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Gran Canaria-Vigo-Tokio. Los árbitros internacionales de balonmano Óscar Raluy y Ángel Sabroso iniciaron este viernes el trayecto que los llevará a sus terceros juegos olímpicos. Tras Londres y Río, la capital nipona será el escenario de la despedida de una de las parejas más respetadas de todo el panorama internacional de balonmano. La primera parada, en Galicia, es para arbitrar un partido amistoso entre España y Portugal, que se juega este sábado.
«Nos servirá para palpar las sensaciones y memorar cosas, nos mantiene activos y pensando en lo que vendrá después», explicaba el teldense Raluy antes de tomar el avión.
Empiezan a degustar un viaje muy especial. El final del camino no siempre es amargo, y más cuando es uno quien decide parar. El próximo 20, cuando despeguen rumbo a Tokio, los 12.500 kilómetros que separan las dos islas se quedarán cortos para rememorar una carrera que se inició en 1994 y que acaba ahora, en sus terceros juegos olímpicos.
«Ha sido mucho más que el sueño inicial, que era llegar a unos juegos olímpicos», reconoce el palmense Sabroso, «es un buen momento para despedirnos en el evento deportivo por excelencia y poner punto y final a una larga etapa de mi vida».
Raluy dice tener «un plus de motivación», máxime en un año tan complicado como el pasado, a consecuencia de la pandemia mundial del coronavirus.
Como todos, los dos árbitros han visto reducirse la formación presencial en favor de la modalidad a distancia y los exámenes no presenciales. Además, en su caso, han tenido que diseñar entrenamientos más especializados y reforzar la visualización de vídeos de balonmano. «Llegaremos con menos ritmo de competición de lo que es normal, pero no quedará otra que suplirlo, adaptándonos rápidamente y desde el primer día de partido en Tokio», expuso Ángel Sabroso.
En su lista de prioridades no aparece la final de los juegos olímpicos. «Estaría genial», reconoce Raluy, «pero no es algo que tengamos en mente, la clave es darlo todo en cada momento y tener el menor número de errores». Su compañero apostilla que «hace mucho tiempo que aprendimos que la final no es el partido más importante. Antes se han disputado muchas eliminatorias a vida o muerte, y esos partidos son también finales». De todas formas, esa ambición ya fue satisfecha en la cita de Brasil, en el año 2016.
En la maleta llevan tanta experiencia como autoexigencia. «En Londres aprendí mucho, el ambiente nos pudo y la cabeza no estuvo del todo preparada», detalla Sabroso, «me sentía cada mañana como un niño pequeño en el día de reyes, y eso se notó en nuestras actuaciones. En cambio, en Río nos centramos más y vivimos la experiencia olímpica desde el punto de vista exclusivo de la competición». Por eso, Raluy apuesta por repetir la actitud desplegada en Brasil. «Hotel, cancha de juego y de vuelta al hotel», resume el teldense.
Aparte de este bagaje, en la maleta de este árbitro habrá también espacio para los apuntes del grado de Criminología que está cursando en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Lo más duro de esta profesión es la separación de la familia que conlleva tener que acudir a una cita de este tipo. «Desde que llegaron las niñas, se ha hecho más difícil, sin duda», asegura Ángel Sabroso, «creo que ello tiene su cuota importante en la decisión de dejar de arbitrar mucho antes de lo esperado, pues por edad podría seguir siete años más». Dice ser conocedor del tiempo que le ha robado a toda su familia. «Creo que es hora de empezar a devolverles esa deuda», añade.
Los niños de Óscar Raluy (de cinco y siete años) volverán a preguntarle si se va otra vez. Explica que ahora la distancia es algo más llevadera por las posibilidades de conexión que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación. Y si no es suficiente, nunca falla «una caja de Playmobil», bromea el árbitro de Telde.
El escenario que se plantean es el de una «organización perfecta», aunque todo dependerá de la evolución del covid-19.
De las vivencias en los anteriores juegos olímpicos, cada uno se traería una cosa. Sabroso apuesta por importar el sistema de movilidad de Londres y la alegría callejera y bulliciosa de Río; en cambio, Raluy optaría por conseguir de las instituciones una mayor implicación en la promoción de la cultura arbitral, en especial para evitar agresiones como las sufridas hace varias semanas por compañeros árbitros de fútbol. «Se perdió la oportunidad de considerarnos deportistas en la Ley Canaria del Deporte», lamentó.
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