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Es difícil describir lo que se siente cuando el viajero llega a la isla de El Hierro. Desde el primer momento percibes que estás en un lugar especial, en el que el tiempo parece detenerse y nada tiene la mínima importancia. El mismo aeropuerto al que llegas es un sitio tranquilo, que nada tiene que ver con las terminales a las que una está acostumbrada y donde todo son idas y venidas, colas y trajín de pasajeros. Después, una vez que coges el coche de alquiler y enfilas la carretera te confirmas esa magia.
Son muchos los rincones de la isla donde se respira una tranquilidad inexistente en el mundo actual y donde la quietud lo impregna todo. Si haces el ejercicio de apagar el móvil en muchos de sus paisajes no se oye nada más que el viento y tu respiración y eso, hoy, es impagable. Es cerrar los ojos y no escuchar ni coches, ni bocinas, ni gente charlando, ni un grito o un ladrido... solo la nada.
Eso es El Hierro. De todos sus rincones me quedó con uno. Lo elijo no porque sea más bonito que otros -la belleza del conjunto de la isla impide elegir un lugar concreto- sino por lo que sentí la primera vez que lo vi y que revivo cada vez que regreso.
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Se trata del valle de El Golfo, en La Frontera. La vista que se tiene desde el mirador de La Peña, a 650 metros de altura, sobrecoge. El risco imponente en la parte superior, a 1.000 metros, y ese manto que llega hasta al mar empequeñece a quien lo mira y le hace sentirse parte de un universo enorme en el que solo es un pequeño punto. Sobrecoge.
Después, cuando uno lee la historia de cómo se formó ese lugar único, ese valle del Golfo, con un megadeslizamiento de tierra hace unos 80.000 millones de años que arrojó al mar, en forma de avalancha, más de 300 kilómetros cúbicos de terreno, según la última investigación del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), junto a Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona (CSIC) y la ULPGC, la sensación de insignificancia es absoluta. La vista es también espectacular desde la carretera del centro, desde el Mirador de Malpaso, a 1.500 metros de altura.
En El Golfo está el núcleo poblacional en La Frontera de Tigaday, cuyos habitantes son encantadores y donde uno, todo hay que decirlo, puede comerse las mejores arepas de Canarias. La relación entre El Hierro y Venezuela, con la llegada en los últimos años de mucho inmigrante retornado garantiza ese bocado.
Para terminar no puedo dejar de mencionar de este valle el hotel Puntagrande -el más pequeño del mundo con cinco habitaciones- y al final de la carretera, donde parece que acaba la isla, el Pozo de la Salud. Otro remanso de paz que, en exceso, puede llegar a ser inquietante.
A El Hierro se puede llegar por avión o barco, aunque si la salida es desde Gran Canaria, Lanzarote o Fuerteventura es mejor coger el Binter ya que la ruta marítima se hace tocando dos islas: Tenerife y La Gomera, y el viaje se hace interminable. En avión, en menos de una hora se llega al destino si es vuelo directo y algo más si el trayecto es vía Tenerife. Una vez allí, se llega hasta Valverde y se coge la HI-5, la mejor carretera de la isla y con túnel incluido.
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Sara I. Belled y Clara Alba
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