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Sara I. Belled
Las huellas dactilares, de prueba criminal a contraseña

Las huellas dactilares, de prueba criminal a contraseña

Es la técnica biométrica más utilizada para identificar personas pero, ¿influirá la pandemia en su uso?

Sábado, 27 de junio 2020

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Aunque años antes Sherlock Holmes ya andaba con su lupa identificando sospechosos a través del análisis de sus huellas dactilares, no fue hasta 1892 cuando la dactiloscopia se utilizó por primera vez para resolver un homicidio real en Argentina. Desde entonces, los dibujos de las yemas de los dedos, conocidas como crestas papilares, han pasado de ser un sofisticado método de identificación criminal a la manera más rápida de desbloquear un móvil o de saber si un trabajador hace horas extra durante su jornada laboral. Además, desempeña un papel relevante en la identificación de víctimas de catástrofes (seísmos, atentados). El tsunami de Indonesia de 2004 ha sido, hasta ahora, la mayor operación en este sentido. Solo en Tailandia, unos 5.000 afectados fueron identificados gracias a la dactiloscopia, los registros dentales o muestras de ADN.

Hoy en día, nos vemos obligados a identificarnos en muchas situaciones cotidianas (realización de exámenes, tramitaciones bancarias, acceso a otros países, procesos electorales) y la mejor forma de saber que una persona es quien dice ser es basarse en aquellas características que todos tenemos pero que, al mismo tiempo, nos hacen únicos.

El iris, la voz o las crestas de fricción palmares y plantares, son algunas de ellas. «Estas últimas son ideales para la identificación porque son perennes –desde que se forman en el sexto mes de vida permanecen invariables–, inmutables –se regeneran tal cual eran incluso tras una herida, excepto si se trata de quemaduras–, y diversiformes –hasta hoy no se han encontrado dos impresiones idénticas producidas por dedos diferentes, ni siquiera entre hermanos gemelos–», explica Javier Martín, director del Laboratorio Pericial Forense. Además, es un sistema económico, fácil de usar y con una fiabilidad bastante buena, aunque no infalible.

Todo ello ha convertido a la dactiloscopia en uno de los métodos más reconocidos y seguros entre todas las técnicas biomé́tricas –procesos que permiten la identificación por medio de características físicas (reconocimiento facial, escaneo del iris, análisis de la geometría de la mano)–, no solo en el campo forense, también en el social.

En el ámbito policial, el cotejo de las crestas papilares ha permitido detener a algunos de los delincuentes más escurridizos, como al narcotraficante español Manuel Miranda Velasco, que se hizo trasplantar la epidermis de sus pies en los dedos de la mano con el fin de pasar inadvertido en los controles de seguridad fronterizos. Tras 15 años siguiéndole la pista, el patrón de la segunda falange de sus dedos lo delató y fue detenido a principios de 2019.

La dactiloscopia también ayudó a resolver, en 2016, un asesinato ocurrido en 1996, cuando solo quedaban dos meses para que prescribiera el crimen. En este caso fueron las herramientas tecnológicas modernas las que permitieron cotejar una huella encontrada en el lugar de los hechos (huella latente) que en su día no se consiguió identificar. Actualmente, las máquinas automatizadas y algunos algoritmos facilitan mucho las investigaciones policiales. El sistema AFIS (Integrated Automated Fingerprint Identification System) que se utiliza en Estados Unidos, por ejemplo, procesa una media de 63.000 huellas diarias.

Además, la globalización ha posibilitado que los países colaboren entre ellos en este ámbito. La Organización Internacional de Policía Criminal (INTERPOL) mantiene una base de datos internacional denominada Sistema Automá́tico de Identificación Dactilar (SAID) que contiene má́s de 220.000 registros de huellas y má́s de 17.000 huellas latentes. Los países miembros, como España, están autorizados a consultarlos y compararlos con las bases de datos nacionales.

