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Especial 30M

Día de Canarias: Así somos (parte 6)

Un retrato de las islas a través de sus ciudadanos | En esta entrega: Maguette Diouf, Bartolo Artiles, Isabella y Punto, Clara León Quintana y Soraya Godoy Araujo

Gaumet Florido

Las Palmas de Gran Canaria

Miércoles, 28 de mayo 2025

  1. Maguette Diouf Traductor en un centro de menores inmigrantes

    «Soy de Senegal, pero también canario, porque aquí me siento como en casa»

Inmigrante senegalés, llegó en plena postpandemia al atestado muelle de Arguineguín. Está muy integrado. Trabaja y juega al fútbol en el Arguineguín

Maguette Diouf, en la plaza del Camellero, en San Fernando de Maspalomas, donde vive. COBER

Maguette Diouf se lo debe casi todo al fútbol y en el fútbol tiene puestos parte de sus sueños. Camino del entrenamiento, allá, en su tierra de origen, en Senegal, le dio por subirse a una patera, quizás con la idea de triunfar en un equipo europeo, y una vez aquí, cruzado el charco, fue gracias también al fútbol como conoció a quien se ha convertido en su protector, José Manuel Ramírez, presidente de la asociación benéfica Canoa Solidaria.

Se vino casi a la aventura, sin decírselo siquiera a sus padres, como en un arrebato. Tenía solo 15 o 16 años. Pero, cinco años después, no se arrepiente. Ha logrado integrarse, trabaja como traductor en un centro de menores inmigrantes y vive en un piso compartido, que es lo que puede permitirse. «Me encanta vivir aquí; cuando me preguntan de dónde eres, siempre digo que soy de Senegal, pero soy canario también, porque aquí me siento como en casa».

Y eso a pesar de que su estreno en estas islas no fue especialmente afortunado. A la dureza del viaje en patera, 11 días agónicos junto a otras 128 personas, se le sumó un desembarco un tanto abrupto en el que trascendió a escala mundial como el muelle de la vergüenza, en Arguineguín (Mogán), por las condiciones en las que se mantuvo hacinados a cientos de inmigrantes. Diouf llegó en octubre de 2020 y de aquel periplo rescata dos recuerdos.

«Aunque al final acabe en cualquier otro lugar del mundo, siempre volveré a Canarias»

Uno, al poco de salir de Senegal. «Aquellos 11 días fueron terribles para mí; cuando llevábamos dos días en el mar me arrepentí de haberme subido a la patera; me preguntaba qué hago aquí». Al fin y al cabo, no lo pensó. Según cuenta, iba a clase por las tardes, aquel día salió a las 19.00 horas y se fue a la playa a entrenar, pese a que no tenía ganas, y fue entonces cuando reparó en que había gente cargando con bolsas y mochilas. «Había muchos rumores de que la gente se iba a España, vi la patera y decidí subirme; recuerdo que llevaba una camisa del Bayern de Munich y un pantalón corto; dejé la mochila tirada en la playa». Como no había pagado el viaje, primero lo rechazaron y lo bajaron, pero «dos colegas» en la patera le sirvieron de enlace para que al final lo aceptaran.

Y el segundo recuerdo fue ya en Arguineguín, a donde llegó en plena era postpandemia de la covid, con idas y venidas en la desescalada. «El muelle estaba llenísimo, hasta para comer tenía que hacer una cola muy larga». De allí los llevaron a un hotel en Puerto Rico (Mogán), vacío entonces por la falta de turistas. «Estuve en cuarentena un mes». Y luego a un centro de menores, también en Puerto Rico. «No llamé a mi padre hasta un mes y 15 días después de haberme ido; cuando les llamé estaban a punto de hacer la ceremonia; pensaban que yo había fallecido».

De Puerto Rico pasó a Sonnenland, en San Bartolomé de Tirajana, y allí su camino volvió a juntarse con el fútbol. Empezó a jugar en el Maspalomas, donde un buen día, y gracias a un amigo común, conoció a José, que entonces presidía el equipo de fútbol de El Tablero. El fútbol ha sido clave en su vida. «Por eso tengo fe en que algún día lo lograré, porque el fútbol me ha enseñado el camino».

Ahora, a sus 21 años, juega en el Arguineguín, en Regional Preferente. Es lateral. Su futuro lo tiene claro desde que tenía 10. «El fútbol». Pero sabe que necesita lo que él llama un plan B. «Trabajar y trabajar hasta que consiga enfocarme solo en el fútbol». Y Canarias será su puerto base, en la que está muy a gusto. «Lo único que no me gusta es el potaje, y lo que más, la gente». Se siente querido. Cuenta con orgullo que en La Aldea le llaman el rubio. «Aunque acabe en otro lugar del mundo, siempre volveré a Canarias».

