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La última vuelta de la noria fantasma

En abril de 1990, hace ahora 30 años, un grupo de empresarios trató de lanzar por última vez el Tívoli, el gran parque de atracciones que iba a presidir el acceso a la ciudad. El primer intento fue en 1975 y el segundo, también sin éxito, una década después.

Viernes, 17 de julio 2020, 03:59

Durante años una noria espectral presidía el acceso a Las Palmas de Gran Canaria. La circunvalación todavía era simplemente un mapa a escala y todo el que regresara de adquirir el tono salmón en su piel desde el sur de la isla tenía que pasar bajo aquel elemento circular que atestiguaba varios fracasos empresariales.

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Del último de ellos se cumplen 30 años. Días arriba, días abajo. Porque lo que verdaderamente sucedió en abril de 1990 fue la gran presentación del último intento de convertir esa ladera, hoy convertida en parque empresarial, en el gran parque de atracciones de la ciudad: Tívoli.

Su estructura fue demolida en 2013, hace ya siete años. Con distintos proyectos y acusaciones políticas sobre el papel que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria jugó durante los últimos años de abandono con el terreno, tras pagar 120.000 euros para demoler y adecentar una propiedad que pertenecía a la Sareb, el banco malo.

Antes pasó por mil vidas. Dicen que la primera de todas ellas ocurrió en 1972. Un profesor y empresario peninsular puso en marcha la idea y encontró mecenazgo. 70.000 metros cuadrados en el acceso sur de la ciudad, frente a la potabilizadora. En mayo de 1973 la comisión de Urbanismo del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria daba el visto bueno al proyecto por su «gran importancia y ser muy hermoso». «El gran pulmón verde de la ciudad», señalaba con alegría en los medios de comunicación de la época Felipe García Carrilo de Albornoz, director gerente de Las Palmas Tivoli SA.

Los primeros titulares a todo trapo llegaron en 1975. La prensa publicaba anuncios a página completa de la compañía que aseguraban que en mayo de 1976 las puertas estarían abiertas. «Habrá montaña rusa, noria gigante de 50 metros de alto, el pulpo, el gusano loco, el telecombate, el karting...será el parque de atracciones sobre suelo privado más grande de Europa», se contaba a los ciudadanos de canarias en aquellos días.

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Pero nada eso sucedió. Ni en 1975. Ni en 1985. Ni en 1990. El Tívoli nunca abrió sus puertas, a pesar de que muchas de aquellas fabulosas atracciones que iban a dinamizar la vida de la ciudad llegaron incluso a estar instaladas. Como ejemplo más notable aquella noria que servía de apertura de este texto.

Y es que el 3 de julio de 1975 culminó la primera fase de las obras, con la construcción de los locales comerciales y la instalación de la famoso págoda china que también ocupó espacio en la loma muchos años.

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Así se llegó a 1990. Ultimo intento. Bernardino Correa Beningfield y María Luisa Cabrera, presidente y consejera delegada del consejo de administración, convocaron una rueda de prensa para anunciar la inminente apertura en un acto en el hotel Sansofé.

Se habló de números. Una inversión de 1.500 millones de pesetas, de las que ya se habían invertido 1.000 en terrenos, desmontes y obras de contención. 275 millones más que ya estaban comprometidos para cimentaciones y 225 que quedaban para la compra de atracciones.

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Incluso se contó con una subvención a fondo perdido de 215 millones del Ministerio de Economía y Hacienda para la promoción de la Zona Económica Canaria.

Nada de eso pudo evitar que el proyecto volviera a descarrilar a pesar de que se hacían hasta estimaciones de público. Los últimos promotores del Tívoli calculaban que durante el año pasarían por allí cerca de 900.000 personas, y presumían de la creación de una infraestructura que sería bandera del turismo en la isla.

Ni las ruinas

De aquello ya no quedan ni las ruinas. A pesar de que recientemente se ha vuelto a hablar de la curva del Tívoli por el desplome que sufrió la GC1 al paso por donde debía estar el parque.

Una gran obra que durante años dejó su huella en Las Palmas de Gran Canaria pero que ya hay generaciones enteras que ignoran su herencia.

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