Conmovido

Sí, conmovido me tienen. Aquí no dimite nunca nadie y, de repente, en una semana tres. Es cierto que no son equiparables, pero, por lo insólito del hecho, sí sorprendentes. Primero Casimiro Curbelo como senador, luego Rafael Molina Petit como gerente del Consorcio para la rehabilitación turística de Maspalomas y, por último Francisco Camps como presidente del Gobierno valenciano.

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Y claro que no son comparables. Rafael Molina Petit lo hizo por responsabilidad, según declaró, al entender que, a la vista del nuevo escenario político y considerando su histórica cercanía al Partido Socialista, el responsable de ese decisivo ente llamado a rejuvenecer y dignificar la principal zona turística de Gran Canaria, ha de ser de la confianza del PP, teniendo en cuenta que ese es el color dominante en el Cabildo, aunque no de manera absoluta, y en el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana. Llama, sin embargo, la atención que obvie a las otras dos administraciones con representación en ese Consorcio, Gobierno de Canarias y Gobierno central, en los que en estos momentos no sobrevuela la gaviota. Luego, algo no calza. Pero, ahí queda el gesto.

Casimiro Curbelo, por su parte, decidió, a decir verdad, medio dimitir. Dejó el Senado, no el Cabildo de La Gomera, después de una noche tormentosa en la que, como si de una clásica letra de corrido mejicano se tratara, no faltaron mujeres, copas, pleitos y desplantes a la autoridad, por lo que cuentan, que aún estamos a la espera de que la autoridad judicial tenga a bien sentenciar la verdad. Y tras el escándalo llegó el voluntario abandono del Senado, sólo del Senado, para poder defender su inocencia, dijo, sin ningún tipo de privilegio, como un ciudadano más. ¡Ejemplar! Como ejemplar, tras el gesto, ha sido el silencio de aquellos que en su propio partido se apuraron a solicitar su expulsión del PSOE por conducta incompatible con el ideario socialista, pero sobre todo porque esa noche de parranda les salpicaba su cruzada contra el indecoroso Francisco Camps y, también, porque tras la calentura inicial alguien observó el buen caudal de votos que aporta este barón ultraperiférico.

Y Francisco Camps, ya mentado, que también medio se marchó a cuenta de un proceso que le han abierto por haber aceptado unos regalos de la trama Gürtel, sobre la que también planean más escabrozas sospechas. Dejó Camps la Presidencia de la Comunidad Valenciana, que no su escaño de parlamentario, realizando, así lo manifestó, «un sacrificio personal por España, Valencia y el PP» y para entregarse por entero a demostrar su inocencia. ¡También ejemplar! Y claro, después del gesto, primero el suspiro de los correligionarios al comprobar que se disipaba la imagen de uno de sus presidentes sentado en el banquillo de los acusados que tanto daño electoral podía ocasionarles y, luego, la fanfarria enaltecedora de un comportamiento, dijeron, que ennoblecía a las instituciones y a la denostada política. ¡Lo que hay que oír! Al poco, no podía ser de otra manera, tocó pedir la misma medicina para el adversario.

De lo que se concluye que poco tienen ejemplarizantes las dimisiones que nos presentaron como tales; mientras siguen en las mismas, intentando limpiar las manchas malolientes de sus solapas en las chaquetas ajenas, ignorando, como escribió Javier Padrera, que el procedimiento de extender la porquería al resto de los partidos, además de reconocer la roña propia, infecta al sistema democrático en su conjunto.

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