  1. Bartolo Artiles Pescador

    «Querer y defender Canarias es también comprar lo que pescamos y plantamos aquí»

Fue celador del Servicio Canario de Salud, pero su vocación fue siempre marinera, ligado a la cofradía de Arguineguín

Bartolo Artiles posa con dos bandejas de longorones de la pescadería de la cofradía de Arguineguín. JUAN CARLOS ALONSO

La vocación marinera de Bartolomé Artiles Bolaños, más conocido como Bartolo, le llevó a dedicar buena parte de su vida al mar y a la pesca, pese a que, en realidad, no lo necesitaba para vivir. El pan se lo ganaba como celador del Servicio Canario de Salud, pero donde de verdad se sentía como pez en el agua, nunca mejor dicho, fue sobre la cubierta de un barco o bien cerca del muelle, donde huele a salitre y a pescado fresco.

«Lo otro era mi profesión, de la que me jubilé a los 65 años, pero la pesca fue siempre mi orgullo, por mi familia y por mi pueblo». Canarias es mar y es pesca, y también tierra y cultivos, por eso sostiene que «querer y defender Canarias es también comprar lo que pescamos y plantamos aquí». Eso que llaman kilómetro cero es una forma de seguir haciendo Canarias. Pero es, además, una manera de perder la dependencia de lo que viene de afuera en casos graves, como, apunta, sucedió durante la pandemia, cuando se les consideró servicio esencial. «Aquellos meses no paramos de trabajar y de salir a faenar; somos necesarios».

«La pesca fue siempre mi orgullo, por mi familia y por mi pueblo»

A Bartolo, desde luego, no le ha costado asumirlo. Lo lleva en la sangre. Nació en Arguineguín en 1957 y eso marca. Hoy es el barrio más urbano de Mogán, pero en tiempos estaba vinculado al sector primario, de hondas raíces marineras y agrícolas, donde convivían pescadores y trabajadores del tomate. Él mismo empezó en la pesca desde que tenía 12 años. Aquel gusanillo le caló tanto que aunque la mayor parte de su vida laboral la cotizó en centros de salud, como los de Canalejas o La Feria, en la capital, o en el de Maspalomas, en San Bartolomé de Tirajana, aprovechaba días libres, tardes y festivos para mantener el legado de un oficio que heredó de sus abuelos y que ahora continúan uno de sus hijos y también varios de sus sobrinos.

No para quieto y echa una mano a su sobrino Óliver con el papeleo de la pescadería de la cofradía o con las tareas de descarga de su barco cuando llega al muelle. Óliver se dedica a la pesca del atún y en los días del reportaje se hallaba a 60 millas de las costas de la isla, yendo para Madeira, en busca de una especie que «cada vez hace cosas más raras».

Bartolo compagina esta pasión con su familia, su mujer, Carmen, sus dos nietos, Violeta y otro en camino, Yago ,y sus tres hijos. Uno, marinero, otro, músico, de Los Gofiones, y otro, cocinero en un complejo; los tres ligados a la pesca, la música y el turismo, tres sectores, por cierto, que son marca Canarias.

  1. Isabella y Punto Transformista

    «Para mí Canarias es un lugar seguro; me gusta mi burbuja y la defiendo con garras»

Imobach López del Rosario se transforma en Isabella sobre el escenario y reivindica al drag como una figura autóctona por la que sentir orgullo

Isabella y Punto deja que el viento de su playa de Las Canteras haga volar la bandera de Canarias. JUAN CARLOS ALONSO

Eligió hacerse la foto con la bandera en el Paseo de Las Canteras y no paró de atender piropos. '¡Guapa!, le gritaban. Posó para el compañero fotógrafo, pero también para otros tantos espontáneos. Isabella y Punto, transformista, lo disfruta. Tiene alma de artista. Vive subida a un escenario. Sin embargo, no se le escapa. No en todos los sitios es así. Por eso para el chico que hay detrás de Isabella y Punto, el joven Imobach López del Rosario, «Canarias es un lugar seguro». Y se explica. «Es el lugar donde yo puedo estar de mano de quien sea, puedo salir de mi casa vestido así y nadie me mira mal ni me va a parar, salvo para pedirme fotos».

A su juicio, «aquí se juntan el buen clima, el carnaval y la cultura que nos da que seamos mucha gente junta de muchos sitios, que seamos una entrada al mundo; todo eso nos ha hecho más abiertos de mente». Pero Isabella cita otra clave: las familias canarias. «Acogen a su gente tal y como son, y eso no pasa en todos lados, no tienen la misma educación en todos los sitios».

De alguna manera, añade, Canarias, por todo eso, no deja de ser una ilusión. «Lo es porque luego te vas a otros países y no es así; es una burbuja, pero me gusta mi burbuja y la cuido y la defiendo con garras y con dientes, porque yo no quiero que esto cambie». A Isabella le inquieta lo que le dicen y le hacen a las personas del colectivo LGTBIQ+ fuera de las islas. «Me da pavor».