Un mercado en auge

A grandes rasgos, se calcula que está́n archivados los dactilogramas de entre el 5 y el 15% de la población mundial, pero lo cierto es que, actualmente, hay empresas tecnológicas que tienen registradas muchas más. Por ejemplo, cuando Apple lanzó su herramienta Touch ID en 2013, un sensor para huellas digitales que permite desbloquear el 'smartphone', obtuvo en pocos meses tantos dactilogramas como los que al FBI le había costado décadas reunir. Desde entonces, las tecnologías biométricas son un sector de negocio en plena expansión, con la huella digital a la cabeza.

Según recoge la compañía francesa Yóle Development en un informe, en 2016, el 91% de los ingresos del mercado de la biometría provino de tecnologías vinculadas a la huella digital. Por su parte, la Comisión Europea ha determinado que este mercado tiene una tasa de crecimiento anual compuesto (CAGR, en la sigla en inglés) del 22,9%, y unos ingresos potenciales de 70.000 millones de dólares entre 2016 y 2025. Aun así, debido a la pandemia, en algunos ámbitos se ha relajado el uso de las máquinas de escaneo de la huella, como en las empresas que las implantaron para controlar la jornada laboral de los trabajadores tras la aprobación del Real Decreto-ley 8/2019. «No creo que a los miles de empleados de una multinacional le apetezca poner el dedo en el mismo escaner en la situación en la que estamos», expresa Jordi Serra, profesor de los estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

«Algunas empresas han relajado el uso de la huella para registrar la jornada por el miedo que hay al contagio»

Jordi Serra

Esto, unido a que el reconocimiento facial ha ido ganando peso en el sector en los últimos años, podría provocar un cambio de rumbo en dicho mercado. Es más, está previsto que, a finales de 2021, el 71% de los aeropuertos incorporen tecnologías de reconocimiento facial, un sistema que ya se utiliza para desbloquear teléfonos y hasta en autobuses y restaurantes. Sin embargo, la biometría, en especial la de reconocimiento facial, aún se enfrenta a importantes retos de seguridad y privacidad. «La contraseña se está sustituyendo por factores biométricos porque son más usables (no se olvidan) y seguros (no se falsifican fácilmente), pero una de sus grandes desventajas es que no se pueden modificar en caso de fraude, es decir, no podemos cambiar de cara o de manos cuando queramos», advierte Serra. Por lo tanto, como cualquier otro método de autenticación, la biometría por sí sola no es del todo segura. «No está comprobado científicamente que las huellas dactilares sean únicas (hay millones sin cotejar) y, en cuanto al rostro, hay casos complicados, como el de los gemelos», declara el profesor. O el de las mascarillas, más recientemente.

Él recuerda que, un acceso totalmente inequívoco, requiere que el sistema pida tres factores de autenticación: algo que eres, algo que tienes y algo que sabes. «Por ejemplo, que reconozca un rasgo físico personal, te pida un código que has recibido en el móvil y te pregunte una contraseña», aclara. «El problema es que esto no siempre es posible, como cuando estás en el extranjero. Si no tienes internet el código no te llega». También destaca la prudencia al compartir esta información. «En Europa nos ampara la Ley Orgánica de Protección de Datos (LOPD), pero hay países cuya legislación es distinta. Si guardamos la huella en una aplicación china, nadie nos asegura que no nos la vayan a robar. No es que en Europa no ocurra, pero aquí al menos está penado por ley«, concluye.

¿Por qué nuestras huellas dactilares se quedan impregnadas en lo que tocamos?

«A través de las crestas papilares, se abren paso las glándulas sudoríparas. El sudor humedece las crestas papilares y da lugar a la impresión de la huella dactilar en un soporte determinado cuando lo tocamos», explica Javier Martín, director del Laboratorio Pericial Forense.

Estas glándulas se encuentran tanto en las palmas de las manos como en las plantas de los pies, entre otras partes del cuerpo. «Aun así, la mayoría de veces, el sudor que produce la impresión de una huella dactilar proviene de otras zonas corporales, como la cara o el cuello, con las que las manos han tenido contacto antes de tocar una superficie», señala.

Historia de la Dactiloscopia

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