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De izquierda a derecha, Luis Sánchez Suárez, Ramón Pena, Ana María, Castrege, Cristóbal Marrero Hernández y Felipe Sosa. Cober

Las Palmas de Gran Canaria

La Cruz de Piedra y sus custodios voluntarios

Luis Sánchez Suárez mima este monumento ajeno al cuidado del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y propicia una vida en común para los vecinos del barrio

David Ojeda

Las Palmas de Gran Canaria

Miércoles, 28 de febrero 2024, 22:52

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En tiempos en los que la organización política y las instituciones se han apropiado del término participación ciudadana, solo la acción colectiva que nace y se ejecuta en las calles le da sentido. Es el caso de un grupo de vecinos del barrio de la Cruz de Piedra en Las Palmas de Gran Canaria; apenas tres calles sobre una ladera del Guiniguada. Un pequeño y desconocido rincón de la ciudad que, por contra, tiene una relación patrimonial inmensa por la presencia de la cruz que le da su nombre sobre un montículo de tierra desde 1737. Un monumento que sigue en pie y limpio solo por la acción voluntaria de un grupo de custodios en torno a la figura de Luis Sánchez Suárez, un vecino de esos de los de toda la vida.

La Cruz de Piedra está fuera del listado de patrimonio a proteger por parte del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. No lo está porque carezca de valor. Está fuera por un error al trasladar los datos desde Patrimonio a el Servicio de Mobiliario Urbano, un fallo que la dejó fuera del contrato de mantenimiento publicado el pasado año.

Sin embargo, la desidia municipal sobre este monumento es histórica. Aunque su valor sea relevante. La Cruz de Piedra fue estación de descanso durante siglos para los peregrinos que acompañaban a la Virgen del Pino en sus bajadas a la Catedral de Santa Ana. Y allí se fijaba una frontera con el desparecido municipio de San Lorenzo. Ni una simple placa sirve para dar lustre a un lugar sin memoria.

De eso está harto Luis Sánchez Suárez. Es vecino del barrio desde julio de 1968. «Desde que me entregaron las llaves de mi casa los Betancores y fui uno de los primeros en entrar», recuerda. Atrás se acumulan recuerdos y vivencias, tiempos vividos a pie de calle en el barrio que también merecen ser preservados como patrimonio. Durante cuatro años pagó su casa a razón de una letra mensual de 2.720 pesetas.

Su vínculo con el barrio es indiscutible. Y su cuidado de la pieza merece todo el reconocimiento posible. Alrededor del monolito de basalto crea comunidad. Allí se encuentra con vecinos y amigos como el poeta Ramón Pena, que guarda en la aplicación de notas de su teléfono más de 1.100 textos que llevan su huella. O con Ana María Castrege, que protegida de la tarosada con un cortavientos de Yamaha, espera el momento de que el grupo salga de caminata.

Luis Sánchez es el hombre entregado a la cruz. Un veterano de la vida al que en los cuidados a la cruz acompaña siempre Cristóbal Marrero Hernández, Cristo. Juntos se han ido ocupando desde hace muchos años de un monumento abandonado. Junto a la Cruz de Piedra colocaron en el mes de octubre una bandera de España que desapareció. Pero decidieron en su segundo intento colocar una de Canarias, más pegada a su realidad y con un claro sentido. «La hemos puesto para darle un poco de alegría a esta zona. Que la gente sepa que estamos en Canarias y debemos proteger nuestro territorio y nuestra belleza cultural», expresa Sánchez, oficiando de portavoz del grupo de vecinos que le acompaña en esta historia.

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El barrio de la Cruz de Piedra es un pequeño triángulo conformado por la calle que lleva su nombre, junto a Carmen Quintana y Azafata Delgado, la calle en la que vive Luis Sánchez desde finales de la década de 1960. Su existencia, como la de la propia cruz, es casi desconocida para gran parte de la ciudadanía de Las Palmas de Gran Canaria, que inmediatamente lo ubica en el polígono, apenas un kilómetro más abajo.

Eso se mimetiza con la desidia municipal a la hora de atender las necesidades de la zona. Hace ya más de tres décadas que Luis Sánchez engalana cada tres de mayo la cruz con flores. «Yo me he encargado siempre de que amanezca cada día bonita y ya luego van viniendo el resto de vecinos a dejar más flores. En una época llegaba un grupo de vecinas de San Nicolás y se sentaban aquí a tomar café», cuenta.

En su afán de mantener la Cruz de Piedra en buen estado Luis Sánchez ha invertido su propio dinero. Solo en la bandera y los elementos con la que la ha anclado al suelo se ha dejado 100 euros. Pero el ha comprado las plantas que intenta, no con mucho éxito, que broten a su alrededor.

Su intención de cuidar la cruz le ha llevado a comprar pintura blanca con la que ha cantoneado sus bordes. O un liquido especial para protección de piedras. Incluso la ha raspado para borrar las huellas de alguna vez que la han manchado. Tal vez no sean los mejores métodos e, incluso, puede dañar alguna parte involuntariamente. Un hecho del que la única responsabilidad es de quien dejó la pieza fuera del contrato con la empresa de mantenimiento.

Los vecinos dialogando junto a la Cruz de Piedra. Cober

Su afán de cuidar y tratar de divulgar en el barrio este monumento de 1737 no siempre ha sido respetado. «Una vez, cuando Flora Martín tenía en la radio el programa de 'A Chirona', llamó una vecina para meterse con Luis y decir que lo mandaran a Chirona», recuerda entre risas Ana María Castrege, que pronto aclara que aquello nunca fue el sentir de un barrio que respeta el trabajo que desinteresadamente hace por estos espacios comunes.

Sánchez espera que su trabajo voluntario tenga algún efecto. Recordaba algo indignado como en conversaciones con concejales de distinto signo político que han subido al barrio no ha tenido nunca éxito. Así que ahora espera tenerlo con el eco que está encontrando por sus cuidados de la Cruz de Piedra. «Un barrio con unos vecinos que cuidan de sus calles y su belleza cultural es un barrio que será más respetado», evoca mirando cómplice a los que le rodean.

Más necesidades en el barrio

La zona que bordea la Cruz de Piedra está completamente cubierta de basura, especialmente ladera abajo. «Ese agujero lleva allí décadas», proclama indignado Felipe Sosa Rodríguez. Un sofá, volcado del revés y con los muelles sobresaliendo, se ha convertido en un residente empadronado en la zona. Y aunque cargan principalmente con los incívicos que usan la zona de vertedero también lamentan que los servicios públicos dejen aquel paraje sobre el Guniguada cubierto de basura.

Esperan, al menos, que el último mensaje del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria sea cierto y se regularice el cuidado, la conservación, de su bien histórico.

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