«He tenido la suerte de que nunca he tenido que decir que soy gay, creo que soy muy afortunado»

La burbuja de la que habla Isabella no solo es Canarias, sino también su propia familia. «He tenido la suerte de que nunca he tenido que decir que soy gay, lo he sido desde siempre, creo que soy muy afortunado por eso». Nació en Guanarteme (Las Palmas de Gran Canaria), le crio su madre, Isabela, que ha hecho de padre y de madre, y ha vivido muy cerca de los 8 hermanos de ella, «una familia extensa, muy fiestera, muy carnavalera», que siempre la ha tenido «entre algodones y con mucha libertad». Isabella, de 33 años, tiene un hermano, Carlos, siete años más pequeño, y es su fan número uno, su protector.

Imobach se vestía de mujer y actuaba desde muy pequeño. «Era la drag de mi colegio y de mi instituto». Pero fue a los 17 años cuando se fue a currar al Yumbo, en Playa del Inglés, donde estuvo 10 años trabajando todas las noches. Ahora anda mucho por la capital. Está en Farándula, en Las Arenas, los viernes, donde hace de maestra de ceremonias, y en Distinto, todos los sábados, donde presenta un concurso de drags, que es, por cierto, una figura que Isabella reivindica como «autóctona» y de la que dice que los canarios deben estar orgullosos. «Los admiran en todo el mundo, son únicos».

Ahora bien, aunque reconoce que fuera de las islas lo ven «como una drag queen», aquí en Canarias prefiere diferenciarse. «Yo tiro más para el transformismo, porque yo presento, soy más de hablar, y lo que hacen ellos es un espectáculo de carnaval». Además, apunta otro rasgo que los distingue. «Un drag de carnaval juega más con la ambigüedad mientras que yo intento exagerar la imagen de la mujer». De hecho, añade, su musa es su madre, por eso se puso Isabella. Así y todo, ella forma parte también de un conocido grupo de drags, High Heels Performance, que actúa en carnavales y en los Pride.

Su sueño no es presentarse a una gala drag. «Ya lo hice y no es lo mío». El suyo es presentar la gala. Y su reto, como el de muchas drags, es salirse de cierto encasillamiento. «Nos vinculan solo a la noche, al ambiente y, sin embargo, deberíamos estar en todos lados, somos política».

  1. Clara León Quintana Técnico de Turismo

    «Ser canaria es mi razón; implica apego a la tierra y la defensa de unos valores»

Esta hija de El Tablero formó parte del equipo que registró la marca Maspalomas Costa Canaria, un emblema turístico

Clara León se coloca la bandera como una banda que luce con orgullo en mitad de las fiestas de El Tablero. ARCADIO SUÁREZ

La forma en la que Clara León siente su canariedad tiene mucho que ver con lo que hace por su pueblo, El Tablero, en San Bartolomé de Tirajana. Le preocupa que los mayores se despidan sin transmitir su legado de conocimientos y que los jóvenes no sepan de dónde vino y cómo se formó el barrio en el que residen, de ahí su compromiso con la defensa de los pilares identitarios de los canarios y su activismo social y cultural en la dinamización de El Tablero. No en vano, es la vicepresidenta de la Asociación Cultural Casa del Mato y participó activamente en las últimas fiestas de la Trinidad.

«Ser canaria es mi razón, implica apego a la tierra y la defensa de unos valores que nos caracterizan», subraya esta técnico de Turismo y funcionaria del Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana, en el que entró en 1989 después de un año como recepcionista en el hotel Los Volcanes. Y dice que se siente orgullosa de ser canaria por cultura, por la situación geográfica intercontinental de las islas, por su clima y por su medio natural, que insta a cuidar.

«Vivimos en el mejor sitio del mundo, debemos preservarlo»

Fruto de esa forma de pensar, Clara lleva muy a gala sus orígenes, un matrimonio entre un vecino de Soria, en las medianías del municipio, y otra del Juncal de Tejeda que se conocieron en 1960 en una tienda en Ayacata en el transcurso de unas fiestas de Santiago que se celebraban en la cumbre. Él era Rufino León Mejías, quien durante años regentó en El Tablero el bar Rufino, pero que aterrizó en este pueblo tras bajar de Soria a Montaña La Data a plantar tomates, y ella, Rita Quintana Guerra, tejedense, aunque nacida en Valleseco. Clara es la segunda de 6 hermanos.

Dinámica y muy activa, fue clave en su vida que, tras hacer el bachiller en el IES Joaquín Artiles (Agüimes) y no saber qué estudiar, optase por irse a vivir dos años a Inglaterra a aprender inglés mientras cuidaba chiquillos. Aquella experiencia la llevó a decidirse: volvería a Gran Canaria y se formaría en Turismo, que entonces se daba en una escuela privada de Las Palmas, en la calle León y Castillo.

