La educación y la cultura son dos caras de la misma moneda. Pongamos
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que la cara A es la educación y la B la cultura, no por dejar a la
cultura como aquella segunda canción en orden de importancia de los
vinilos de cuarenta y cinco revoluciones de cuando ni en la peor de
las pesadillas podíamos imaginar un presente como el que vivimos
ahora. Digamos que la educación sería la cara A siempre, incluso
cuando hablamos de salud y de la formación de quienes nos cuidan, y
también del respeto y de los valores de los cuidados.
Llegamos a la cultura por la educación porque de alguna manera, a
medida que el ser humano aprende, se hace preguntas y emprende una
búsqueda hacia lo desconocido, termina llegando, creo que
inevitablemente, la reivindicación de la belleza, que no es un ninot
de cartón piedra coloreado ni cuatro rimas forzadas, cursis o
redichas. Hablamos de la emoción y de todo lo que eso genera en un ser
humano, de la empatía, de la serenidad y de la vida mucho más allá de
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lo inmediato. Claro que no nos cura de la COVID-19 ni nos quita el
hambre si nos quedamos sin trabajo y sin ver una salida por ninguna
parte; pero sin cultura no se alienta la creatividad, ni la vida en
comunidad, ni esa sensación de que también precisamos alimentos para
el alma. Pero es que, además, solo desde la creatividad es como hemos
salido siempre adelante los seres humanos: nuestra adaptación a cada
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circunstancia ha tenido mucho que ver con las abstracciones, con el
acercamiento a los miedos y a las incertidumbres a través de la
simbología y de las metáforas, y a veces, para que lo veamos todo un
poco más claro y con una cierta esperanza, necesitamos el aviso sutil
de esa melodía que, de repente, se convierte en la puerta de entrada
de alguna idea grandiosa.
No desdeñamos la cultura porque el horizonte de la educación quedará sin alas, será una moneda sin sentido porque no podrá reflejarse en ninguna parte. No dejemos que desaparezcan quienes nos cuentan, nos retratan, nos regalan ese idioma universal de las notas musicales o nos permiten volar lejos mirando a una pantalla, sin darnos cuenta de que realmente estamos viajando hacia rincones de nosotros mismos que nunca habías transitado. Necesitamos esos pasos necesarios, esa sensación de que, a pesar de los desastres y del miedo
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a lo inmediato, hay algo que nos eterniza casi como la caricia de quien nos ama. No dejemos a esos niños que han estado encerrados estoicamente en nuestras casas sin ese hilo de esperanza, sin esa puerta por la que muchos sabemos que se llega a la felicidad que realmente vale para algo más que para un ejercicio de contabilidad. Lo que somos, lo que nos llevamos, lo que nos salva, tiene mucho que ver con esas emociones que solo regala el arte.
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