponer los campeonatos de divisiones inferiores que han ganado la temporada que acaba de finalizar.
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González recuerda bien los comienzos, tan cosidos a la memoria de su infancia. Esa fortaleza le ha permitido ser pregonero de las fiestas del barrio hasta en dos ocasiones. En las dos ha acabado con los ojos llenos de lágrimas, como en algún pasaje de esta conversación.
Su familia, como la mayoría de las que se instalaron en ese risco, procedía de las medianías de Gran Canaria. En su caso de San Mateo. «Fueron años muy bonitos, las puertas no se cerraban. La gente solo dejaba pasado el gancho. Nos conocíamos todos y había mucha confianza», dice.
San Roque miraba a la ciudad, presidido por su Casa de los Picos, pero en aquel tiempo se sentía todavía más lejos de lo que se siente ahora. «Apenas había transporte público. Para bajar a Las Palmas era muy difícil, sobre todo para nosotros, los niños», recuerda del tirón.
Y entonces llegó el voleibol. Ese deporte clave para esa generación nacida entre finales de la década de los sesenta y principios de los setenta. «Llegó al colegio nacional de San Roque Arturo Lozano, un profesor muy joven que era de Albacete. Y se apostó por el deporte y en ese momento todo cambió», explica.
Fue la semilla de un equipo que hoy se hace llamar 'los chicos del barrio', aunque en su estructura senior cuente con jugadores de todas partes del mundo.
El viejo colegio de San Roque, hurtado al barrio tras unas obras eternas y hoy transmutado en sede de la universidad popular, fue el eje de la vida del barrio durante décadas. «Donde había un estanque se hizo el campo de fútbol y en un patio de tierra se hicieron dos canchas, una para el baloncesto y otra para el voleibol».
Esteban González y sus compañeros llegaban al colegio una hora antes de las clases para entrenar. Cuando terminaban las clases allí se quedaban. «Aquello era un hervidero casi las 24 horas del día», bromea.
El propio Esteban, sus hermanos Cándido y Paco, los compañeros de generación que se habían ido iniciando unos años antes empezaron a entrenar a los más pequeños generando una continuidad generacional que casi se propaga hasta nuestros días. «Eran tiempos en los que las familias eran más grandes, cinco o seis hermanos en cada casa. Y muchas veces todos estaban en las distintas categorías del equipo. Los sábados era una locura, los días de partido. Las familias llegaban por la mañana con las sombrillas y las neveras y se pasaban allí todo el día viendo los partidos», cuenta.
Eran tiempos en los que la casa del San Roque era temida. Por la calidad de sus equipos y por las características de su feudo. «La cancha que hicimos era de piso como de acera, como con cuadritos. Nosotros mismos la pintamos de verde para jugar los partidos. Al ser el suelo así, no es como la pista de un pabellón, que te tiras al suelo sin problema a por una pelota. Allí nos hicimos buenísimos porque nadie quería caer», relata con una sonrisa.
En esos tiempos se cimentó una rivalidad especial con el extinguido Calvo Sotelo. «Para nosotros aquello era como salir de excursión. Ir a jugar contra ellos o cuando teníamos partidos en otros pueblos de la isla. Siempre todo con mucha humildad. Como cuando en los ochenta ascendimos a categorías nacionales. Eran los tiempos de llevar tabaco a la península porque era mucho más barato que allí y venderlo en las calles de las pensiones para luego poder pagar nuestro alojamiento», explica.
Eran otros tiempos. Imprescindibles par comprender lo que hoy supone gente como Esteban y su equipo para este barrio.