En el Ayuntamiento empezó en el Registro General. «Necesitaban a alguien que hablase idiomas». Hasta que un día el entonces alcalde, José Juan Santana, le pidió que se incorporase al departamento de Turismo, del que actualmente es jefa de servicio. Por encargo de Santana y del edil del área, Marcial Franco, Clara fue una de las encargadas de registrar la marca Maspalomas Costa Canaria, conocida hoy en media Europa, y de impulsar el Camino de Santiago.

  1. Soraya Godoy Araujo Apicultora

    «Canarias es el lugar donde quiero estar y donde tengo todas mis raíces»

Aldeana de nacimiento y por convicción, es la apicultora titulada más joven de Gran Canaria y es firme defensora de preservar la abeja negra canaria

Soraya Godoy despliega la bandera canaria como unas alas. Justo detrás, el colmenar de su familia. JUAN CARLOS ALONSO

Es media mañana de uno de los primeros días de mayo y Soraya Godoy muestra uno de los panales de una de las 100 colmenas del apiario familiar. Está casi lleno de miel, pero aún no está listo para castrar, es decir, para recolectar. Mientras Soraya explica el proceso, decenas de abejas defensoras dejan patente su malestar por la intromisión. Es primavera y la colmena bulle de trabajo. Este año, si no se malogra, habrá buena cosecha, una buena noticia para los incondicionales de Miel La Aldea. «Nos las van a quitar de las manos», apunta.

Puede que Soraya no sea del todo consciente, pero cada vez que se sube hasta la degollada, en La Arenita o Pie de la Cuesta, cerca de la carretera que conduce de La Aldea al cruce con Tasartico, y atiende el apiario con la voluntad de dar continuidad a una tradición familiar heredada, primero, de su abuelo Isidoro, y después, de su padre, Federico, contribuye también a hacer Canarias. Además, trabajan con la abeja negra canaria. Así contribuyen a preservarla.

«Con 22 años me convertí en la mujer más joven de Gran Canaria en estar titulada en apicultura»

«Es el lugar donde nací, donde quiero estar y donde tengo todas mis raíces; es el sitio perfecto para vivir y crear una vida, porque aquí lo tenemos todo». Así define Soraya qué significa para ella su tierra, donde, por cierto, ha hecho historia al haberse convertido, con apenas 22 años (ahora tiene 24 y lo sigue siendo), en la mujer más joven de Gran Canaria, y ella cree también que de toda Canarias, en hacerse con una titulación para ejercer la apicultura. En concreto, lo que obtuvo Soraya Godoy fue el Certificado de Profesionalidad Apícola tras estudiar un año en la Escuela de Apicultura, ubicada en la Granja Agrícola Experimental del Cabildo de Gran Canaria.

Se decidió a titularse cuando se dio cuenta de que algún día su padre no estaría y alguien tendría que asumir el legado de una tradición que ha ido pasando de padres a hijos. Y porque, como ella misma añade, es una actividad que le une a su familia y a sus raíces, a su abuelo, aunque sea espiritualmente, porque ya falleció, pero también a su padre y a su hermano Armando, igualmente titulado en apicultura. Es más, no oculta que se enfada cuando su padre le encarga que suba sola a atender las abejas. «Es una actividad que me gusta hacer con él y con mi hermano, no venir yo sola, porque es algo que nos une a toda la familia». Incluida a su madre, porque aunque le tiene pánico a las abejas, ella se encarga de envasar y comercializar la miel.

En todo caso, lo que en realidad más le gusta y le divierte a Soraya es hablar de la apicultura, enseñarla, una vocación que ahora está pudiendo cumplir de la mano de un proyecto que desarrolla con el Ayuntamiento de La Aldea de San Nicolás y que le está permitiendo ir a todos los centros educativos del municipio a enseñar a alumnado de todas las edades cómo funcionan las colmenas y cómo se obtiene la miel. Le enorgullece pensar que con estas charlas está plantando una semilla para que la apicultura siga presente en La Aldea y para que, de paso, este municipio no rompa sus lazos con el sector primario por muchos cantos de sirena que lo distraigan.

Pese a todo, Soraya Godoy no vive de la apicultura. Es profesora de baile y hace ocho meses que logró abrir su propia academia en su pueblo, Sorysdancers, que compagina con las clases de baile que da también en la Escuela Municipal de Música de Teror. «Allí doy clases martes y jueves, y en mi escuela, lunes y miércoles». Es lo que ella misma califica como el «sueño» de su vida. «Estoy haciendo las dos cosas que más me gustan: enseñar apicultura y enseñar baile».

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